"No vuelva usted aquí a hacer y decir nada". Esta sentencia no la he leído en un libro de Historia, no se encuentra en ningún diario de sesiones de las Cortes franquistas, ni tan siquiera en las Cortes de Valladolid de la época de María de Molina. No. Esta sentencia la escuché hoy, por televisión, de boca del presidente del Gobierno dirigida al jefe de la oposición. En el último debate sobre el estado de la Nación de esta agobiante y escandalosa legislatura.
Si el "no vuelva usted aquí a hacer y decir nada" del señor Rajoy lo sumamos al "caloret" de la alcaldesa de Valencia y al "relaxing cup of café con leche" de la señora de Aznar, nos podemos hacer una idea muy precisa de lo que el PP entiende por decencia, cortesía parlamentaria, libertad de expresión, respeto a la sensibilidad cultural del paisanaje y excelencia en la educación. Reconozco que, con todo, lo más sangrante es lo de Rita Barberá; en más de veinte años al frente del Ayuntamiento de su pueblo no ha sido capaz de aprender la lengua vernácula de sus paisanos; vamos, ni siquiera Carlos V (oriundo de Flandes) mostró tal desprecio por la lengua de sus súbditos; en Yuste, donde murió, llegó a hablar el castellano decentemente. Pero resulta inquietante constatar la miseria argumental de un presidente de Gobierno que, tras leer un discurso repleto de elogios a su propia gestión, deja escapar de lo más profundo de su inconsciente el franquito que lleva dentro.
Tomémoslo con calma. Pensemos en que estamos viviendo una pesadilla que se acabará a finales de año, después de las elecciones generales. Y crucemos los dedos. Con un poco de suerte, para el año que viene, los escaños del Congreso de los Diputados estarán ocupados por otras gentes.