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“Un buen actor es un hombre que ofrece tan real la mentira, que todos participan de ella” Vittorio Gassman Actor italiano

El gran teatro de España

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Hemiciclo:
¿Quién me llama,
que desde el duro centro
de aqueste palacio que me esconde dentro?
¿Quién me saca de mí? ¿Quién me da voces?

Pueblo:
Es tu dueño, el pueblo soberano
De mi voz un debate, de mi mano
una norma es quien te informa,
y a tu silente materia le da forma.

Hemiciclo:
Pues ¿qué es lo que me mandas? ¿Qué me quieres?

Pueblo:
Pues soy tu Dueño, y tú mi escenario eres,
hoy, de un suceso mío
la ejecución a tus aplausos fío.
Un evento hacer quiero
a mi mismo poder, si considero
que solo a afirmación de mi soberanía
fiestas hará la ciudadanía;
y como siempre ha sido
lo que más ha alegrado y divertido
la representación bien aplaudida,
y es representación la humana vida,
una comedia sea
la que hoy el cielo en tu teatro vea.

Así podría haber comenzado don Pedro Calderón de la Barca su más famoso auto sacramental en el caso de haberlo titulado “El gran teatro de España”.

Como todos los años por estas fechas desde que se restauró la democracia en España, se celebró el Debate sobre el Estado de la Nación, una mascarada política que no sirve para otra cosa más que para que el pueblo se embobalique viendo al poder aplaudiéndose y exaltando sus esfuerzos, su sabiduría y su empeño por reconstruir los quebrantos causados con anterioridad por sus oponentes y a estos viendo cómo, no solamente no reconocen, por evidente que sea, ninguno de los logros proclamados por el poder, sino además, atribuyéndole la destrucción que en el pasado ellos mismos produjeron, los menoscabos presentes originados por la reconstrucción de lo arruinado y de todos las desgracias, sufrimientos y desolaciones que puedan acaecer en el futuro.

Y mientras esto acontece en ese gran escenario en el que dicen que se asienta la soberanía del Pueblo, pero sin el Pueblo, este, confundido, abochornado y sobre todo, humillado, trata de averiguar quién es quien realmente. Si el que dice que es el bueno, pero al que pintan como el villano que nos ha traído todos los males del averno o el pérfido taimado que se presenta como el ángel redentor de todas las desventuras del Pueblo.

Por supuesto que a ninguno de los comediantes que participaban en la ficción les importaban los infortunios del Pueblo, más allá de los aplausos que su actuación les pudiera proporcional al final de la tragicomedia allí montada.

Lo curioso es que a sabiendas de que todos llevaban el zurrón cargado de miserias, no había uno que no se aprestara a presentar la virginal imagen de quien hubiera nacido sin el pecado original. Y es que el actor manifiesta en público aquello que el público desea escuchar que es con frecuencia todo lo contrario de lo que se dispone a hacer.

Albert Boadella, en su libro “Adiós Cataluña”, reconoce que existe una hipocresía profesional, que es la del actor. La del cómico sobre el escenario, es una hipocresía obligada, exigible, imprescindible diría yo, para interpretar los distintos personajes de la farsa. Por tanto es una hipocresía justificada. Es más: cuanto más hipócrita sea el cómico, más admirado, más cotizado y mayores méritos se le reconocerán. Dice Antonio Gala que los cómicos son inacabables adolescentes, crueles, misteriosos, tiernos, soberbios, evidentes, insoportables y… humanísimos. Quizá sea por eso sea por lo que, cuanto más hipócrita sea el actor, más querido es por su público.

El actor es el reverso de la medalla de su emulador el político. La del político sobre el estrado, es una hipocresía voluntaria, respondida, reprobada, maldecida y estigmatizada cuando se desempeña un cargo público en representación de los ciudadanos. Por tanto es una hipocresía detestada. Es más: cuanto más hipócrita sea el político, más reprobado, más menospreciado y mayor será el rechazo que produzca su figura. El político hipócrita suele ser ignorante, vanidoso, altivo, distante y… taimadamente embustero. Quizá por eso sea por lo que, cuanto más hipócrita sea el político, más aborrecido es por los ciudadanos.

