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Capítulo 8

La boda de Tani

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Ya soy cronista oficial y utilizo el rigor de mi rango. Casa de Xandru, Villaviciosa, febrero de 2013.

Don Juan me informa de que cumplirá 31años el mismo día de la boda de su hija primogénita Tani y me entrega las listas de invitados. Soy su cronista. Todo está hablado y arreglado, y yo me quedo tranquilo con mis problemas de liquidez. ¡Qué escarnio para los del Gaitero! Villaviciosa está con el rumano. Bueno, faltan algunos en las listas de los grandes, pero muy pocos y las ausencias están ampliamente cubiertas por la asistencia de otros mucho más grandes.

Me mira como si esperara mi admiración. No estoy, para nada, impresionado. Me lo imaginaba más bien por la experiencia en mis propias carnes, y la verdad es que no me siento a gusto en esa chusma.

Xandru me salva de una prueba que habría suspendido.

-Eso no nos concierne, ¿verdad?

Ha borrado el desprecio que mi insensatez se empeña en mostrar. Pienso en mi cuenta bancaria limpia y en el poder de mi mecenas. El calor de la chimenea, una música terriblemente barroca y suave, el champán, las ostras y la exquisitez del olor a leña de “marca” están muy lejos de la guarida de aquel Xandru cada día más descuidado, abatido y perseguido por las deudas que conocí. Es un cambio y ahora sí tengo ante mí a un marqués de Bradomín más poderoso que el que creara Valle Inclán. Al diablo con la chusma de invitados; no está prevista mi asistencia y tampoco se me piden valoraciones.

Don Juan parece habernos aprobado.

-Somos un equipo, eso es lo que me gusta a mí.

Ya no he necesitado a Xandru para descartar preguntas que me azotan. En ningún momento se me ha explicado lo que se va a hacer con mi relato. Esto es lo que hay. ¿Por qué Xandru tendría que volver a vivir como un “pringao” cuando puede disfrutar de lo que tiene ahora? Me encanta el buen “champagne” cuando no lo mezclo con otra cosa. Es muy traidor.

Me encuentro muy a gusto con Xandru y con don Juan. ¿Por qué seguimos tratándole de don, desoyendo sus porfías para que no lo hagamos? Yo creo que porque todos sabemos que es mejor hacerlo así; a él le gusta, aunque pretenda lo contrario, y bueno, también nos gusta a nosotros hacerlo.

Es un tipo duro, sí; no parece temblarle el pulso y tiene la piel bien curtida. Saborea su victoria con parsimonia, mira las listas de invitados que me acaba de entregar como si se tratara de marmotas y se provoca un tupido eructo. No me siento impresionado, pero sí defraudado.

Bien poco le importa. Tira del cordón del reloj de cuco como una rutina. Todo está en orden; el pringue que quedaba hace unos días va desapareciendo a la velocidad del Concorde. La choza de Xandru empieza a parecerse a la mansión que era… Don Juan sabe mandar y también impresionarme. Sus órdenes nos han traído un lienzo que arranca un grito de la garganta de Xandru.

Don Juan lo observa todo, estoy convencido de que no se le escapa nada. Yo estoy muy inquieto por Xandru. Es como si un rayo lo hubiera clavado al suelo.

-Lo había escondido porque la humedad y la carcoma… -Se enjuaga una lágrima que se le escapa-. No me gustaba verla en el estado en que la tenía y ahora me la devuelves como era, aquí mismo, cuando iba a dejar esta casa para casarse con mi padre. ¿Cómo lo has logrado? ¿Cómo has adivinado que era lo que más quería reparar?

Nuestro patrón sabe muy bien impresionarnos. Nunca le he visto hacer anotaciones, quizá para no perderse el mínimo detalle. Yo he visitado en varias ocasiones los desvanes de la casona destartalada de Xandru, pero siempre con ansias de largarme; apestan y están apestados de ratas y de murciélagos, ¿cómo iba a descubrir la presencia de la difunta madre de Xandru o las ansias de éste por “recuperar el tiempo perdido?

Don Juan parece pasar de largo estas consideraciones.

-La restauración no ha sido tan complicada, aunque ha habido que presionar mucho para tenerlo hoy.

-¿Por qué hoy?

