Hoy, un servidor también rompe la tregua, la misma que ha mantenido mientras ha estado viva la esperanza para alcanzar el tan ansiado fin de la violencia. Y hoy la rompo no para hablar de lo que sucede con cuantiosas coincidencias espaciotemporales, como la ingesta o no de alimentos por parte del etarra De Juana Chaos, el recién estrenado alojamiento penitenciario de Otegui, las consecuencias de las maniqueístas para unos y justas para otros ilegalizaciones de formaciones políticas abertzales, las críticas partidistas y electoralistas una vez más en torno a un asunto que debería estar por ley fuera del lamentable espectáculo político que algunos nos brindan casi a diario convertidos en don erre que erre, o la infructuosa reunión celebrada entre Zapatero y Rajoy más por protocolo que por la remota posibilidad, supongo, de alcanzar algún punto de entendimiento -si desde fuera se antoja imposible, desde dentro de ambas formaciones debe ser una utopía o un coto vedado al que no acercarse ni por asomo según se mire-.
El motivo de esta ruptura es, simplemente, una cuestión que para muchos será una minucia, pero que, para aquellos que tenemos en consideración los denominados por otros de manera despectiva servicios públicos, no es algo desdeñable. Nos reímos ante la populista presencia mediática de otros líderes nacionales –como si fuese motivo de chiste-, incluso pasamos por alto que el considerado presidente más poderoso del mundo aparece en la pequeña pantalla de manera cadencial para dar fe de su puede reprobable gestión –pero lo hace-. Hasta nuestros vecinos franceses, reconocido modelo en el que mirarse al espejo de muchos políticos patrios, recurren a esta fórmula con asiduidad. Pues bien, la primera entrevista concedida por el Presidente del Gobierno a un medio de comunicación tras el descorazonador anuncio de la banda terrorista fue la ofrecida a una cadena de televisión privada tildada, con acierto perentorio o enjundia diablesca, como su aliada. No es que me moleste que nuestro representante electo se pasee por las televisiones –me parece incluso loable que no se esconda ante las duras acusaciones de las que está siendo objeto-, lo que me molesta es que se pase por encima de nuestro denostada televisión pública haciendo un flaco favor al propio ente en tanto que se presupone ventana generalista al servicio de los ciudadanos. Mi reproche por tanto al Presidente por este comportamiento. Es igual si ya tenía previamente concertada la cita. Los plantones son otra cosa. Creo que asuntos como el presente deberían ser explicados en la televisión que todos pagamos y que a todos nos sirve, aunque esta afirmación últimamente sería fácilmente cuestionable por muchos motivos.
Cuestionable también el modelo de gestión publicitaria por parte de la rivalidad empresarial dentro del propio sector. Los responsables de las cadenas privadas parece que no ven con buenos ojos el actual sistema de financiación y reclaman en alto ante la constatable realidad de un cercano futuro en el que no haya pastel publicitario para todos. Los lamentos no han llegado mientras han exprimido con saciedad los recursos sin sostenibilidad alguna, exhibiendo sin pudor alguno año tras año cuentas saneadas cada vez con mayores beneficios. Pero el horizonte parece que es preocupante. La principal justificación privada es la de dar cuenta a unos accionistas, nada que tenga que ver con el espectador o los contenidos. Un modelo que sólo se fija en uno de los sustentos, está condenada a romperse por el resto. Y digo yo, de la televisión pública todos somos accionistas, pero pocas veces se nos rinden cuentas porque ya se sabe cuál es la situación. Pública o privada, la televisión participa para provecho propio y no por compromiso ciudadano.