Un político es alguien que pide nuestro voto afirmando respetar al pueblo; asegurando que trabajará para el pueblo, y que una vez elegido dejará de contar con el pueblo, ni ya buscará la aprobación de nadie.

Un escenario y más aquel en el que se representa la obra de la vida, es la mayor exaltación de la hipocresía, que como la bacteria que causa la putrefacción en los seres vivos, se introduce a hurtadillas en el organismo, pudriendo a su paso la noción de la realidad, haciendo que lo verdadero lo tomemos por falso y lo falso por verdadero, lo bueno lo consideremos malo y lo malo por bueno. Nada tan perverso y pervertidor, porque como experimentados alquimistas, no solo nos ofrecen plomo aparentando oro, sino porque ese oro que nos prometen como solución a nuestras desventuras, no es más que el veneno con el que definitivamente corromperán nuestro espíritu.

El gran teatro de la vida es una obra, en la que como el Tenorio, por sobradamente conocida, los actores ríen, cantan, lloran y hasta hacen el bufón envolviéndose en la bandera para tratar de ocultar la corrupción más descarada, antes que el telón baje y la obra termine sin gloria y sin aplausos. Por eso y como recapitulación de lo dicho podríamos hacerlo con un fragmento de una obra de Quevedo que así reza:

No olvides que es comedia nuestra vida
y teatro de farsa el mundo todo
que muda el aparato por instantes
y que todos en él somos farsantes;
acuérdate que Dios, de esta comedia
de argumento tan grande y tan difuso,
es autor que la hizo y la compuso.
al que dio papel breve,
solo le tocó hacerle como debe;
y al que se le dio largo,
solo el hacerle bien dejó a su cargo.
Si te mandó que hicieses
la persona de un pobre o un esclavo,
de un rey o de un tullido,
haz el papel que Dios te ha repartido;
pues solo está a tu cuenta
hacer con perfección el personaje,
en obras, en acciones, en lenguaje;
que al repartir los dichos y papeles,
la representación o mucha o poca
solo al autor de la comedia toca.

El gran teatro de España

“Un buen actor es un hombre que ofrece tan real la mentira, que todos participan de ella” Vittorio Gassman Actor italiano
César Valdeolmillos
viernes, 27 de febrero de 2015, 08:23 h (CET)
Hemiciclo:
¿Quién me llama,
que desde el duro centro
de aqueste palacio que me esconde dentro?
¿Quién me saca de mí? ¿Quién me da voces?

Pueblo:
Es tu dueño, el pueblo soberano
De mi voz un debate, de mi mano
una norma es quien te informa,
y a tu silente materia le da forma.

Hemiciclo:
Pues ¿qué es lo que me mandas? ¿Qué me quieres?

Pueblo:
Pues soy tu Dueño, y tú mi escenario eres,
hoy, de un suceso mío
la ejecución a tus aplausos fío.
Un evento hacer quiero
a mi mismo poder, si considero
que solo a afirmación de mi soberanía
fiestas hará la ciudadanía;
y como siempre ha sido
lo que más ha alegrado y divertido
la representación bien aplaudida,
y es representación la humana vida,
una comedia sea
la que hoy el cielo en tu teatro vea.

Así podría haber comenzado don Pedro Calderón de la Barca su más famoso auto sacramental en el caso de haberlo titulado “El gran teatro de España”.

Como todos los años por estas fechas desde que se restauró la democracia en España, se celebró el Debate sobre el Estado de la Nación, una mascarada política que no sirve para otra cosa más que para que el pueblo se embobalique viendo al poder aplaudiéndose y exaltando sus esfuerzos, su sabiduría y su empeño por reconstruir los quebrantos causados con anterioridad por sus oponentes y a estos viendo cómo, no solamente no reconocen, por evidente que sea, ninguno de los logros proclamados por el poder, sino además, atribuyéndole la destrucción que en el pasado ellos mismos produjeron, los menoscabos presentes originados por la reconstrucción de lo arruinado y de todos las desgracias, sufrimientos y desolaciones que puedan acaecer en el futuro.

