Como diría el inefable don Hilarión de la Verbena de la Paloma “hoy los tiempos adelantan que es
una barbaridad” y es que, señores, no paramos de asombrarnos ante lo que cada día nos informa
la prensa tanto que, en algunas ocasiones, las noticias son de tal calado e increíbles que llegamos
a pensar que la Humanidad está desquiciada y que el hombre, en sus deseos de saber y en su
infinita soberbia, está intentando traspasar los límites de la física para introducirse en el escabroso
y peligroso terreno de la metafísica, un espacio o dimensión, como se le quiera designar, que hasta
ahora sólo las distintas religiones se atrevieron a tratar y siempre desde la puerta de fuera, porque de
los que se dice que la traspasaron para entrar en el terreno de lo inmaterial y trascendente, no parece
que nadie haya regresado para poder contarnos sus experiencias de ultratumba.
Si la señora Mary Shelley fue capaz de extraer de su fértil imaginación al gótico monstruo del doctor
Frankestein, personaje de su novela “ Frankestein or the Modern Prometeus”, un relato de terror
que, en aquellos tiempos, principios del siglo XIX, exponía la posibilidad sostenida por el científico
amateur, Andrew Crosse, de crear vida artificial por medio de la electricidad ( en realidad no andaba
muy desencaminado si tenemos que atenernos a lo que ha surgido de las modernas investigaciones).
El doctor Frankestein pensaba crear un ser humano valiéndose de distintos miembros de cadáveres
humanos, para unirlos en una especie de superhombre al que quiso colocarle un cerebro que
después pensaba activar por medio de la canalización de un rayo. En la película, debería haber sido
el de un científico y, por error, resultó ser de un peligroso criminal. El resultado fue una criatura
monstruosa, con una increíble fuerza que, por supuesto, se escapó del control del científico, asesinó
a lugareños, se enamoró de una joven y sólo tuvo un detalle de humanidad con una niña que se
encontró en el campo. Una película estrenada en 1.935, “La novia de Frankenstein” fue interpretada
magistralmente por el conocido actor, especializado en temas de terror, Boris Karloff.
Ahora parece que un cirujano italiano, el doctor Sergio Canavero, sostiene que, a no más tardar, el
año 2017 ya será posible trasplantar cabezas a cuerpos humanos que padezcan enfermedades de tipo
nervioso, relacionadas con las neuronas y la médula espinal. Quizá si esto nos lo hubieran dicho hace
sesenta años lo hubiéramos calificado de fantástico, imposible y fruto de una imaginación perturbada
pero, ahora, después que el doctor Christian Barnard, en diciembre de 1.967 hiciera el primer
trasplante de corazón, ante el asombro de todos aquellos de la comunidad científica que afirmaban
que era algo imposible, También se tuvo que enfrentar con la ética y la opinión adversa de muchos
moralistas que se oponían a que tales prácticas pudieran llevarse a cabo desde un punto de vista
moral t ético. Salió bien y, desde entonces los trasplantes de órganos han venido proliferando cada
vez más y con mejores resultados a partir de que las técnicas para llevarlos a cabo han ido mejorando
y la pericia de los cirujanos haya avanzado de acuerdo con el progreso de los tiempos.
Es muy posible que, cuando el gran escritor francés, Julio Verne, publicó sus novelas “De la Tierra
a la Luna” o”20.000 leguas de viaje submarino” o “ La vuelta al mundo en 80 días” o el propio
“Rayo verde”, en las que se hablaba de tecnologías, de máquinas y de inventos que, en aquellos
tiempos. el Siglo XIX, los lectores sólo podían considerarlas como meras utopías imaginarias, sin
que se les concediese ninguna probabilidad de que, apenas en un siglo, llegasen a plasmarse en
admirables realidades, gracias a los progresos experimentados por la ciencia en un periodo de tiempo
relativamente corto, en el que la ciencia ha dado un verdadero paso de gigante.