-¿No te parece que ha hecho efecto?

Sí lo ha hecho. Xandru cuelga el cuadro donde siempre había estado y me doy cuenta, parece que él también, que el rincón había sido, como el cuadro, magistralmente rehabilitado; hasta en la utilización del juego de luces y sombras que dejaba pasar una pequeña ventana escavada en los gruesos muros de la casona, la luz de las velas aviva los colores desvaídos de un horizonte negro La madre tenía 18 años y centraba su mirada en el muro, como si se dispusiera a traspasarlo.

Esta casa empieza a poblarse, como en los buenos tiempos y Xandru ya no disimula sus lágrimas. No puede ser. Se trata de un cuento demasiado bonito para ser cierto. Don Juan me tiende una copa de un excelente “champagne” que lleva su marca y su estilo y, desde luego, todo es muy real, hasta los sollozos de Xandru. Me siento arropado por un ambiente acogedor y don Juan aprovecha su estocada.

-Yo también he hecho restaurar miles de veces la foto que conservo de mi madre. Antes lo hacía por mis propios medios, ahora lo encargo a profesionales, la tengo también en un rincón del salón, pero no es tan bonito como éste…

Yo no guardo fotos y carezco de retratos. No se me ocurre respuesta, pero ellos tienen una retahíla de recuerdos. La madre de don Juan tenía 25 años cuando se llevaron a su hijo de 10 al reformatorio para delincuentes peligrosos y reincidentes. Se la sacó a toda prisa en el fotomatón de la esquina, ante las reclamaciones de un recuerdo suyo, que le gritaba su hijo. Fue el primo enamorado quien pintó el retrato de su amada, como si su recuerdo hubiera podido impedir la marcha. La madre de Xandru lo tenía siempre allí y lo guardaba como oro en paño, sin pensar nunca en llevárselo a su nueva casa. Siempre conservó la de Villaviciosa, la familia pasaba temporadas y tenían gente para cuidar de ella.

Se ponen un poco pesados con los recuerdos de sus madres, don Juan no volvió a ver a la suya y Xandru siempre se sentía excluido cuando su madre se adentraba en sueños que a ella sólo pertenecían. Se pasaba horas sentada en el tan bien restaurado rincón, y se diría que se obstinaba en seguir la mirada de la joven del retrato.

Se abrazan y lo celebran. No es exactamente que me sea indiferente todo eso, pero me parece un poco excesivo. No se trata, a fin de cuentas, de otra cosa que de trozos de papel o de lienzo y de medios para pagar las restauraciones. ¿Cuánto va a durar a Xandru esta efímera opulencia? Cuando se apaguen las velas del festín, si alguien no lo remedia, todo volverá a ser una pocilga. Bueno… podría ser buen negocio para don Juan. Se hace con propiedades a través de unos gastos que están en el fondo inversiones, puesto que será heredero de las propiedades reparadas. Ahora dora las bodas de su hija con los blasones rehabilitados. No puedo compartir los roles, incluido el del marqués de Bradomín. Xandru y don Juan se pasan un pelín.

El último me rellena la copa y el frescor ultra seco me saca de mis cábalas para hablarme de su tren eléctrico que recorre tres o cuatro salones de su mansión.

-Me lo he ido haciendo, palmo a palmo, a lo largo de toda mi vida, será para el primogénito de mi primogénita.

Realmente no se me ocurre comentar nada, salvo lo de los Derechos Humanos. Xandru tiene, por el contrario, mucho que contar. Estos hombres vuelven a encontrarse, como ya lo he comprobado, en las historias de sus madres; no creo que Xandru piense en nietos a quienes dejar su tren eléctrico, pero sí comparte en tener uno que ha ido aumentando toda una vida, lo mismo que su colección de soldaditos de plomo. No sabe muy bien dónde están, pero en algún camarote. Los perdió de vista desde que dejó de poder comprar, pero nunca ha vendido ninguno.

Don Juan hace muy bien su papel de mago, apenas empuja la flamantemente restaurada puerta corrediza que comunica con la sala contigua y aparecen, cuidadosamente colocados y restaurados, trenes y soldaditos que costarían una fortuna. Con la ocasión he descubierto las maderas, cristaleras y pinturas que antes no daban sino grima.

