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Alfredo Palacio: sus respuestas

“No discrimino, como lector, los efectos que me produce la poesía”

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Alfredo Palacio nació el 23 de diciembre de 1949 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, la Argentina. Fue incluido en antologías poéticas de su país y del exterior y textos suyos han sido traducidos y publicados en portugués, catalán y francés. Además de haber colaborado en revistas de soporte papel, lo ha hecho en Sitios, blogs y revistas electrónicas de América y Europa. En 2007 co-dirigió con Alicia Grinbank, Alberto Boco y Rolando Revagliatti el Café Literario “Mirá Lo Que Quedó” en el Centro Cultural “Raíces”. En ese mismo año se editó su poemario “Filamentos” (Ediciones del Dock; Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores, filial Tafí Viejo, provincia de Tucumán, 2009; Primer Premio a mejor libro editado entre 2005-2010, otorgado en Santa Rosa, capital de la provincia de La Pampa, 2010). Permanecen inéditos “Segundos afuera” (2009) y “BluesEros” (2011; Primer Premio en el 1º Concurso Internacional de Poesía Marosa Di Giorgio, en Salto, Uruguay, 2013). Ha obtenido varios primeros premios y numerosas menciones en certámenes nacionales y de Uruguay, México y España.

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– Ya tengo cargada mi cámara de 16 milímetros con película sensible. Y la primera toma, Alfredo, la intentamos desde tu nacimiento.
– Nací en el barrio de Flores y allí residí hasta los veintitrés años. Desde entonces, en diversos barrios (en la actualidad, en el de Colegiales), y sin salirme de los límites de nuestra ciudad. Cursé estudios primarios y secundarios en la escuela pública, universitarios de abogacía, abandonados, en la universidad pública y en la privada, y estudios terciarios sobre temas de banca, economía y administración de empresas en universidades privadas. Soy consultor empresario, hace unos veinte años que trabajo por mi cuenta, tras larga trayectoria en el sistema financiero y empresario.

Esperaba ansioso los extensos veranos de mi niñez para dar cuenta serialmente de la recordada Colección Robin Hood: “Ivanhoe”, “El príncipe valiente”, “Bomba”, “Los caballeros del Rey Arturo”, “El último mohicano”, las novelas del italiano Emilio Salgari (1862-1911), las que tenían a D’Artagnan como protagonista… Y es a los seis años que empiezo mis estudios de inglés, los que continuaría hasta los dieciocho: pura gramática inglesa e increíbles lecturas en ese idioma: Oscar Wilde completo, John Steinbeck, William Shakespeare, Somerset Maughan, Pearl S. Buck, J. D. Salinger, etc. Hasta que comenzó a decaer mi entusiasmo por la lengua británica. Tuvimos la explosión de The Beatles y la movida de los ’60, y allí me enfrasqué en interminables traducciones de las letras de los grupos de rock. Tanto o más que la literatura en mi vida predomina la música (ejercí de disc jockey). Gran parte de mi creación literaria se maridó a la par de Pink Floyd, Joan Manuel Serrat, Bill Evans, Keith Jarrett, Silvio Rodríguez, John Coltrane, Astor Piazzola, Dexter Gordon, Egberto Gismonti. Mis instrumentos predilectos son el saxo tenor y el contrabajo. Respecto de mi máximo deseo, Rolando, me reconozco como un músico frustrado.

Mis rudimentarios intentos de expresión poética se avizoran allá por mis diecinueve años, con las clásicas versificaciones promovidas por mi primer amor arrasador. Me doy a transitar la Generación Poética Española del ’27 (con preferencia hacia Vicente Aleixandre, Luis Cernuda y Federico García Lorca), Paul Eluard, Dylan Thomas, René Char, Jacques Prévert, Henri Michaux, Arthur Rimbaud… Pero el impacto que me instó a vincularme intensa y definitivamente con la poesía fue cuando descubro en una Feria del Libro, un pequeño volumen de Monte Ávila, soberbia editorial de Venezuela, que contenía “Poesía vertical” (de la primera a la quinta colección de esa dilatada propuesta) de Roberto Juarroz (1925-1995). Aquello fue un descubrimiento sin retorno: perdura como mi poeta favorito y por su obra me percibo influenciado. Potenciándose con Eluard y Rimbaud más ciertos libros de Antonin Artaud, y tres locales y esenciales: Joaquín Giannuzzi, Raúl Gustavo Aguirre, Edgar Bayley.

– Ya afiatado lector, ¿qué siguió sucediendo?
– En compañía de mi amigo y hermano de vida, el poeta Alberto Boco, llego al taller que coordinaba Mario Morales, maestro, disparador y ordenador a la vez, de todo ese material que caóticamente venía abordando. Me lanzó a las poéticas de la Beat Generation: Gregory Corso, Lawrence Ferlinghetti, Allen Ginsberg, así como a las de Ezra Pound, T. S. Elliot, William Blake, Allen Tate, Hart Crane. Consubstanciado con el ritmo y la musicalidad que hallé en la lengua inglesa, procuro acceder a mi voz propia. En el taller conozco a quien fue convirtiéndose también en una hermana de vida, la escritora Alicia Grinbank. Tras dos años con Morales, Alicia, Alberto y yo hicimos taller durante un año con quien representa su antítesis: el poeta y ensayista Santiago Kovadloff. Enriquecedoras ambas incursiones. Y aunque después estuve casi doce meses sin trazar un verso en el papel, asumí que había hallado lo que sin saber, intuitivamente, fui a buscar: la síntesis, el peso del sustantivo, la moderación y cautela con la adjetivación. De ahí en más, en solitario y permanente trabajo, generé una estimable autoexigencia en la resolución de mis textos, desembocando en el verso en general breve y preciso. En la última década advierto en mí además el hálito de las poéticas de Juan García Gayo y Marcos Silber, y la de otros dos que me impactaron por su poesía potente y descarnada: Miguel Ángel Bustos y Jorge Boccanera.

