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Lo que se puede aprender al comer un helado

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Buenos días, ¿Cómo estás? Hoy comienza la semana, espero que empieces con buena actitud y con las ganas de vivir que te caracterízan. Hoy aprovecho, antes de salir de casa, para escribir sobre algunos aprendizajes que he vivido estos días del puente de San José. Como sabes, Belén y yo estuvimos en Granada, desde el Miércoles 18 hasta ayer. Ya nos tocaba volver a disfrutar de unos días de descanso sin un teclado a la vista, y sin citas con ninguna otra persona más que con nosotros mismos…

Casi siempre que viajamos, nos gustan mucho las rutinas. De hecho, solemos visitar los mismos lugares cada año, en otra ocasión ya te hablé de nuestros hoteles preferidos, aunque este año todo parece que descubriremos algunos más. Nuestro próximo viaje será a Bilbao, a finales de Abril, donde todavía no hemos estado en viaje de placer. Otra de nuestras rutinas es tratar de no coger el coche cuando estamos en la ciudad o lugar que deseamos. De esta forma, podemos ir paseando a todos los sitios, lo que hace que la experiencia sea todavía mejor.

Yo acostumbro a salir a correr cada día, después de meditar y antes de desayunar, y lo mágico de Granada es que el recorrido que hago sube al Albayzín. Lo peor de todo es la subida por la calle de la Alhabaca, en la que siempre me dejo una parte de mi. Pero cuando llego al Mirador de San Nicolás y tengo que bajar hasta la Calle Colón me parezco a Kilian Jornet bajando el Kilimanjaro.

Las siguientes rutinas son tapear, dormir la siesta y seguir tapeando…

En Granada nos hemos encontrado con Vicent y con Sara, dos amigos excelentes que han asistido a alguna de mis conferencias y leído alguno de mis libros, con las que hemos salido de tapeo, reído y disfrutado mucho. Ha sido genial encontrarse en un lugar tan bonito de España con personas a la que aprecias. Vicent es de esos profesionales que sabes que serán keyplayers en los suyo en los próximos años.

Mi mayor aprendizaje en Granada ha tenido que ver con comer un helado
El tiempo no era demasiado bueno estos días. Ya sabes que un temporal estaba fastidiando las Fallas a algunos y a muchos otros dejándoles sin vacaciones en la playa. A nosotros no nos importaba demasiado, en Granada ha llovido, pero no mucho.

Un día después de tapear, a eso de las 14:30 volvíamos al hotel y hacíamos la parada de rigor en una heladería de esas de yogurt con toppings encima (nos hacemos uno a medias para no pecar demasiado). Belén dijo “Oye, qué te parece si en lugar de tomarlo caminando nos esperamos aquí”. Afuera estaba empezando a llover fuerte, y aunque llevábamos un par de paraguas, preferimos tomarlo mirando a la calle.

Todo el mundo pasaba caminando, cada uno con su paraguas y la lluvia caía fuerte. Belén y yo jugábamos a darles envidia mientras nos tomábamos el helado, estábamos solos en el pequeño local.

De repente vimos una mujer pasar, sin paraguas. Y detrás de ella una niña que no debía tener más de cinco años, con una mochila del cole a la espalda, también sin paraguas. Ambas llevaban el pelo mojado. La madre reñía a la niña para que se diera prisa mientras caminaban…

Belén y yo las vimos pasar y callamos durante un par de segundos, creo que cada uno sabía lo que pensaba el otro, y también ambos imaginábamos como se podría sentir la niña, y también la madre… Belén no tardó en levantarse, yo la seguí. Los dos salimos corriendo detrás de la niña y de la señora, entre toda la gente que caminaba por la calle, al final les dimos alcance.

“Señora!” dije yo.
Ambas se detuvieron y giraron algo asustadas
“No se mojen, quédese con este paraguas…”
Nos miró extrañada…
“…no se preocupe, nosotros llevamos otro”

Lo tomó, y ella y la niña salieron una al lado de la otra, caminando bajo la lluvia, con el pelo mojado, pero ahora al menos sin mojarse más, y al menos juntas, bajo un mismo paraguas.

Esta anécdota, me hizo reflexionar sobre la solidaridad y nuestra capacidad de ayudar a otros. Me hizo aprender que las prisas no son buenas consejeras cuando se trata de ayudar a los demás, todo lo contrario. Muchas personas corrían por la calle con su paraguas, pero pocas vieron que una mujer y una niña se calaban hasta los huesos. Gracias a que nos detuvimos a tomar el helado, pudimos parar y ver lo que ocurría a nuestro alrededor, y entonces fue fácil ayudar.

Cuando te paras a ver lo que ocurre a tu alrededor, es inevitable que veas sufrimiento. Entonces, cuando lo ves, es cuando la compasión aparece.

Tenemos que detenernos más a menudo, a mirar al otro.