Don Juan ha hecho un buen negocio, había pasta donde nadie sabíamos ver. ¿Tendrá esto algo que ver con sus negocios? No me parece que sea así. En realidad hay dos don Juanes, el de ahora y el que impone cuando da las órdenes que consiguen los milagros.

Ese don Juan no admite equivocaciones, excusas o demoras. Los destinatarios saben muy bien lo que hay y lo que les espera. No, los negocios de don Juan están equipados para menesteres de mayor riesgo y envergadura.

No impide que también sea capaz de emocionarse con raíles, vagones, trenes y soldaditos de plomo. Ahí están los dos, pasmarotes en sus infancias, por tanto tan desiguales. Es una imagen muy bonita, en la que me incluye don Juan rellenando con mucha calma mi copa.

Recuerdo a mis anfitriones que el encuentro, supuestamente, era para meter la boda de Tani en la crónica.

Me da la impresión de que don Juan me está despidiendo y de que no tiene intención de responder a mi requerimiento. Me quedo esperando mientras él se reúne con Xandru para jugar a trenes y soldaditos de plomo. Me siento la mugre que antes poblaba esta mansión y toso como si esperara que alguien reparara en mi espera. Nada, que no soy don Juan y que nadie me obedece. Me acerco a ellos, mucho más desesperanzado. Espero…

-¿Estás aún aquí? Si hace falta, pide que traigan otra botella y sírvete cuanto te plazca.

-Pero, ¿y la crónica?

-Pensé que lo tenías muy claro, sigue como vas y lo único que tienes que hacer es darme voz. Ya te he mostrado suficiente por hoy, y está claro que no sabes compartir nuestros juegos. Ya tienes la pasta, ¿no?

Opto por irme, sé perfectamente dónde está la puerta, no necesito que me acompañen. Me grita.

-Y pon un poco más de sal en las tertulias; de inyectar pasta ya me ocupo yo.

¿Recuerdas los “tiovivos”? Pues eso es exactamente lo que quiero. Mañana es el día de mi cumpleaños y el de la boda de mi primogénita.

La boda de Tani

Capítulo 8
Carlos Ortiz de Zárate
miércoles, 18 de febrero de 2015, 08:27 h (CET)
Ya soy cronista oficial y utilizo el rigor de mi rango. Casa de Xandru, Villaviciosa, febrero de 2013.

Don Juan me informa de que cumplirá 31años el mismo día de la boda de su hija primogénita Tani y me entrega las listas de invitados. Soy su cronista. Todo está hablado y arreglado, y yo me quedo tranquilo con mis problemas de liquidez. ¡Qué escarnio para los del Gaitero! Villaviciosa está con el rumano. Bueno, faltan algunos en las listas de los grandes, pero muy pocos y las ausencias están ampliamente cubiertas por la asistencia de otros mucho más grandes.

Me mira como si esperara mi admiración. No estoy, para nada, impresionado. Me lo imaginaba más bien por la experiencia en mis propias carnes, y la verdad es que no me siento a gusto en esa chusma.

Xandru me salva de una prueba que habría suspendido.

-Eso no nos concierne, ¿verdad?

Ha borrado el desprecio que mi insensatez se empeña en mostrar. Pienso en mi cuenta bancaria limpia y en el poder de mi mecenas. El calor de la chimenea, una música terriblemente barroca y suave, el champán, las ostras y la exquisitez del olor a leña de “marca” están muy lejos de la guarida de aquel Xandru cada día más descuidado, abatido y perseguido por las deudas que conocí. Es un cambio y ahora sí tengo ante mí a un marqués de Bradomín más poderoso que el que creara Valle Inclán. Al diablo con la chusma de invitados; no está prevista mi asistencia y tampoco se me piden valoraciones.

Don Juan parece habernos aprobado.

-Somos un equipo, eso es lo que me gusta a mí.

Ya no he necesitado a Xandru para descartar preguntas que me azotan. En ningún momento se me ha explicado lo que se va a hacer con mi relato. Esto es lo que hay. ¿Por qué Xandru tendría que volver a vivir como un “pringao” cuando puede disfrutar de lo que tiene ahora? Me encanta el buen “champagne” cuando no lo mezclo con otra cosa. Es muy traidor.

