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Atado mi corazón

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De todas las imágenes que se procesionan en Málaga, el Cautivo es, sin lugar a duda, la que más fieles e infieles congrega bajo su túnica; debe ser el nombre o la talla o su blanca túnica o los tres conceptos lo que consigue que el Cautivo del barrio de la Trinidad sea el más claro concepto de ese fenómeno conocido por los teólogos como “religiosidad popular”, nominación inventada por la religiosidad de élite para distanciarse del pueblo llano y marcar diferencias.

Por el barrio ubicado del río para acá, hoy, lunes blanco del Cautivo, se congregarán miles de malagueños de allá, de acá y de todas partes y a todas horas. El Cautivo nuclea la plenitud de este lunes de la Semana Santa malagueña; podría ser que todo se debiera a su nombre lo que hace congregar a tantos seguidores cautivos con ansias de liberación.

Una tarde noche en una esquina de la calle Carril, escuché al cantaor Pepe “el de Campillos, una saeta con pellizco: “Atadas tienes tus manos/ y yo tengo mi castigo/ atado mi corazón,/ sálvame Señor cautivo”. Esto de la saeta, para que conste, no es canto gregoriano, sino cante del “bueno”, o sea, algo que duele y conmociona; una forma de sentir, algo andaluz. Demasiado.

Pues bien, la saeta en cuestión nos introduce en la teoría de aquello que hablábamos al principio: la religiosidad popular. El protagonista de la saeta se siente cautivo y atado; acude al Cautivo con mayúsculas, al hombre-dios con el que se iguala en la condición de esclavo; no le interesan otros ritos, ni siquiera la Resurrección. Él va al encuentro de igual, y con él va a establecer un diálogo de tú a tú sin magos o intermediarios, o sea, sin sacerdotes.

Así nace la religiosidad popular; después los poderosos la prostituyen y la compran, y el pueblo, ejerciendo de esclavo, lo permite. Y lo que se inició bajo la luz del diálogo, de la intimidad, casi del secreto, los de siempre la convierten en espectáculo, es entonces cuando comienzan a aparecer los Nuevos Sanedrines, los que marcan el camino de una religiosidad reglada por normas y dogmas.

El Cautivo, y eso lo salva de manipulaciones, sostiene en toda su pureza el diálogo del pueblo consigo mismo. Y no es el nombre ni la talla ni la blanca túnica; por encima de todo es el silencio de los miles de cautivos que lo acompañan en su recorrido de Lunes Santo. El pueblo es su guardia pretoriana, la que certifica la fe, la que no rinde culto al poder ni a la tribuna.

El Cautivo, al menos en Málaga, es la fe de un pueblo, la que no rinde culto al poder o a la tribuna, es la auténtica y única garantía que nos encontramos ante un auténtico hecho religioso.

Atado mi corazón

José García Pérez
domingo, 29 de marzo de 2015, 23:03 h (CET)
De todas las imágenes que se procesionan en Málaga, el Cautivo es, sin lugar a duda, la que más fieles e infieles congrega bajo su túnica; debe ser el nombre o la talla o su blanca túnica o los tres conceptos lo que consigue que el Cautivo del barrio de la Trinidad sea el más claro concepto de ese fenómeno conocido por los teólogos como “religiosidad popular”, nominación inventada por la religiosidad de élite para distanciarse del pueblo llano y marcar diferencias.

Por el barrio ubicado del río para acá, hoy, lunes blanco del Cautivo, se congregarán miles de malagueños de allá, de acá y de todas partes y a todas horas. El Cautivo nuclea la plenitud de este lunes de la Semana Santa malagueña; podría ser que todo se debiera a su nombre lo que hace congregar a tantos seguidores cautivos con ansias de liberación.

Una tarde noche en una esquina de la calle Carril, escuché al cantaor Pepe “el de Campillos, una saeta con pellizco: “Atadas tienes tus manos/ y yo tengo mi castigo/ atado mi corazón,/ sálvame Señor cautivo”. Esto de la saeta, para que conste, no es canto gregoriano, sino cante del “bueno”, o sea, algo que duele y conmociona; una forma de sentir, algo andaluz. Demasiado.

Pues bien, la saeta en cuestión nos introduce en la teoría de aquello que hablábamos al principio: la religiosidad popular. El protagonista de la saeta se siente cautivo y atado; acude al Cautivo con mayúsculas, al hombre-dios con el que se iguala en la condición de esclavo; no le interesan otros ritos, ni siquiera la Resurrección. Él va al encuentro de igual, y con él va a establecer un diálogo de tú a tú sin magos o intermediarios, o sea, sin sacerdotes.

Así nace la religiosidad popular; después los poderosos la prostituyen y la compran, y el pueblo, ejerciendo de esclavo, lo permite. Y lo que se inició bajo la luz del diálogo, de la intimidad, casi del secreto, los de siempre la convierten en espectáculo, es entonces cuando comienzan a aparecer los Nuevos Sanedrines, los que marcan el camino de una religiosidad reglada por normas y dogmas.

El Cautivo, y eso lo salva de manipulaciones, sostiene en toda su pureza el diálogo del pueblo consigo mismo. Y no es el nombre ni la talla ni la blanca túnica; por encima de todo es el silencio de los miles de cautivos que lo acompañan en su recorrido de Lunes Santo. El pueblo es su guardia pretoriana, la que certifica la fe, la que no rinde culto al poder ni a la tribuna.

El Cautivo, al menos en Málaga, es la fe de un pueblo, la que no rinde culto al poder o a la tribuna, es la auténtica y única garantía que nos encontramos ante un auténtico hecho religioso.

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