Confío en que los acuerdos de estado firmados estas últimas semanas entre los Populares y el Partido Socialista, no se conviertan en una costumbre, malsana a mi modesto entender, especialmente porque si nos atenemos a los resultados de las diferentes encuestas postreras de intención directa de voto resulta que no se hace otra cosa que obviar la opinión de otras fuerzas políticas, que acaso tienen mucho que decir al respecto.
No en vano, partidos como UPyD, Ciudadanos o Podemos, se han apresurado a poner el grito en el cielo porque consideran un serio atropello a sus intereses esos pactos que, por muy buena voluntad que se les presuma a las dos partes en coalición, además de ficticios no representan todo el sentir de quienes les auparon hasta el lugar de privilegio que ocupan.
Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, ambos líderes a día de hoy de las dos formaciones mayoritarias de nuestro país, no dudan en renegar siempre que tienen la oportunidad del calificativo con el que Pablo Iglesias se refiere a los políticos de rancio abolengo, pero sin embargo ambos deciden reunirse en conclave siempre que les place, como si fuesen los únicos políticos bendecidos con determinado pedigrí para poder firmar un tratado o cualquier otro acuerdo que pueda afectar al futuro de toda o de la mayor parte de la población española.
Pienso que se equivoca quien crea que por sí solo, o firmando pactos contra natura junto a sus más acérrimos adversarios, alcanzará la redención por las iniquidades que se cometieron en el pasado y al amparo de resoluciones equivocadas. Pero como ambos ya son mayorcitos, bajo su responsabilidad queda cualquiera de sus excentricidades, por generosas e indulgentes que estas puedan llegar a ser.