Desde la perspectiva actual y, especialmente para aquellos que ya hemos llegado a la saturación
en cuanto a asimilar los cambios que la ciencia nos sirve, con tanta frecuencia y cantidad, nos
parece que la idea del doctor Canavero que, como parece, no es compartida por una gran parte de la
comunidad científica del mundo actual; la consideramos como una verdadera barbaridad. El mero
hecho de que, a un cadáver, se le pueda trasplantar la cabeza de otro cadáver, para que, con este
injerto (se dice que harían falta de 100 a 150 especialistas para llevar a cabo el trasplante), tanto la
cabeza con el cuerpo al que se le haya injertado, sean capaces de vivir de modo que las funciones
vitales de ambos elementos pudieran sobrevivir juntas, nos parece alucinante. Las preguntas que se
nos ocurren son infinitas y la primera, a la que un médico se ha atrevido a contestar, ha sido la de “si
la nueva cabeza conservaría los recuerdos de su anterior cuerpo o se quedaría en blanco, como en el
caso de que, a un ordenador se le proceda a vaciar por completo el disco duro”. Según el consultado
parece que conservaría los recuerdos acumulados en las neuronas.
No podemos imaginarnos la clase de sensaciones que pudieran afectar a una mente que se ve
obligada a cohabitar con un cuerpo extraño, un huésped al que no está acostumbrado y que, con
toda seguridad, lo mismo se podría injertar a un cuerpo de hombre como al de una mujer. Claro que,
esta posibilidad, sería la aspiración máxima de los homosexuales y lesbianas, que serían capaces
de dejarse rebanar el gaznate con tal de que se les injertase su cabeza en un cuerpo de una hembra
o un varón bien dotados por la naturaleza. Mucho nos tememos que los cirujanos sufrirían de over
booking. Pero, no dejemos correr tanto la imaginación y limitémonos a analizar, un poco más, la
idea de este nuevo profeta de los trasplantes, que se ha atrevido a pronosticar que, para el 2017, estas
operaciones ya podrán llevarse a cabo con garantías de éxito.
Aunque, puestos a efectuar cambios de cabeza y visto que, según dicen los chinos y coreanos del
sur, verdaderos adelantados en la investigación de la ciencia de la robótica, los nuevos robot, en
un plazo breve, puede que superen a los humanos en muchas o todas de las funciones que hoy son
exclusivas del cerebro; nos preguntamos si no sería más conveniente que, en lugar de implantar al
cuerpo humano otra cabeza, seguramente con menos o más desgastadas neuronas, que lo que serían
los chips de una nueva cabeza artificial, de una cabeza robótica, perfectamente conformada y con
una mente dotada de la posibilidad de absorber, con facilidad, todas las informaciones recibidas,
analizarlas, responder con precisión y almacenar los resultados, con una exactitud, una velocidad
y una facilidad de acopio millones de veces más rápidas que la de la propia mente humana. Las
modernas copiadoras en tres dimensiones, capaces de reproducir con exactitud rostros humanos
podrían servir para reproducir, a escala, los rasgos físicos, naturalmente perfeccionados, del tipo
de rostro que eligiera el interesado, para que la parte visible de la nueva cabeza resultara lo más
agradable posible.
Qué quieren que les diga. Si me hubieran propuesto algo semejante hace sólo dos décadas hubiera
tachado de lunático a quien me lo dijera pero, hoy en día, cuando ya estamos curados de espanto de
todo lo que pueda suceder, quizá agradeceríamos que estos trasplante se pudieran realizar si, con
ello, consiguiéramos trasplantar algunas neuronas nuevas, más saneadas y más inteligentes, a las
mentes de muchos de nuestros políticos. O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano
de a pie, vemos con optimismo la posibilidad de unos repuestos mentales para quienes lo precisen.
Lástima que, para los políticos, el 2017 les queda algo lejos y nosotros tendremos elecciones para
finales de este año. No todo puede salir a pedir de boca.