El PP se desparrama a marchas forzadas en su huida hacia delante, azuzado por su mala conciencia, las descomunales tropelías perpetradas por sus dirigentes y directivos, la zafiedad de personajes como Botella, Barberá, o la más que impresentable Celia Villalobos.
Todos sus tesoreros involucrados en prácticas delictivas, los miembros más destacados del equipo económico de José María Aznar imputados en el asunto más vergonzoso de desfalco del erario que se recuerda en nuestra historia reciente. La más hortera celebración del autobombo protagonizada por el presidente de la Junta de Extremadura, Monago... La infamia en forma de partido político.
Y ahora nos quieren vender el milagro de los panes y los peces. Seguro que el PP cuenta con una base electoral sólida e imperturbable, inmune a la corrupción, insensible al esperpento. Unos cuantos millones de españoles celosos de sus ahorros y propiedades, gentes de orden y misa diaria, aficionadas a los toros y las procesiones de Semana Santa. Y, sin duda, esa base electoral mantendrá al PP con opciones para vencer en las próximas convocatorias electorales.
Pero el caso es que, al margen de mentiras y delitos, el PP no acaba de ponerse al día, no entiende lo que está sucediendo aquí y ahora, es incapaz de articular un discurso político acorde con los tiempos que corren; está, por así decir, demodé. Sus dirigentes son expertos en el politiqueo, en el tejemaneje del cotidiano arribismo, al modo del hijodalgo, pero su incultura política es proverbial, tanto como su desprecio por el interés general. El adocenamiento, la abulia a la que les ha llevado tantos años en el poder, ha hecho de los dirigentes del PP unas perfectas marmotas, apoltronadas, ociosas que consideran idiotas al común de la gente. No saben por donde les sopla el viento. Y los nuevos vientos del pueblo acabarán derruyendo la torre de marfil en la que aún permanecen encastillados.