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Las leyes deben garantizar los derechos humanos, pero sobre todo los derechos de quienes hacen el bien

Bandas latinas

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Con la emigración que hemos necesitado estos años hemos dejado entrar a individuos indeseables que con la excusa de trabajar han venido a delinquir, a vivir sin trabajar y a incluirnos en el torbellino de sus mafiosas intenciones. Que se hayan adueñado de diversas zonas urbanas y en ellas impere la ley del más canalla es una de las consecuencias nefastas de la falta de control de la emigración. Aquí entraba todo el mundo, viniese a lo que viniese, porque para progres los españoles.

El problema no era ya que hubiese que atender a sus necesidades sociales, escuelas, hospitales, sin que arrimasen el hombro aportando progreso y creando riqueza, sino que eran puros delincuentes dispuestos a explotar a los demás.

La tontuna propia de los discursos fofos propició que les ofreciésemos un respeto que ellos no devolvían y unas leyes que ellos mismos arrollaban cuando les placía. Había que ser comprensivos, humanos y poner a su disposición las bondades de un Estado que pretendían derrotar. No, represión no, jamás pobricos, eso era ser racista.

En la Comunidad de Madrid han empezado a defender los intereses de la gente de bien, han empezado a dejarse de discursos buenistas, al estilo del inútil de León, y poner fuera de nuestras fronteras, a alguno incluso despojado de la nacionalidad española que tan generosamente les habíamos concedido, a los cabecillas de bandas latinas que pretendían convertir un país europeo y medianamente desarrollado en una de sus repúblicas bananeras tercermundistas.

Las leyes deben garantizar los derechos humanos, cierto, pero sobre todo los derechos de quienes hacen el bien, trabajan y sacan adelante sus vidas con el sudor de su frente. En nombre de la comprensión, de la solidaridad internacionalista y de otras zarandajas semejantes se han permitido atracos, extorsiones y violencia. Los delincuentes deben estar en las cárceles y los hombres de bien en su casa, en el trabajo o en el bar de la esquina.

Bandas latinas

Las leyes deben garantizar los derechos humanos, pero sobre todo los derechos de quienes hacen el bien
Pedro de Hoyos
viernes, 27 de febrero de 2015, 08:18 h (CET)
Con la emigración que hemos necesitado estos años hemos dejado entrar a individuos indeseables que con la excusa de trabajar han venido a delinquir, a vivir sin trabajar y a incluirnos en el torbellino de sus mafiosas intenciones. Que se hayan adueñado de diversas zonas urbanas y en ellas impere la ley del más canalla es una de las consecuencias nefastas de la falta de control de la emigración. Aquí entraba todo el mundo, viniese a lo que viniese, porque para progres los españoles.

El problema no era ya que hubiese que atender a sus necesidades sociales, escuelas, hospitales, sin que arrimasen el hombro aportando progreso y creando riqueza, sino que eran puros delincuentes dispuestos a explotar a los demás.

La tontuna propia de los discursos fofos propició que les ofreciésemos un respeto que ellos no devolvían y unas leyes que ellos mismos arrollaban cuando les placía. Había que ser comprensivos, humanos y poner a su disposición las bondades de un Estado que pretendían derrotar. No, represión no, jamás pobricos, eso era ser racista.

En la Comunidad de Madrid han empezado a defender los intereses de la gente de bien, han empezado a dejarse de discursos buenistas, al estilo del inútil de León, y poner fuera de nuestras fronteras, a alguno incluso despojado de la nacionalidad española que tan generosamente les habíamos concedido, a los cabecillas de bandas latinas que pretendían convertir un país europeo y medianamente desarrollado en una de sus repúblicas bananeras tercermundistas.

Las leyes deben garantizar los derechos humanos, cierto, pero sobre todo los derechos de quienes hacen el bien, trabajan y sacan adelante sus vidas con el sudor de su frente. En nombre de la comprensión, de la solidaridad internacionalista y de otras zarandajas semejantes se han permitido atracos, extorsiones y violencia. Los delincuentes deben estar en las cárceles y los hombres de bien en su casa, en el trabajo o en el bar de la esquina.

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