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Intimidad asesina

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Como cualquier clase de intimidad que se precie, partimos de la base de que será accesible al sujeto protagonista, al tiempo que prácticamente inabordable desde fuera. Incluso desde dentro, con muchos matices, irracionales o subconscientes, difíciles de aprehender por el propio sujeto. Esos aspectos íntimos pueden comprender lances conflictivos con una amplia gama en sus TURBULENCIAS.

Somos muy dados al funcionamiento a base de contrastes, justificados o impensables; tendemos casi siempre a la exageración, aunque la mayoría de la gente discurra con poco interés sobre la consistencia de los extremismos. Quién sabrá porque lo hacemos así. Hace ya unos años, Amin Maalouf calificó de IDENTIDADES asesinas a las que, lejos de prestar atención a sus componentes, reducen la identidad a una sola cosa, idea, país, idioma, religión. Detrás de ese nombre sectario, abocan al hundimiento propio, a su transformación en gente que mata por ese concepto parcial, a sus apoyos partidarios hacia quienes lo hacen. Sería su identidad funcional macabra, entre otras degradantes de la personalidad.

El calificativo aplicado por Maalouf apunta con animadversión a la ENAJENACIÓN de las identidades; quedan falsificadas, sacadas de sus quicios constituyentes, reducidas a la pantomima exterior. Recalca esa simplicidad estúpida que las minimiza en facetas que suelen ser dictadas desde los entornos, que alguien dibuja a su conveniencia. Por rasgos emotivos o por simpleza intelectual, gran número de ciudadanos apenas ejerce de tales, en seguimiento exclusivo de la faceta adoptada. Lo que por tendencia espontánea fuera pasable, empeora cuando detectamos las maniobras subyacentes de los manipuladores.

Es una fuerza centrífuga que vacía progresivamente a las personas afectadas. Pasan a ser acólitos serviles de una idea, unas consignas, un cacique iluminado, un engaño llamativo; con el resto de sus cualidades adormecidas. Esa degradación suele pasar desapercibida entre la rutina o la vorágine de los acontecimientos, bosquejan una comodidad sospechosa, cargada de ingenuidad o complicidad, abocados a ser títeres en manos ajenas.

Aunque hoy quisiera resaltar las componendas mentales propias de cada sujeto, emanadas desde su INTIMIDAD, sobre todo por su repercusión sobre las diferentes relaciones que vamos a entablar con los demás. No por que sean nuevas, sino por su importancia. A Laín Entralgo le escuché y leí muchas de estas observaciones (Idea del hombre). La primera cuestión será la de entresacar la idea que cada individuo considera sobre sus características personales. Por las trazas apreciadas en los ambientes actuales, cada uno hace ostentación de su reinado indiscutible sobre su personalidad, admite pocos retoques aconsejados desde fuera; ni dioses ni educación medran entre esas tendencias.

Quiero pensar que durante un tiempo era sobreentendida la relación “yo-tú” entre las personas, con el respeto mutuo en activo, a pesar de las divergencias naturales. Los conflictos surgían, pero entrábamos en unos comportamientos de intercambio, en una DIALÉCTICA como proyecto sugestivo. No desaparecieron los abusos. Sin embargo, el horizonte mostraba la nitidez de lo que convenía. Los estilos son variables, pero el núcleo de las mejores posibilidades residía en aquella sucesión de intercambios. La vida nunca ha sido sencilla, las luchas habituales; pese a lo cual, confiábamos en un verdadero sentido común, precisamente la mentada consideración de las cualidades del otro. Importaban los lazos comunes.

Ahora bien, la comprensión de cuanto nos rodea adquirió tintes novedosos plagados de magníficos descubrimientos tecnológicos; con el consiguiente orgullo por el dominio del mundo. El POSITIVISMO implantó sus reales potencias; lo palpable, lo objetivo, lo material, son la única realidad considerada. Otras dimensiones inasibles, creencias, sentimientos, intuiciones, pasaron al terreno de los secundario. La entidad de la persona se deslizó hacia la materialidad de los números, usuarios, visitantes, compradores, etc. Desembocando aquella relación “yo-tú” en la frialdad de un “yo-ello”, en la que domina el cuanto de las posesiones, la fuerza del protagonista encumbrado, el desdén por las intimidades.

Instalados en dicha cosificación, que incluye todo lo que no sea yo, lo ajeno estará colocado detrás de una frontera separadora. Es otra cosa, es lo que sólo comtemplamos bajo su perfil utilitario, el para qué nos servirá. Cunde un deplorable YO SOLIPSISTA extralimitado, encerrado en sus exclusivas elucubraciones mentales, que llevará a la práctica en cuanto sus fuerzas se lo permitan. En semejante desfase, lo buenos elementos mediadores no tienen sitio; el sentido de las palabras, los afectos, el silencio reflexivo, dado que la frontera alejó las consideraciones comunitarias. Las andanzas del engendro configurado propenden al aislamiento, siempre a costa de los demás.