– En muchas ocasiones, a lo largo de treinta años, participaste en mesas de lectura, ciclos de poesía, presentaciones de libros. Escasas y muchas veces insípidas son las declaraciones de quienes trasmiten en reportajes lo que les sucede –como lectores y como público- en los ámbitos de lectura, según estén bien, regular o pésimamente organizados los eventos o cafés literarios, y según las condiciones de audición y confort de los espacios físicos. ¿Te animarías a hurgar en tus recuerdos, y aunque sea sin citar nombres de organizadores ni títulos de las propuestas, explayarte sobre lo que te ha sucedido en algunas oportunidades?
– En ese más que extenso período de participar en la movida poética porteña (con algunas incursiones leyendo en las ciudades de Rosario, Tucumán y Campana), leí en ciclos por demás diversos, buenos, regulares y pésimos. Resaltando siempre el empeño y buena voluntad de los organizadores, los hubo (y los hay aún) por demás “multitudinarios” (en uno éramos once los invitados para leer…), donde a los concurrentes se les debe producir no poco enjambre de voces, además de que siendo tantos cada invitado alcanza a leer un par de textos, o algunos más si son muy breves, que para nada llegan a representar ni su voz ni su estilo. Es como cuando en nuestra época de estudiantes secundarios abordábamos la historia medieval con los resúmenes Lerú. En cuanto a lo ambiental, muchos reductos son incómodos, sin un equipo de sonido que permita escuchar con claridad. Además irrumpen los que, desempolvando su crecido ego, se toman por su cuenta el doble o triple de minutos que sus colegas, así como están los coordinadores que incurren en severos desniveles en cuanto a la calidad poética de los especialmente invitados.

Un condimento que nunca apoyé es el “micrófono abierto” (sabés que fue todo un tema cuando estábamos armando “Mirá Lo Que Quedó”). Si bien admito que hay que dar oportunidades de leer a todos, sucede que de repente en esa lectura hay un poeta, digamos, consagrado, y algunos que “ejercen” el micrófono abierto casi aún no saben lo que es un poema. Es una falta de respeto para el poeta en cuestión, y también para el principiante, pues es inevitable compararlos, y hasta suele generar un trauma en el principiante, al percatarse que él todavía ni arrancó en el oficio. Soy partidario de mesas de lectura que no excedan de los tres poetas, e idealmente dos. Eso permite que cada uno desarrolle el devenir de su obra y que quienes los escuchan terminen conociéndolos medianamente.

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- ¿A qué poetas destacarías por su forma de leer en público? ¿Coincidirías conmigo en que muchos boicotean sus presentaciones leyendo demasiado bajo o resistiéndose a “apuntar” hacia el micrófono o poniéndose a buscar entre papeles o entre libros de forma improvisada o dando explicaciones insustanciales o…?
– Concuerdo absolutamente con vos en eso de boicotear la propia lectura; abundan los que así proceden. Y me inquietan aquellos/as que explican cada poema antes de leerlo (en ese escenario, cualquier explicación es banal e insustancial). También me exasperan los que empiezan a hurgar papeles (que nunca encuentran) y esa lectura se transforma en una penosa y nerviosa espera por parte de quien escucha. Cuando soy invitado a alguna lectura llevo preparado el material, y otro alternativo (hoy está de moda decir “el plan B”), por si me otorgan unos minutos más, o porque descubro, cuando estoy leyendo, que no prefiero lo que seleccioné.

Por suerte hay muchos poetas a los que es un placer escuchar; citaré al voleo -incluyendo a tres ya fallecidos-, apenas un puñado: Leopoldo “Teuco” Castilla, Gerardo Lewin, Beatriz Schaeffer Peña, Leonardo Martínez, Martín Andrade, Concepción Bertone, Luis Benítez, Marion Berguenfeld, Héctor Miguel Ángeli. Tuve ocasión de disfrutar lecturas de Antonio Gamoneda, Ángel González y Luis García Montero, soberbios poetas españoles, como asimismo del chileno Gonzalo Rojas.

– Me informé, pero de un modo que no llegó a darme idea de qué se trataba exactamente, que con Alicia Grinbank y Alberto Boco has realizado u organizado lecturas y mesas de debate. ¿De qué se ha tratado y en qué contextos?
– No exactamente organizamos mesas de lectura, sí lecturas puntuales. Una de esas fue en el Café “Bollini” cuando cumplimos sesenta años (somos los tres del ‘49), y que llamamos “60 poemas y ninguna flor”. Boco y yo presentamos, en una librería de Campana, nuestros libros “Riachuelo” (él) y “Filamentos” (yo) con la participación de periodistas literarios de la zona, que derivó luego más que a un debate, a una charla con los asistentes.