Me encuentro muy a gusto con Xandru y con don Juan. ¿Por qué seguimos tratándole de don, desoyendo sus porfías para que no lo hagamos? Yo creo que porque todos sabemos que es mejor hacerlo así; a él le gusta, aunque pretenda lo contrario, y bueno, también nos gusta a nosotros hacerlo.

Es un tipo duro, sí; no parece temblarle el pulso y tiene la piel bien curtida. Saborea su victoria con parsimonia, mira las listas de invitados que me acaba de entregar como si se tratara de marmotas y se provoca un tupido eructo. No me siento impresionado, pero sí defraudado.

Bien poco le importa. Tira del cordón del reloj de cuco como una rutina. Todo está en orden; el pringue que quedaba hace unos días va desapareciendo a la velocidad del Concorde. La choza de Xandru empieza a parecerse a la mansión que era… Don Juan sabe mandar y también impresionarme. Sus órdenes nos han traído un lienzo que arranca un grito de la garganta de Xandru.

Don Juan lo observa todo, estoy convencido de que no se le escapa nada. Yo estoy muy inquieto por Xandru. Es como si un rayo lo hubiera clavado al suelo.

-Lo había escondido porque la humedad y la carcoma… -Se enjuaga una lágrima que se le escapa-. No me gustaba verla en el estado en que la tenía y ahora me la devuelves como era, aquí mismo, cuando iba a dejar esta casa para casarse con mi padre. ¿Cómo lo has logrado? ¿Cómo has adivinado que era lo que más quería reparar?

Nuestro patrón sabe muy bien impresionarnos. Nunca le he visto hacer anotaciones, quizá para no perderse el mínimo detalle. Yo he visitado en varias ocasiones los desvanes de la casona destartalada de Xandru, pero siempre con ansias de largarme; apestan y están apestados de ratas y de murciélagos, ¿cómo iba a descubrir la presencia de la difunta madre de Xandru o las ansias de éste por “recuperar el tiempo perdido?

Don Juan parece pasar de largo estas consideraciones.

-La restauración no ha sido tan complicada, aunque ha habido que presionar mucho para tenerlo hoy.

-¿Por qué hoy?

-¿No te parece que ha hecho efecto?

Sí lo ha hecho. Xandru cuelga el cuadro donde siempre había estado y me doy cuenta, parece que él también, que el rincón había sido, como el cuadro, magistralmente rehabilitado; hasta en la utilización del juego de luces y sombras que dejaba pasar una pequeña ventana escavada en los gruesos muros de la casona, la luz de las velas aviva los colores desvaídos de un horizonte negro La madre tenía 18 años y centraba su mirada en el muro, como si se dispusiera a traspasarlo.

Esta casa empieza a poblarse, como en los buenos tiempos y Xandru ya no disimula sus lágrimas. No puede ser. Se trata de un cuento demasiado bonito para ser cierto. Don Juan me tiende una copa de un excelente “champagne” que lleva su marca y su estilo y, desde luego, todo es muy real, hasta los sollozos de Xandru. Me siento arropado por un ambiente acogedor y don Juan aprovecha su estocada.

-Yo también he hecho restaurar miles de veces la foto que conservo de mi madre. Antes lo hacía por mis propios medios, ahora lo encargo a profesionales, la tengo también en un rincón del salón, pero no es tan bonito como éste…

Yo no guardo fotos y carezco de retratos. No se me ocurre respuesta, pero ellos tienen una retahíla de recuerdos. La madre de don Juan tenía 25 años cuando se llevaron a su hijo de 10 al reformatorio para delincuentes peligrosos y reincidentes. Se la sacó a toda prisa en el fotomatón de la esquina, ante las reclamaciones de un recuerdo suyo, que le gritaba su hijo. Fue el primo enamorado quien pintó el retrato de su amada, como si su recuerdo hubiera podido impedir la marcha. La madre de Xandru lo tenía siempre allí y lo guardaba como oro en paño, sin pensar nunca en llevárselo a su nueva casa. Siempre conservó la de Villaviciosa, la familia pasaba temporadas y tenían gente para cuidar de ella.