Ortega, Laín y muchos otros pensadores, nos ilustraron sobre el concepto del JUEGO, como la manera armónica del ensamblaje entre las gentes, con el intercambio de diferentes aportaciones; sin olvidar la insoslayable condición comunitaria que nos define. En este empeño, la razón estableción reglas rígidas y recomendaciones acosejables, las dificultades enseñaron la magnitud de los problemas; en una carrera lanzada hacia una felicidad congruente. Colaboradores y disidentes habrían de encontrar su acomodo. En el fragoso camino asomaron las dudas desde los primeros pasos, las estupideces en cada recodo, las catástrofes naturales ocasionalmente y los dramas provocados por los humanos con excesiva frecuencia.

Las personas somos entidades multifactoriales, en un mundo en el que lo simple resulta sospechoso; las pretendidas fronteras no sirven de mucho, las conexiones y los cambios son incesantes. Constituimos un ámbito peculiar, dinámico, de apropiación indebida; los diferentes componentes fluyen sin pausa. Por tal motivo, aquel aislamiento del yo ensimismado pretende algo imposible encaminado a la ruina; reducido todo a un YO-DÉSPOTA, que encara a todo lo demás como cosas de menor valor. Origina tres actitudes nocivas causantes de graves desgracias. El déspota impávido, aislado, sin rumbo, suicida, desprendido del resto, a costa de lo que sea. El agresivo inmisericorde, sufra quien sufra. Y el desnaturalizador malicioso.

Pocas esperanzas le cabrán a una sociedad tendente al descuido cualitativo de los individuos, favorecedora del “yo-ello” desbocado, con todos los olvidos que sean menester y la frivolidad imperante en las relaciones. Entre otras cosas, la guerra del hombre contra sí mismo cuenta con la suficiente cuota de libertad para que nada ni nadie consiga paralizarla. Las intimidades acantonadas, desde su frontera suicida, agresiva o desnaturalizadora del acontecimiento humano, asesinan los brotes creativos existenciales nacidos de la vida con muchas facetas; a la que nos resistimos a entender y practicar como esencia radical. Cada frontera, falsa delimitación como vimos, supone una nueva amenaza contra las demás vidas, víctimas propiciatorias.

Intimidad asesina

Rafael Pérez Ortolá
viernes, 3 de abril de 2015, 21:57 h (CET)
Como cualquier clase de intimidad que se precie, partimos de la base de que será accesible al sujeto protagonista, al tiempo que prácticamente inabordable desde fuera. Incluso desde dentro, con muchos matices, irracionales o subconscientes, difíciles de aprehender por el propio sujeto. Esos aspectos íntimos pueden comprender lances conflictivos con una amplia gama en sus TURBULENCIAS.

Somos muy dados al funcionamiento a base de contrastes, justificados o impensables; tendemos casi siempre a la exageración, aunque la mayoría de la gente discurra con poco interés sobre la consistencia de los extremismos. Quién sabrá porque lo hacemos así. Hace ya unos años, Amin Maalouf calificó de IDENTIDADES asesinas a las que, lejos de prestar atención a sus componentes, reducen la identidad a una sola cosa, idea, país, idioma, religión. Detrás de ese nombre sectario, abocan al hundimiento propio, a su transformación en gente que mata por ese concepto parcial, a sus apoyos partidarios hacia quienes lo hacen. Sería su identidad funcional macabra, entre otras degradantes de la personalidad.

El calificativo aplicado por Maalouf apunta con animadversión a la ENAJENACIÓN de las identidades; quedan falsificadas, sacadas de sus quicios constituyentes, reducidas a la pantomima exterior. Recalca esa simplicidad estúpida que las minimiza en facetas que suelen ser dictadas desde los entornos, que alguien dibuja a su conveniencia. Por rasgos emotivos o por simpleza intelectual, gran número de ciudadanos apenas ejerce de tales, en seguimiento exclusivo de la faceta adoptada. Lo que por tendencia espontánea fuera pasable, empeora cuando detectamos las maniobras subyacentes de los manipuladores.

Es una fuerza centrífuga que vacía progresivamente a las personas afectadas. Pasan a ser acólitos serviles de una idea, unas consignas, un cacique iluminado, un engaño llamativo; con el resto de sus cualidades adormecidas. Esa degradación suele pasar desapercibida entre la rutina o la vorágine de los acontecimientos, bosquejan una comodidad sospechosa, cargada de ingenuidad o complicidad, abocados a ser títeres en manos ajenas.