- ¿A qué traductores de habla inglesa valorás más?
– El mejor de todos, por su dominio de varios idiomas además del inglés, ha sido Borges. Es notable el trabajo que ha hecho Rodolfo Alonso, y destacable la tarea de Elizabeth Azcona Cranwell y Alberto Girri. En cuanto a la traducción de la Generación Beat, sin lugar a dudas, Marcelo Covián. También es buena la traducción del narrador César Aira de la poesía de Allen Tate.

– Precede en la novena página de tu único poemario publicado: “FILAMENTOS – ‘hilo en espiral que genera la temperatura en las lámparas incandescentes’ – ‘obra formada por hilos’ - ” ¿Proceso de escritura de “Filamentos”?
– No hubo proceso de escritura de ese poemario. Llegado el momento de decidir su edición (y la necesidad de publicar mi primer libro), seleccioné textos escritos entre 1984 y 2004. Tal vez, por la fecha de publicación y la data de los textos, no sean un cabal reflejo de mi escritura al momento de publicarse, pero sí de mi propuesta y voz propia.

– Dos poemarios están a la espera de socialización. El título del que concluiste en 2009 remite al boxeo; el del que concluiste en 2011, a la música. ¿Proceso de escritura de ambos…? Y, complementariamente, ¿en qué obra, formada acaso por otros hilos, estás en los últimos años?
– Si bien el título “Segundos afuera” remite al boxeo (orden del árbitro de un combate a los entrenadores y asistentes que deberán bajar del ring antes de iniciarse la pelea), no responde en mi caso a ese deporte: establecí su título por lo que supone el contenido. “BluesEros” (así se escribe), está en la línea de la sensualidad, no del erotismo, vinculado a relaciones con mujeres, y partió de un poema incluido, “Baby Face”, el que hace referencia al blues, género musical que disfruto por su tensión, dramatismo, oscuridad y pasión.

En los últimos años, y hoy día, ando enredado en los mismos hilos. Adhiero a lo que una vez adujo Roberto Juarroz: “Un poema nunca se termina, sólo se abandona”. Mantengo los mismos paisajes, vivencias, tramas, involucramientos y decepciones que voy expresando desde diferentes miradas y momentos. Morales alguna vez sostuvo que la única verdad es repetirse.

- El año pasado una escritora me dijo que jamás se le ocurriría escribir una determinada palabra; y con anterioridad, en charlas informales oí a otros escritores afirmando que detestaban tales y cuales vocablos y que no los usarían. ¿Tenés los tuyos, que rechazás al punto de inferir que jamás los escribirías?
– No registro aversión por ninguna palabra; las hay que, aunque eventualmente desagradables, pueden encontrar su lugar y hasta justificación de acuerdo al contexto del poema. Respeto toda expresión poética, como también la absoluta libertad para desplegar su lenguaje. Desde hace bastante tiempo el idioma se viene degradando, y eso no deja de reflejarse en la poesía, más entre los más jóvenes.

- Párrafo de la nouvelle “Prisión perpetua” de Ricardo Piglia: “No hay nada tan abyecto, dijo Lucía, como la convivencia de un hombre y una mujer. En teoría podemos comprender a una persona, pero en la práctica no la soportamos. El matrimonio es una institución criminal. Con los lazos matrimoniales siempre termina ahorcado alguno de los cónyuges. En eso reside el sentido de la fórmula “hasta que la muerte nos separe”. El matrimonio: esa institución: ¿cómo la ves?
–Incurrí en dos matrimonios, el primero por siete años; el segundo, tras un paréntesis de cinco, se extendió por diecinueve. Las experiencias dentro de esa “institución” son muy personales como para ser tomadas en cuenta por otros. A una década ya del último final, no incurriría en la experiencia, aunque no la objeto. La fórmula “hasta que la muerte nos separe” quedó en desuso a partir del vértigo de la vida actual. Por otra parte, no garantiza absolutamente nada, y mucho menos que se sea feliz hasta que la parca los convoque juntos, a menos que sea para abaratar costos…

- ¿Matizamos con un juego? Imaginemos la estructura posible de un eventual poema o texto literario sobre desastres propiciados por surtidos imperios: “No sabemos si sobrepasan los 500.000 esclavos…”, “No nos consta que hayan perecido 1.000.000 de…”, “Nos resultan antojadizas las estimaciones que determinan que…”: ¿rellenarías, completarías, proseguirías lo sugerido?
– En verdad, ni rellenaría ni completaría ni proseguiría lo sugerido; no puedo allanarme a la proposición, pues jamás sería tema de un poema mío. Por otra parte, no soy afecto a los juegos.