Lo que se puede aprender al comer un helado

César Piqueras
martes, 31 de marzo de 2015, 21:51 h (CET)
Buenos días, ¿Cómo estás? Hoy comienza la semana, espero que empieces con buena actitud y con las ganas de vivir que te caracterízan. Hoy aprovecho, antes de salir de casa, para escribir sobre algunos aprendizajes que he vivido estos días del puente de San José. Como sabes, Belén y yo estuvimos en Granada, desde el Miércoles 18 hasta ayer. Ya nos tocaba volver a disfrutar de unos días de descanso sin un teclado a la vista, y sin citas con ninguna otra persona más que con nosotros mismos…

Casi siempre que viajamos, nos gustan mucho las rutinas. De hecho, solemos visitar los mismos lugares cada año, en otra ocasión ya te hablé de nuestros hoteles preferidos, aunque este año todo parece que descubriremos algunos más. Nuestro próximo viaje será a Bilbao, a finales de Abril, donde todavía no hemos estado en viaje de placer. Otra de nuestras rutinas es tratar de no coger el coche cuando estamos en la ciudad o lugar que deseamos. De esta forma, podemos ir paseando a todos los sitios, lo que hace que la experiencia sea todavía mejor.

Yo acostumbro a salir a correr cada día, después de meditar y antes de desayunar, y lo mágico de Granada es que el recorrido que hago sube al Albayzín. Lo peor de todo es la subida por la calle de la Alhabaca, en la que siempre me dejo una parte de mi. Pero cuando llego al Mirador de San Nicolás y tengo que bajar hasta la Calle Colón me parezco a Kilian Jornet bajando el Kilimanjaro.

Las siguientes rutinas son tapear, dormir la siesta y seguir tapeando…

En Granada nos hemos encontrado con Vicent y con Sara, dos amigos excelentes que han asistido a alguna de mis conferencias y leído alguno de mis libros, con las que hemos salido de tapeo, reído y disfrutado mucho. Ha sido genial encontrarse en un lugar tan bonito de España con personas a la que aprecias. Vicent es de esos profesionales que sabes que serán keyplayers en los suyo en los próximos años.

Mi mayor aprendizaje en Granada ha tenido que ver con comer un helado
El tiempo no era demasiado bueno estos días. Ya sabes que un temporal estaba fastidiando las Fallas a algunos y a muchos otros dejándoles sin vacaciones en la playa. A nosotros no nos importaba demasiado, en Granada ha llovido, pero no mucho.

Un día después de tapear, a eso de las 14:30 volvíamos al hotel y hacíamos la parada de rigor en una heladería de esas de yogurt con toppings encima (nos hacemos uno a medias para no pecar demasiado). Belén dijo “Oye, qué te parece si en lugar de tomarlo caminando nos esperamos aquí”. Afuera estaba empezando a llover fuerte, y aunque llevábamos un par de paraguas, preferimos tomarlo mirando a la calle.

Todo el mundo pasaba caminando, cada uno con su paraguas y la lluvia caía fuerte. Belén y yo jugábamos a darles envidia mientras nos tomábamos el helado, estábamos solos en el pequeño local.

De repente vimos una mujer pasar, sin paraguas. Y detrás de ella una niña que no debía tener más de cinco años, con una mochila del cole a la espalda, también sin paraguas. Ambas llevaban el pelo mojado. La madre reñía a la niña para que se diera prisa mientras caminaban…

Belén y yo las vimos pasar y callamos durante un par de segundos, creo que cada uno sabía lo que pensaba el otro, y también ambos imaginábamos como se podría sentir la niña, y también la madre… Belén no tardó en levantarse, yo la seguí. Los dos salimos corriendo detrás de la niña y de la señora, entre toda la gente que caminaba por la calle, al final les dimos alcance.

“Señora!” dije yo.
Ambas se detuvieron y giraron algo asustadas
“No se mojen, quédese con este paraguas…”
Nos miró extrañada…
“…no se preocupe, nosotros llevamos otro”

Lo tomó, y ella y la niña salieron una al lado de la otra, caminando bajo la lluvia, con el pelo mojado, pero ahora al menos sin mojarse más, y al menos juntas, bajo un mismo paraguas.

Esta anécdota, me hizo reflexionar sobre la solidaridad y nuestra capacidad de ayudar a otros. Me hizo aprender que las prisas no son buenas consejeras cuando se trata de ayudar a los demás, todo lo contrario. Muchas personas corrían por la calle con su paraguas, pero pocas vieron que una mujer y una niña se calaban hasta los huesos. Gracias a que nos detuvimos a tomar el helado, pudimos parar y ver lo que ocurría a nuestro alrededor, y entonces fue fácil ayudar.

Cuando te paras a ver lo que ocurre a tu alrededor, es inevitable que veas sufrimiento. Entonces, cuando lo ves, es cuando la compasión aparece.

Tenemos que detenernos más a menudo, a mirar al otro.

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