Y mientras esto acontece en ese gran escenario en el que dicen que se asienta la soberanía del Pueblo, pero sin el Pueblo, este, confundido, abochornado y sobre todo, humillado, trata de averiguar quién es quien realmente. Si el que dice que es el bueno, pero al que pintan como el villano que nos ha traído todos los males del averno o el pérfido taimado que se presenta como el ángel redentor de todas las desventuras del Pueblo.

Por supuesto que a ninguno de los comediantes que participaban en la ficción les importaban los infortunios del Pueblo, más allá de los aplausos que su actuación les pudiera proporcional al final de la tragicomedia allí montada.

Lo curioso es que a sabiendas de que todos llevaban el zurrón cargado de miserias, no había uno que no se aprestara a presentar la virginal imagen de quien hubiera nacido sin el pecado original. Y es que el actor manifiesta en público aquello que el público desea escuchar que es con frecuencia todo lo contrario de lo que se dispone a hacer.

Albert Boadella, en su libro “Adiós Cataluña”, reconoce que existe una hipocresía profesional, que es la del actor. La del cómico sobre el escenario, es una hipocresía obligada, exigible, imprescindible diría yo, para interpretar los distintos personajes de la farsa. Por tanto es una hipocresía justificada. Es más: cuanto más hipócrita sea el cómico, más admirado, más cotizado y mayores méritos se le reconocerán. Dice Antonio Gala que los cómicos son inacabables adolescentes, crueles, misteriosos, tiernos, soberbios, evidentes, insoportables y… humanísimos. Quizá sea por eso sea por lo que, cuanto más hipócrita sea el actor, más querido es por su público.

El actor es el reverso de la medalla de su emulador el político. La del político sobre el estrado, es una hipocresía voluntaria, respondida, reprobada, maldecida y estigmatizada cuando se desempeña un cargo público en representación de los ciudadanos. Por tanto es una hipocresía detestada. Es más: cuanto más hipócrita sea el político, más reprobado, más menospreciado y mayor será el rechazo que produzca su figura. El político hipócrita suele ser ignorante, vanidoso, altivo, distante y… taimadamente embustero. Quizá por eso sea por lo que, cuanto más hipócrita sea el político, más aborrecido es por los ciudadanos.

Un político es alguien que pide nuestro voto afirmando respetar al pueblo; asegurando que trabajará para el pueblo, y que una vez elegido dejará de contar con el pueblo, ni ya buscará la aprobación de nadie.

Un escenario y más aquel en el que se representa la obra de la vida, es la mayor exaltación de la hipocresía, que como la bacteria que causa la putrefacción en los seres vivos, se introduce a hurtadillas en el organismo, pudriendo a su paso la noción de la realidad, haciendo que lo verdadero lo tomemos por falso y lo falso por verdadero, lo bueno lo consideremos malo y lo malo por bueno. Nada tan perverso y pervertidor, porque como experimentados alquimistas, no solo nos ofrecen plomo aparentando oro, sino porque ese oro que nos prometen como solución a nuestras desventuras, no es más que el veneno con el que definitivamente corromperán nuestro espíritu.

El gran teatro de la vida es una obra, en la que como el Tenorio, por sobradamente conocida, los actores ríen, cantan, lloran y hasta hacen el bufón envolviéndose en la bandera para tratar de ocultar la corrupción más descarada, antes que el telón baje y la obra termine sin gloria y sin aplausos. Por eso y como recapitulación de lo dicho podríamos hacerlo con un fragmento de una obra de Quevedo que así reza:

No olvides que es comedia nuestra vida
y teatro de farsa el mundo todo
que muda el aparato por instantes
y que todos en él somos farsantes;
acuérdate que Dios, de esta comedia
de argumento tan grande y tan difuso,
es autor que la hizo y la compuso.
al que dio papel breve,
solo le tocó hacerle como debe;
y al que se le dio largo,
solo el hacerle bien dejó a su cargo.
Si te mandó que hicieses
la persona de un pobre o un esclavo,
de un rey o de un tullido,
haz el papel que Dios te ha repartido;
pues solo está a tu cuenta
hacer con perfección el personaje,
en obras, en acciones, en lenguaje;
que al repartir los dichos y papeles,
la representación o mucha o poca
solo al autor de la comedia toca.

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