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- De “antepasados de la poesía visual” nos habla Raúl Gustavo Aguirre en “Las poéticas del siglo XX”: “Se atribuye a Teócrito de Siracusa (308-240 a. C.), el creador de la poesía bucólica, una composición titulada “La siringa”, que presenta la forma de este instrumento. Simias de Rodas (hacia 300 a. C) escribió poemas que reproducen las figuras de un huevo, de un hacha de dos filos y de un par de alas, con doce versos o ‘plumas’. Dosiadas (hacia 300 a. C.) es autor a su vez de un “Altar” dedicado por Jasón a Palas Atenea, que es sin duda el más célebre de los poemas visuales de la Antigüedad. (…) Publio Optanciano Porfirio (hacia 324 d. C) escribió numerosos poemas ‘figurativos’. Más tarde, Venancio Honorio Clementiano (530-609) también contribuirá a este tipo de composiciones con sus emblemas y laberintos. De Rabano Mauro, discípulo del célebre Alcuino, conocemos veintinueve poemas con figuras y textos escritos en negro y rojo superpuestos. Otro antecedente es el libro “Los fenómenos”, del poeta griego Arantus, que ilustró Julius Hyginus en el siglo X.” También cita Aguirre al inglés Stephen Hawes, que en 1509 en un libro incorporó un poema figurativo que se hizo célebre y fue muy imitado. Francisco Rabelais (¿1494?-1553) en su “Gargantúa y Pantagruel” introdujo un himno báquico con forma de botella. Y ya más cercano, Stéphane Mallarmé. Los futuristas practicaron combinaciones tipográficas. Y tenemos a Guillaume Apollinaire con su “Calligrammes” (1918), a Tristan Tzara, a Vicente Huidobro, a Vladimir Maiakovsky. Y el listado podría seguir con Ilia Zdánavich, Carlo Belloni, innovaciones visuales en algunos poemas de César Vallejo, Paul Eluard, E. E. Cummings, Dylan Thomas, Ezra Pound, Décio Pignatari, Augusto de Campos, Haroldo de Campos. ¿Qué te sucede como lector, como “visualizador”, cómo repercute o ha repercutido en alguna etapa?
– He abordado, con optimismo, un diez por ciento de lo que informás a partir del libro de Aguirre. No discrimino, como lector, los efectos que me produce la poesía. Si tiene ritmo, música, su tiempo y me permite elaborar mis visiones, la adopto de inmediato y seguramente producirá efectos en mí. Un gran amigo y poeta, José Emilio Tallarico, de los mejores lectores de poesía que conozco, una vez, escuchando textos míos, dijo que mi poesía eran “paisajes mentales”: acaso medianamente emparentada entonces con cierta visualización.

- En una de las últimas páginas de su “Salvo el crepúsculo”, establece Julio Cortázar: “…agazaparse en la ironía, mirarse desde ahí sin lástima, con un mínimo de piedad…” ¿Qué poetas o poemas donde impere la sátira, la insolencia, la socarronería, la broma, la agudeza, la acrimonia, atinarías a destacar?
– No recuerdo poemas de esas características. Aunque los hay notables, de los que podríamos llamar “serios”, que contienen elevadas dosis de sátira o socarronería. En ese campo incluyo a Gonzalo Rojas, en cuya obra se advierten algunas de esas premisas. Y está dentro de una gran poesía.

- ¿Qué leés “por arriba”? ¿Qué leés “picoteando”? ¿Qué leés trastabillando?
– En general, por arriba, picoteando, leo libros de poesía en las librerías, para ver si tal autor o su poesía pueden interesarme. Trastabillando no leo nada, es por demás incómodo, y peligroso para mis averiadas rodillas.

- ¿Qué películas basadas en novelas, o eventualmente en biografías u otros géneros literarios, recomendarías?
– En general las inglesas me parecen impecables en su conjunto de adaptación, actuación y sobre todo en la puesta de época. Me resultó muy potente la interpretación de Stephen Fry como protagonista del film “Oscar Wilde”, increíble, como también la participación de Vanessa Redgrave. Son excelentes las que he visto sobre novelas de las hermanas Brönte. Como cinéfilo, siempre disfruté enormemente de los grandes directores y, en especial, de actores y actrices británicos; por momentos siento que inventaron la actuación, sea teatral o cinematográfica.

- ¿Personajes que te hubiera agradado encarnar por un día o unas horas? ¿De qué escritores (de todos los tiempos) te gustaría ser amigo o al menos tener una charla larga y tendida?
– No me hubiese gustado encarnar a nadie ni por un día o unas horas, bastante trabajo he tenido, tengo y tendré por el tiempo que me reste en ser yo mismo, y de encarnarme, claro. Con respecto a escritores con los que me hubiera agradado charlar un buen rato en algún bar porteño o de París: Cortázar, sin dudas. Me alucinan su mente brillante y creatividad. Tuve la fortuna de compartir un par de encuentros intensos con Roberto Juarroz y en menor medida con Ernesto Sábato, Antonio Gamoneda, Mario Trejo, Francisco Madariaga, Edgar Bayley y Jorge Boccanera. Acaso una cuenta pendiente para esa propuesta sería con Odysseas Elytis, el mexicano Efraín Huerta, Joaquín Giannuzzi, Enrique Molina, Dylan Thomas. Y el listado podría seguir.

- ¿Qué tipo de situaciones te confunden y desconciertan? Y cuando te sucede, ¿te recomponés rápida y satisfactoriamente?
– Acontecieron más de las que quisiera, y la posibilidad de recomponerme en forma rápida y satisfactoria depende de la intensidad de la confusión y desconcierto que me produzcan. Lo que más me afecta y me cuesta remontar es la traición.

