Estamos en Carnaval, todo el mundo lo sabe y algunos o muchos lo celebran. Si
hay lugares donde las gentes se disfrazan, modifican su identidad, porque eso les anima
y divierte, es en los lugares donde el Carnaval se ha hecho fuerte, se ha hecho desfile, se
ha hecho premio, se ha hecho chirigota o se ha hecho fiesta. Todos saben cuáles son
esos lugares, la fama les delata. Hace unos días en Miguelturra, cuna de máscaras y
caretas, muchos jóvenes no todos de la localidad, se citaban para lo que era una especie
de botellón disfrazado de botella locuaz, llena y divertida, con abundante vestuario de
color, pero con poca máscara. Un personaje, no se sabe si mujer u hombre transformado
de cabeza a los pies, modificaba su voz en la calle frente a una pareja, bien podrían ser
amigos. En Carnaval, el misterio de quién es esa persona que hay enfrente es lo que
importa, ¿quién es ella?, sabe mucho de mí y además es graciosa, pero no acierto
adivinar, tal cual va de escondido y cambiado. Mañana quizá salgamos de la duda
cuando lo veamos en la panadería. Muy buen actor o actriz la mascarita.
Así, como debe ser, con voz distorsionada y femenina, tipo grillo, para confundir
a los demás, y es que hay mucha gente confundida que se deja engañar; muchas
preguntas con la frase de ¿a que no me conoces?, el gritico despista y el antifaz con la
tela debajo descoloca el rostro. Así fueron las máscaras artesanas y aseadas, no
guarronas, de mi infancia. Todavía hay lugares auténticos donde se puede ver esto, pero
ya son los menos.
Ahora se lleva más lo de la máscara nacional, aparecen por miles con su máscara
a cuestas a modo de imputado. Y los jueces con su disfraz o atuendo de puñetas y toga,
y las juezas, muy bien vestidas ellas y elegantes, tirando de maleta, porque no puedes
fiarte de que en un momento dado alguien te haga perder un documento importante, un
papel o un archivo, porque se pierden, que sirva para desenmascarar a alguna persona
que merece dejar de pasear con orgullo de poderoso. Ellos, los jueces, sin más careta,
son los que dan bien la cara.
Está claro que a la gente le gusta disfrazarse, hacer mofa de todo personajillo
nacional viviente; eso será siempre gracioso, qué otro remedio queda cuando la reacción
ante el robo de los hipócritas ya no sostiene rabias ni consuelos ante tanta denuncia o
querella para un país pequeño como el nuestro. Entonces, ¿qué nos queda? Reímos por
no llorar, mientras los disfrazados del soborno o imitados ríen también quizá para sus
adentros. Artistas en la cárcel: buena troupe para carnaval. Político entre rejas: buen
personaje para las Fallas o el esperpento. Héroes caídos, donde antes todos ponían para
salvarles su mano al fuego, ahora son personajes patraña, personas que pierden la
dignidad a medida que avanza el Carnaval o la Cuaresma. La toga y las puñetas contra
lo inconveniente del disfraz. Ojalá podamos decir de forma transparente: ahora sí te
conozco. Esa es la verdadera careta. Es la que queda.