Aunque hoy quisiera resaltar las componendas mentales propias de cada sujeto, emanadas desde su INTIMIDAD, sobre todo por su repercusión sobre las diferentes relaciones que vamos a entablar con los demás. No por que sean nuevas, sino por su importancia. A Laín Entralgo le escuché y leí muchas de estas observaciones (Idea del hombre). La primera cuestión será la de entresacar la idea que cada individuo considera sobre sus características personales. Por las trazas apreciadas en los ambientes actuales, cada uno hace ostentación de su reinado indiscutible sobre su personalidad, admite pocos retoques aconsejados desde fuera; ni dioses ni educación medran entre esas tendencias.

Quiero pensar que durante un tiempo era sobreentendida la relación “yo-tú” entre las personas, con el respeto mutuo en activo, a pesar de las divergencias naturales. Los conflictos surgían, pero entrábamos en unos comportamientos de intercambio, en una DIALÉCTICA como proyecto sugestivo. No desaparecieron los abusos. Sin embargo, el horizonte mostraba la nitidez de lo que convenía. Los estilos son variables, pero el núcleo de las mejores posibilidades residía en aquella sucesión de intercambios. La vida nunca ha sido sencilla, las luchas habituales; pese a lo cual, confiábamos en un verdadero sentido común, precisamente la mentada consideración de las cualidades del otro. Importaban los lazos comunes.

Ahora bien, la comprensión de cuanto nos rodea adquirió tintes novedosos plagados de magníficos descubrimientos tecnológicos; con el consiguiente orgullo por el dominio del mundo. El POSITIVISMO implantó sus reales potencias; lo palpable, lo objetivo, lo material, son la única realidad considerada. Otras dimensiones inasibles, creencias, sentimientos, intuiciones, pasaron al terreno de los secundario. La entidad de la persona se deslizó hacia la materialidad de los números, usuarios, visitantes, compradores, etc. Desembocando aquella relación “yo-tú” en la frialdad de un “yo-ello”, en la que domina el cuanto de las posesiones, la fuerza del protagonista encumbrado, el desdén por las intimidades.

Instalados en dicha cosificación, que incluye todo lo que no sea yo, lo ajeno estará colocado detrás de una frontera separadora. Es otra cosa, es lo que sólo comtemplamos bajo su perfil utilitario, el para qué nos servirá. Cunde un deplorable YO SOLIPSISTA extralimitado, encerrado en sus exclusivas elucubraciones mentales, que llevará a la práctica en cuanto sus fuerzas se lo permitan. En semejante desfase, lo buenos elementos mediadores no tienen sitio; el sentido de las palabras, los afectos, el silencio reflexivo, dado que la frontera alejó las consideraciones comunitarias. Las andanzas del engendro configurado propenden al aislamiento, siempre a costa de los demás.

Ortega, Laín y muchos otros pensadores, nos ilustraron sobre el concepto del JUEGO, como la manera armónica del ensamblaje entre las gentes, con el intercambio de diferentes aportaciones; sin olvidar la insoslayable condición comunitaria que nos define. En este empeño, la razón estableción reglas rígidas y recomendaciones acosejables, las dificultades enseñaron la magnitud de los problemas; en una carrera lanzada hacia una felicidad congruente. Colaboradores y disidentes habrían de encontrar su acomodo. En el fragoso camino asomaron las dudas desde los primeros pasos, las estupideces en cada recodo, las catástrofes naturales ocasionalmente y los dramas provocados por los humanos con excesiva frecuencia.

Las personas somos entidades multifactoriales, en un mundo en el que lo simple resulta sospechoso; las pretendidas fronteras no sirven de mucho, las conexiones y los cambios son incesantes. Constituimos un ámbito peculiar, dinámico, de apropiación indebida; los diferentes componentes fluyen sin pausa. Por tal motivo, aquel aislamiento del yo ensimismado pretende algo imposible encaminado a la ruina; reducido todo a un YO-DÉSPOTA, que encara a todo lo demás como cosas de menor valor. Origina tres actitudes nocivas causantes de graves desgracias. El déspota impávido, aislado, sin rumbo, suicida, desprendido del resto, a costa de lo que sea. El agresivo inmisericorde, sufra quien sufra. Y el desnaturalizador malicioso.

Pocas esperanzas le cabrán a una sociedad tendente al descuido cualitativo de los individuos, favorecedora del “yo-ello” desbocado, con todos los olvidos que sean menester y la frivolidad imperante en las relaciones. Entre otras cosas, la guerra del hombre contra sí mismo cuenta con la suficiente cuota de libertad para que nada ni nadie consiga paralizarla. Las intimidades acantonadas, desde su frontera suicida, agresiva o desnaturalizadora del acontecimiento humano, asesinan los brotes creativos existenciales nacidos de la vida con muchas facetas; a la que nos resistimos a entender y practicar como esencia radical. Cada frontera, falsa delimitación como vimos, supone una nueva amenaza contra las demás vidas, víctimas propiciatorias.

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