- De una encuesta de www.mardulceeditora.com.ar adopto “la dulce pregunta… levemente abyecta” (Daniel Guebel), que ahora te formulo: ¿contra qué escribís?
– No escribo absolutamente contra nada, jamás lo hice. No es el camino de la poesía, de la mía, al menos.

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– El 20 de junio de 2007 en nuestro café literario, teniendo como invitada especial a la poeta María del Carmen Suárez, leíste el texto –inédito en la Red- que habiendo sido articulado con Alicia y Alberto, vos redactaste, y que titularas “Evocación de Mario Morales”. ¿Lo damos a conocer?
– Sí, desde luego, con pequeños retoques:



“Mario Morales nació en Pehuajó, provincia de Buenos Aires, en 1936 y falleció en Buenos Aires el 29 de enero de 1987, a los 51 años. Fue discípulo de Roberto Juarroz y Antonio Porchia, a quienes siempre reconoció como sus maestros. Con Juarroz posteriormente desarrolló una amistad personal y una estrecha conjunción poética que desembocó en la fundación de una relevante revista, “Poesía=Poesía”, que produjo veinte números entre 1958 (un Morales de apenas 22 años) hasta 1967. Escribieron un poema conjunto, “El otro pensamiento”, el que lamentablemente no pudimos encontrar entre la documentación revisada para esta ocasión.

Poeta de profusa formación literaria, filosófica y hasta religiosa (Profesor de Filosofía y Pedagogía, dictó Literatura, Metafísica e Historia del Arte), fue en los ‘80 un factor aglutinante de importantes voces poéticas con quienes formó el que se conoce como grupo “Último Reino”: entre otros, Víctor Redondo, Jorge Zunino, Daniel Chirom, Pablo Narral, Enrique Ivaldi, Roberto Scrugli, Horacio Zabaljáuregui, María Julia de Ruschi Crespo.

Con anterioridad había integrado otros grupos, siendo el más relevante “Nosferatu”, el que llegó a editar doce números de la revista del mismo nombre entre 1972 y 1978. Mantuvo estrecha amistad con Edgar Bayley y Francisco Madariaga, con quienes solían embarcarse en interminables veladas de letras, vida y vino. Ha publicado entre 1958 y 1986, seis volúmenes de poesía: “Cartas a mi sangre”, “Variaciones concretas”, “Plegarias o El eco de un silencio”, “La canción de Occidente”, “La tierra, el hombre, el cielo” (conformado por los poemarios “El polvo y el delirio”, “El juglar de los ojos ciegos” y “La distancia infinita”), “En la edad de la palabra”. Mantenía inéditos al menos otros siete libros escritos entre 1962 y 1973 y un volumen de poemas comprensivo de su obra entre 1981 y 1985.

Para Mario, “La poesía es la casa del relámpago”. Como afirma Daniel Chirom en una justa, extensa y relevante nota en la Revista “El Jabalí” (Nº 7, 1997), su poesía cumple lo que decía Morales en su último libro: “Persigamos excesos”. Poesía inconformista, vital, áspera y refulgente a la vez, jugando al filo del abismo con fragmentos de sangre y silencio, con ese gesto anónimo que las hojas escriben al caer en la soledad o en la tierra. A mediados de los ‘70 emerge una de las cofradías poéticas más amalgamadas de la literatura argentina: la del neoromanticismo. Declaraba, desde el inicio, su filiación con el romanticismo alemán (Von Kleist, por ejemplo) y el surrealismo, tanto el francés como el de su versión loca: el de los argentinos Enrique Molina -fundamentalmente con su exquisito “Hotel Pájaro”- y Olga Orozco.

Nuestro paisaje político, como el del romanticismo o el de la mística, era la noche; pero una noche sin alba ni trascendencia, como la de una cárcel. Quizá la mayor noche de nuestra historia: la del Proceso de Reorganización Nacional, eufemismo de la más cruel dictadura que haya asolado a este país. Noche y desaparición de la democracia, de los derechos, de la verdad; desaparición de vidas y junto a ellas, miles de sueños. La poesía, su lenguaje, buscó la otra noche, otro reino, no como evasión, sino como salvación lírica, como habitar poético, diría Hölderlin, aunque el habitar haya sido un destierro abrazado. Eran años tan negros que buscar la belleza era una rebelión, era encender la noche.

“Último Reino” aparece en octubre de 1979 y fue el encuentro, amalgama, fusión, síntesis entre dos grupos: “Nosferatu”, congregado en torno a Morales, y “El Sonido y La Furia”, que incluía a Víctor Redondo y Susana Villalba, entre otros poetas afines al planteo neoromántico que antes los había reunido en el intento de resistir el avance de la razón utilitaria, la razón instrumental, la desacralización. Más que una estética, una crisis. Esa misma noche le dará a su poética un cierto tono umbrío, un cierto hermetismo, no complaciente de sí sino necesario.