Se ponen un poco pesados con los recuerdos de sus madres, don Juan no volvió a ver a la suya y Xandru siempre se sentía excluido cuando su madre se adentraba en sueños que a ella sólo pertenecían. Se pasaba horas sentada en el tan bien restaurado rincón, y se diría que se obstinaba en seguir la mirada de la joven del retrato.

Se abrazan y lo celebran. No es exactamente que me sea indiferente todo eso, pero me parece un poco excesivo. No se trata, a fin de cuentas, de otra cosa que de trozos de papel o de lienzo y de medios para pagar las restauraciones. ¿Cuánto va a durar a Xandru esta efímera opulencia? Cuando se apaguen las velas del festín, si alguien no lo remedia, todo volverá a ser una pocilga. Bueno… podría ser buen negocio para don Juan. Se hace con propiedades a través de unos gastos que están en el fondo inversiones, puesto que será heredero de las propiedades reparadas. Ahora dora las bodas de su hija con los blasones rehabilitados. No puedo compartir los roles, incluido el del marqués de Bradomín. Xandru y don Juan se pasan un pelín.

El último me rellena la copa y el frescor ultra seco me saca de mis cábalas para hablarme de su tren eléctrico que recorre tres o cuatro salones de su mansión.

-Me lo he ido haciendo, palmo a palmo, a lo largo de toda mi vida, será para el primogénito de mi primogénita.

Realmente no se me ocurre comentar nada, salvo lo de los Derechos Humanos. Xandru tiene, por el contrario, mucho que contar. Estos hombres vuelven a encontrarse, como ya lo he comprobado, en las historias de sus madres; no creo que Xandru piense en nietos a quienes dejar su tren eléctrico, pero sí comparte en tener uno que ha ido aumentando toda una vida, lo mismo que su colección de soldaditos de plomo. No sabe muy bien dónde están, pero en algún camarote. Los perdió de vista desde que dejó de poder comprar, pero nunca ha vendido ninguno.

Don Juan hace muy bien su papel de mago, apenas empuja la flamantemente restaurada puerta corrediza que comunica con la sala contigua y aparecen, cuidadosamente colocados y restaurados, trenes y soldaditos que costarían una fortuna. Con la ocasión he descubierto las maderas, cristaleras y pinturas que antes no daban sino grima.

Don Juan ha hecho un buen negocio, había pasta donde nadie sabíamos ver. ¿Tendrá esto algo que ver con sus negocios? No me parece que sea así. En realidad hay dos don Juanes, el de ahora y el que impone cuando da las órdenes que consiguen los milagros.

Ese don Juan no admite equivocaciones, excusas o demoras. Los destinatarios saben muy bien lo que hay y lo que les espera. No, los negocios de don Juan están equipados para menesteres de mayor riesgo y envergadura.

No impide que también sea capaz de emocionarse con raíles, vagones, trenes y soldaditos de plomo. Ahí están los dos, pasmarotes en sus infancias, por tanto tan desiguales. Es una imagen muy bonita, en la que me incluye don Juan rellenando con mucha calma mi copa.

Recuerdo a mis anfitriones que el encuentro, supuestamente, era para meter la boda de Tani en la crónica.

Me da la impresión de que don Juan me está despidiendo y de que no tiene intención de responder a mi requerimiento. Me quedo esperando mientras él se reúne con Xandru para jugar a trenes y soldaditos de plomo. Me siento la mugre que antes poblaba esta mansión y toso como si esperara que alguien reparara en mi espera. Nada, que no soy don Juan y que nadie me obedece. Me acerco a ellos, mucho más desesperanzado. Espero…

-¿Estás aún aquí? Si hace falta, pide que traigan otra botella y sírvete cuanto te plazca.

-Pero, ¿y la crónica?

-Pensé que lo tenías muy claro, sigue como vas y lo único que tienes que hacer es darme voz. Ya te he mostrado suficiente por hoy, y está claro que no sabes compartir nuestros juegos. Ya tienes la pasta, ¿no?

Opto por irme, sé perfectamente dónde está la puerta, no necesito que me acompañen. Me grita.

-Y pon un poco más de sal en las tertulias; de inyectar pasta ya me ocupo yo.

¿Recuerdas los “tiovivos”? Pues eso es exactamente lo que quiero. Mañana es el día de mi cumpleaños y el de la boda de mi primogénita.

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