Esta semana ha reabierto sus puertas un tétrico hotel que ya conocíamos de su primera etapa, por lo que, dado que uno no va siempre a sufrir al cine y que en nuestra anterior estancia salimos casi con las vísceras por delante, he preferido alojarme en esta ocasión en un hotel algo más lujoso, circunstancia que no sólo se ha dejado sentir en el bolsillo con la factura sino también en el trato cordial y afable de sus empleados. Podéis gestionar igual que yo vuestra reserva en la cartelera. La reserva da derecho a residir en una suite de lujo durante la hora y media de metraje, la duración justa puesto que ya en algunos momentos da la sensación de que se tensa demasiado.
A medio camino entre Pretty woman y French kiss, ese límite no se llega a sobrepasar porque, cuando parece que todo está ya visto, se produce un nuevo giro de guión que, aunque no nos sorprende porque el juego de los protagonistas también se traslada al otro lado de la pantalla, sí que evita ese declive. Conviene recordar en este punto que no es una película en la que soltemos carcajadas a diestro y siniestro –nada que ver con cintas de gags visuales como las de Mr. Bean por ejemplo-, sino que persigue la estela de las comedias clásicas de las décadas doradas del celuloide a las que, por cierto, rinde algún que otro homenaje en su desarrollo –motocicletas, anillos, ascensores y escaparates de joyerías de relumbrón inclusive, aunque no sean Tiffany´s-. Su arranque, de hecho, ya evoca ese sabor de antaño a través de los títulos de crédito simples pero efectivos y una presentación de personajes rauda y en su justa medida, puesto que iremos descubriendo más sobre ellos según medie la película.
La costa azul francesa es el escenario ideal para esta historia de príncipes y princesas, una crítica soterrada a los sueños de grandeza y a las aspiraciones multimillonarias. Eso sí, el príncipe –un camarero de hotel que se enamora de una clienta- y la princesa –la clienta cazafortunas de turno- de este cuento de hadas de medio pelo no tienen nada que ver con los chicos y chicas Martini de los anuncios. Él comienza con la misma etiqueta que le recordamos puesta en su última aparición en nuestras pantallas, El juego de los idiotas. Ella deja por el momento de ser la inocente y virginal oveja que todos conocemos para convertirse, sin ninguna concepción peyorativa, en toda una loba de rompe y rasga. Él es Gad Elmaleh, una suerte de mezcla entre Adrian Brody y Adam Sandler, un tipo interesante con una mirada penetrante que sabe explotar su vena cómica y que, en este cuento con moraleja, pasa de aprendiz a maestro ofreciéndonos un completo repertorio. Ella es Audrey Tautou, aquí más delgada de lo habitual –casi sobresalen tanto sus lucidos pechos como sus marcadas costillas dentro de una tendencia preocupante entre otras muchas actrices-, pero igualmente increíble en este nuevo rol. Puede que Monica Belucci, que por cierto ha estrenado también esta semana su propia película intentando romper igualmente su estereotipo de bella diva-, encajase mejor en este papel de acompañante femenina de gloriosas fortunas, aunque personalmente me doy con un canto en los dientes al disfrutar una vez más de la deliciosa francesa. No es otra Audrey, Hepburn, pero puede que, aunque no se ande todo, con el paso de los años se acerque mucho a la efigie de actriz con clase por antonomasia.
Al final todo sale a la luz. No, no es descubrir cómo termina la historia porque ya se presupone según avanzan los fotogramas, y lo realmente importante es el devenir de situaciones rocambolescas auspiciadas por los enredos y las confusiones. La química entre los protagonistas no parece existir al principio, pero sí al final, algo que, lejos de ser un demérito, es un certero acierto puesto que es lo que, entendemos, tienen que definir las situaciones de su primer escarceo y la última escapada. En un juego de mentiras, si no se dice nunca la verdad, puede que te acaben pagando con la misma moneda. Hablando de monedas, la escena más romántica viene marcada, precisamente, por un euro. Un euro, 10 segundos de propina para un touché.
Los franceses han entendido a la perfección el mensaje de lo que significa una industria cinematográfica, algo que al sur de su frontera pirenaica no parece haberse producido en igual modo. Cine social, cine histórico o, como en este caso, comedias exitosas y sofisticadas –no sólo por los escenarios en que transcurren sus historias sino también por la simpleza con que los espectadores podemos digerirla-. Esta comedia de alto standing se aleja bastante de las típicas comedias españolas de recurso fácil y gracia de dudosa reputación, una realidad que segura desempeña un importante papel en el criterio de que los propios espectadores españoles veamos a nuestra cinematografía, según las encuestas, como mediocre. El hábito no hace al monje, puesto que, como queda claro en esta película y aunque haya muchos otros aspectos que extremen las diferencias, camareros y millonarios pueden vestir igual.
Ficha técnica
- Calificación: 3
- Director: Pierre Salvadori.
- Reparto: Audrey Tautou, Gad Elmaleh, Vernon Dobtcheff y Annelise Hesme