Allí no reinan los límites de la razón (que es la razón de los límites), sino los claroscuros de la profundidad, la penumbra de lo hondo, los bordes temblorosos de lo naciente. El mundo neoromántico fue un recorte de sentido en la prosa de la realidad para “Último Reino”. En ella no entraba lo que ya es sino lo que aspira a ser, lo que debe ser, no en el sentido moral sino en el sentido imaginario: se trataba de crear y, sobre todo, y como a priori, de imaginar: imaginar para elevar. La imaginación es en esta estética la fuerza motriz, el poder para transfigurar la realidad. Encasillado por muchos como fiel exponente del neoromanticismo (al igual que los integrantes de “Último Reino”), coincidimos con Daniel Chirom en que por Morales corren además el surrealismo y lo beatnik (era admirador de Ferlinghetti, Corso, Kerouac, Ginsberg). El tono de su poesía es exaltado y vertiginoso, oculta la atroz visión del mundo para apoderarse mejor de ella. Y sus poemas se vuelven plegarias por la luz, porque la vida es la gran nostalgia de Morales. Y como mago y poeta, se sabe ni aquí ni allá, sino más acá y más allá. Y esa especie de ambigüedad la sintetiza en fragmentos, como cuando puntualiza que “el terror y la belleza nos salvarán”. Tiene la particularidad de no anular las oposiciones, sino de agudizarlas. Su poesía contiene una gran ironía crítica en medio de estallidos, excesos y manotazos desesperados.
Esa enjundiosa búsqueda, acaso inútil, se refleja en su decir:

“entonces la soledad única,
la salvaje lujuria: ‘la plegaria del hueso’
en la niebla final de los orígenes”


o

“y hay un porvenir de flor brotando de su propio color arrepentido.
Y hay un estallido
Ciego,
Y algo, y todo para nada.
Y desnudos.
Y despertar como una canción en el polvo.
Amén.”

o

“a veces,
cuando el silencio se da vuelta
y canta hasta despertar,
hasta cubrir de alas ese presagio de catástrofe
que tiembla como una penumbra en el fondo de las últimas raíces.
A veces, solamente a veces,
el fondo de la vida hecho de piedra y soledad
y cicatrices de lluvia buscando su forma de caer o permanecer
semejantes a un pensamiento abrazado
a su día y a su noche y a su edad
de relámpago, de flor unánime”.

o

“Pero, sobre todo, hay la noche:
esa caída en bloque, esa furia de témpanos, ese paso hacia atrás
donde la memoria vacila y se hunde
vulnerada por un poema que sabe a olvidos y resaca,
y a despertar en la niebla como el ala de un pájaro en la soledad”.


Mario Morales es un poeta a quien aún se le debe una lectura en profundidad y un reconocimiento a su trayectoria y valores poéticos, debido a una muy marcada voz propia y a haber impreso con su sello una dirección diferente a la poesía de los años ‘80. Probablemente su escasa pretensión de notoriedad y figuración hayan contribuido al silencio con que se ha retribuido su enorme aporte a la poesía de las ultimas décadas. Esta evocación pretende, al menos, rescatarlo de ese podio invertido y generar la curiosidad de involucrarse en lo que generó y en su producción poética, inexistente hoy aún en los anaqueles de las amadas y casi extinguidas “librerías de viejo”. Quienes fuimos sus discípulos y amigos nos arrogamos la fortuna de contar con su obra editada completa.”

“No discrimino, como lector, los efectos que me produce la poesía”

Alfredo Palacio: sus respuestas
Rolando Revagliatti
lunes, 16 de febrero de 2015, 09:20 h (CET)
Alfredo Palacio nació el 23 de diciembre de 1949 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, la Argentina. Fue incluido en antologías poéticas de su país y del exterior y textos suyos han sido traducidos y publicados en portugués, catalán y francés. Además de haber colaborado en revistas de soporte papel, lo ha hecho en Sitios, blogs y revistas electrónicas de América y Europa. En 2007 co-dirigió con Alicia Grinbank, Alberto Boco y Rolando Revagliatti el Café Literario “Mirá Lo Que Quedó” en el Centro Cultural “Raíces”. En ese mismo año se editó su poemario “Filamentos” (Ediciones del Dock; Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores, filial Tafí Viejo, provincia de Tucumán, 2009; Primer Premio a mejor libro editado entre 2005-2010, otorgado en Santa Rosa, capital de la provincia de La Pampa, 2010). Permanecen inéditos “Segundos afuera” (2009) y “BluesEros” (2011; Primer Premio en el 1º Concurso Internacional de Poesía Marosa Di Giorgio, en Salto, Uruguay, 2013). Ha obtenido varios primeros premios y numerosas menciones en certámenes nacionales y de Uruguay, México y España.

160215rolando4

– Ya tengo cargada mi cámara de 16 milímetros con película sensible. Y la primera toma, Alfredo, la intentamos desde tu nacimiento.
– Nací en el barrio de Flores y allí residí hasta los veintitrés años. Desde entonces, en diversos barrios (en la actualidad, en el de Colegiales), y sin salirme de los límites de nuestra ciudad. Cursé estudios primarios y secundarios en la escuela pública, universitarios de abogacía, abandonados, en la universidad pública y en la privada, y estudios terciarios sobre temas de banca, economía y administración de empresas en universidades privadas. Soy consultor empresario, hace unos veinte años que trabajo por mi cuenta, tras larga trayectoria en el sistema financiero y empresario.

