No hay adjetivos para describir lo que ocurrió el último día del mes de abril en el Auburn Hills de Detroit. Quinto partido de la Final del Este de la NBA. Los Pistons, tras superar a los Cavaliers en los dos primeros partidos de la serie, vieron cómo el conjunto de Mike Brown lograba igualar la serie.

Pero no podían imaginar que esa noche, una de las grandes estrellas de la Liga, Lebron James, iba a entrar en la Historia de este deporte. Y lo hizo gracias a una portentosa actuación, digna de ser recordada. Anotó 48 puntos,de todos los colores, incluidos los últimos 25 de su equipo.

Dos días después, los Pistons no pudieron recuperarse del mazazo, cayeron en Cleveland y permitirán la disputa de una final inédita frente a los reyes del Oeste: los Spurs de San Antonio. Flip Saunders intentó corregir en el sexto partido muchos de los errores que facilitaron a la estrella de Ohio firmar la heroica actuación del pasado jueves, pero llegaron tarde. El golpe de gracia habia sido ya asestado. Nadie, en su sano juicio, y ante el asombroso acierto que demostró Lebron en aquel encuentro, se hubiese quedado de brazos cruzados, atónito, frente a lo que pasaba ante sus ojos. Saunders no reaccionó. No ordenó ayudas, marcajes dobles ni una especial atención a la megaestrella de Cleveland. Así le fue.

Pero ojo, algo está ocurriendo en la NBA. Probablemente se trate de una de las primeras ocasiones en las que un equipo llega a una final dependiendo de forma tan clara de un jugador. James no tiene un claro escudero como lo tuvieron Jordan, Magic, Bird, Malone o, por ejemplo, su próximo rival, Tim Duncan. Y por eso se presume sumamente interesante la final de este año, o lo que viene a ser lo mismo: Lebron contra el mundo.