Hacía años que no se oía equiparar a Cataluña con esa isla que supone un oasis en el desierto. Hace unos días lo volvió a repetir un tal Lara, José Manuel, que acaba de ver compensada su dedicación desinteresada a la patria con la concesión de la cruz de Sant Jordi por parte de la Generalidad. Cataluña tiene estas cosas, los padres se movieron como peces en el agua en un régimen y los hijos disfrutan como gatos panza arriba en otro.
Lo del oasis catalán ha sido uno de los mejores inventos de la prensa autóctona, como bien recordaba Maite Nolla en un reciente artículo de prensa, pero no nació en la década de los noventa, fue un poco antes. Las primeras transferencias de gestión, con partidas presupuestarias del Estado, ya destinaban esa mordida del 3% para asuntos propios. Los trapos sucios, se decía, se lavan en casa; y la prensa autóctona tiene que exigir a Madrid, que de lo de aquí nos encargamos nosotros.
De aquellos polvos, estos lodos. Y, en estas que llegó la Feria del Libro de Frankfurt y, a los muy alemanes no se les ocurre otra cosa que invitar a la cultura catalana para 2007. ¡A la cultura catalana! Pero si ni los catalanes saben definir su cultura. En un país normal, la cultura es todo lo que tiene relación con la historia y el presente de sus ciudadanos. Pero estos lodos vienen de unos polvos muy viciados.
Josep Bargalló, presidente del Instituto Ramón Llull, ha dado a conocer la lista de los escritores que representarán a la cultura catalana en Frankfurt. Más de 130. Solo hay un denominador común, la producción de obras en catalán. Así, en la próxima Feria del Libro de Frankfurt no acudirán escritores que han reflejado, mejor que nadie, la vida, costumbres y cultura de los catalanes como Eduardo Mendoza, Juan Marsé o Enrique Vila-Matas. Su pecado: escribir en castellano.
El problema de la cultura está viciado. Al menos, en Cataluña. No hay nada que no pase el filtro de la institución que controla el presupuesto y la subvención. De ahí que sea cultura catalana solo y exclusivamente lo que la institución pública decida. Tú, sí; tú, no; tú, tampoco; el de más allá, ni soñando... La coartada, además, es bien sencilla. Los escritores catalanes que más venden -salvo excepciones- son los que escriben en castellano. Algo, lógico, si tenemos en cuenta el mercado internacional de la literatura en español, y su proyección internacional. Son, en definitiva, magníficos caramelos para las editoriales, que no protestarán por considerar a Mendoza o Marsé no-cultura-catalana mientras les dejen un expositor en la Feria del Libro. ¡Perfecto! La cuadratura del círculo.
Este es el oasis que la burguesía catalana defiende y en el que siempre se ha movido, con un único lema y objetivo: todo tiene un precio. Sí, un precio que siempre pagan los mismos. La maquinaria económico-cultural para Frankfurt no ha hecho más que empezar. Les adelanto el balance posterior de la prensa autóctona: éxito de la cultura catalana. ¡Infelices!