Esperaba ansioso los extensos veranos de mi niñez para dar cuenta serialmente de la recordada Colección Robin Hood: “Ivanhoe”, “El príncipe valiente”, “Bomba”, “Los caballeros del Rey Arturo”, “El último mohicano”, las novelas del italiano Emilio Salgari (1862-1911), las que tenían a D’Artagnan como protagonista… Y es a los seis años que empiezo mis estudios de inglés, los que continuaría hasta los dieciocho: pura gramática inglesa e increíbles lecturas en ese idioma: Oscar Wilde completo, John Steinbeck, William Shakespeare, Somerset Maughan, Pearl S. Buck, J. D. Salinger, etc. Hasta que comenzó a decaer mi entusiasmo por la lengua británica. Tuvimos la explosión de The Beatles y la movida de los ’60, y allí me enfrasqué en interminables traducciones de las letras de los grupos de rock. Tanto o más que la literatura en mi vida predomina la música (ejercí de disc jockey). Gran parte de mi creación literaria se maridó a la par de Pink Floyd, Joan Manuel Serrat, Bill Evans, Keith Jarrett, Silvio Rodríguez, John Coltrane, Astor Piazzola, Dexter Gordon, Egberto Gismonti. Mis instrumentos predilectos son el saxo tenor y el contrabajo. Respecto de mi máximo deseo, Rolando, me reconozco como un músico frustrado.

Mis rudimentarios intentos de expresión poética se avizoran allá por mis diecinueve años, con las clásicas versificaciones promovidas por mi primer amor arrasador. Me doy a transitar la Generación Poética Española del ’27 (con preferencia hacia Vicente Aleixandre, Luis Cernuda y Federico García Lorca), Paul Eluard, Dylan Thomas, René Char, Jacques Prévert, Henri Michaux, Arthur Rimbaud… Pero el impacto que me instó a vincularme intensa y definitivamente con la poesía fue cuando descubro en una Feria del Libro, un pequeño volumen de Monte Ávila, soberbia editorial de Venezuela, que contenía “Poesía vertical” (de la primera a la quinta colección de esa dilatada propuesta) de Roberto Juarroz (1925-1995). Aquello fue un descubrimiento sin retorno: perdura como mi poeta favorito y por su obra me percibo influenciado. Potenciándose con Eluard y Rimbaud más ciertos libros de Antonin Artaud, y tres locales y esenciales: Joaquín Giannuzzi, Raúl Gustavo Aguirre, Edgar Bayley.

– Ya afiatado lector, ¿qué siguió sucediendo?
– En compañía de mi amigo y hermano de vida, el poeta Alberto Boco, llego al taller que coordinaba Mario Morales, maestro, disparador y ordenador a la vez, de todo ese material que caóticamente venía abordando. Me lanzó a las poéticas de la Beat Generation: Gregory Corso, Lawrence Ferlinghetti, Allen Ginsberg, así como a las de Ezra Pound, T. S. Elliot, William Blake, Allen Tate, Hart Crane. Consubstanciado con el ritmo y la musicalidad que hallé en la lengua inglesa, procuro acceder a mi voz propia. En el taller conozco a quien fue convirtiéndose también en una hermana de vida, la escritora Alicia Grinbank. Tras dos años con Morales, Alicia, Alberto y yo hicimos taller durante un año con quien representa su antítesis: el poeta y ensayista Santiago Kovadloff. Enriquecedoras ambas incursiones. Y aunque después estuve casi doce meses sin trazar un verso en el papel, asumí que había hallado lo que sin saber, intuitivamente, fui a buscar: la síntesis, el peso del sustantivo, la moderación y cautela con la adjetivación. De ahí en más, en solitario y permanente trabajo, generé una estimable autoexigencia en la resolución de mis textos, desembocando en el verso en general breve y preciso. En la última década advierto en mí además el hálito de las poéticas de Juan García Gayo y Marcos Silber, y la de otros dos que me impactaron por su poesía potente y descarnada: Miguel Ángel Bustos y Jorge Boccanera.

– En muchas ocasiones, a lo largo de treinta años, participaste en mesas de lectura, ciclos de poesía, presentaciones de libros. Escasas y muchas veces insípidas son las declaraciones de quienes trasmiten en reportajes lo que les sucede –como lectores y como público- en los ámbitos de lectura, según estén bien, regular o pésimamente organizados los eventos o cafés literarios, y según las condiciones de audición y confort de los espacios físicos. ¿Te animarías a hurgar en tus recuerdos, y aunque sea sin citar nombres de organizadores ni títulos de las propuestas, explayarte sobre lo que te ha sucedido en algunas oportunidades?
– En ese más que extenso período de participar en la movida poética porteña (con algunas incursiones leyendo en las ciudades de Rosario, Tucumán y Campana), leí en ciclos por demás diversos, buenos, regulares y pésimos. Resaltando siempre el empeño y buena voluntad de los organizadores, los hubo (y los hay aún) por demás “multitudinarios” (en uno éramos once los invitados para leer…), donde a los concurrentes se les debe producir no poco enjambre de voces, además de que siendo tantos cada invitado alcanza a leer un par de textos, o algunos más si son muy breves, que para nada llegan a representar ni su voz ni su estilo. Es como cuando en nuestra época de estudiantes secundarios abordábamos la historia medieval con los resúmenes Lerú. En cuanto a lo ambiental, muchos reductos son incómodos, sin un equipo de sonido que permita escuchar con claridad. Además irrumpen los que, desempolvando su crecido ego, se toman por su cuenta el doble o triple de minutos que sus colegas, así como están los coordinadores que incurren en severos desniveles en cuanto a la calidad poética de los especialmente invitados.

Un condimento que nunca apoyé es el “micrófono abierto” (sabés que fue todo un tema cuando estábamos armando “Mirá Lo Que Quedó”). Si bien admito que hay que dar oportunidades de leer a todos, sucede que de repente en esa lectura hay un poeta, digamos, consagrado, y algunos que “ejercen” el micrófono abierto casi aún no saben lo que es un poema. Es una falta de respeto para el poeta en cuestión, y también para el principiante, pues es inevitable compararlos, y hasta suele generar un trauma en el principiante, al percatarse que él todavía ni arrancó en el oficio. Soy partidario de mesas de lectura que no excedan de los tres poetas, e idealmente dos. Eso permite que cada uno desarrolle el devenir de su obra y que quienes los escuchan terminen conociéndolos medianamente.

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- ¿A qué poetas destacarías por su forma de leer en público? ¿Coincidirías conmigo en que muchos boicotean sus presentaciones leyendo demasiado bajo o resistiéndose a “apuntar” hacia el micrófono o poniéndose a buscar entre papeles o entre libros de forma improvisada o dando explicaciones insustanciales o…?
– Concuerdo absolutamente con vos en eso de boicotear la propia lectura; abundan los que así proceden. Y me inquietan aquellos/as que explican cada poema antes de leerlo (en ese escenario, cualquier explicación es banal e insustancial). También me exasperan los que empiezan a hurgar papeles (que nunca encuentran) y esa lectura se transforma en una penosa y nerviosa espera por parte de quien escucha. Cuando soy invitado a alguna lectura llevo preparado el material, y otro alternativo (hoy está de moda decir “el plan B”), por si me otorgan unos minutos más, o porque descubro, cuando estoy leyendo, que no prefiero lo que seleccioné.

Por suerte hay muchos poetas a los que es un placer escuchar; citaré al voleo -incluyendo a tres ya fallecidos-, apenas un puñado: Leopoldo “Teuco” Castilla, Gerardo Lewin, Beatriz Schaeffer Peña, Leonardo Martínez, Martín Andrade, Concepción Bertone, Luis Benítez, Marion Berguenfeld, Héctor Miguel Ángeli. Tuve ocasión de disfrutar lecturas de Antonio Gamoneda, Ángel González y Luis García Montero, soberbios poetas españoles, como asimismo del chileno Gonzalo Rojas.

– Me informé, pero de un modo que no llegó a darme idea de qué se trataba exactamente, que con Alicia Grinbank y Alberto Boco has realizado u organizado lecturas y mesas de debate. ¿De qué se ha tratado y en qué contextos?
– No exactamente organizamos mesas de lectura, sí lecturas puntuales. Una de esas fue en el Café “Bollini” cuando cumplimos sesenta años (somos los tres del ‘49), y que llamamos “60 poemas y ninguna flor”. Boco y yo presentamos, en una librería de Campana, nuestros libros “Riachuelo” (él) y “Filamentos” (yo) con la participación de periodistas literarios de la zona, que derivó luego más que a un debate, a una charla con los asistentes.

- ¿A qué traductores de habla inglesa valorás más?
– El mejor de todos, por su dominio de varios idiomas además del inglés, ha sido Borges. Es notable el trabajo que ha hecho Rodolfo Alonso, y destacable la tarea de Elizabeth Azcona Cranwell y Alberto Girri. En cuanto a la traducción de la Generación Beat, sin lugar a dudas, Marcelo Covián. También es buena la traducción del narrador César Aira de la poesía de Allen Tate.

– Precede en la novena página de tu único poemario publicado: “FILAMENTOS – ‘hilo en espiral que genera la temperatura en las lámparas incandescentes’ – ‘obra formada por hilos’ - ” ¿Proceso de escritura de “Filamentos”?
– No hubo proceso de escritura de ese poemario. Llegado el momento de decidir su edición (y la necesidad de publicar mi primer libro), seleccioné textos escritos entre 1984 y 2004. Tal vez, por la fecha de publicación y la data de los textos, no sean un cabal reflejo de mi escritura al momento de publicarse, pero sí de mi propuesta y voz propia.

– Dos poemarios están a la espera de socialización. El título del que concluiste en 2009 remite al boxeo; el del que concluiste en 2011, a la música. ¿Proceso de escritura de ambos…? Y, complementariamente, ¿en qué obra, formada acaso por otros hilos, estás en los últimos años?
– Si bien el título “Segundos afuera” remite al boxeo (orden del árbitro de un combate a los entrenadores y asistentes que deberán bajar del ring antes de iniciarse la pelea), no responde en mi caso a ese deporte: establecí su título por lo que supone el contenido. “BluesEros” (así se escribe), está en la línea de la sensualidad, no del erotismo, vinculado a relaciones con mujeres, y partió de un poema incluido, “Baby Face”, el que hace referencia al blues, género musical que disfruto por su tensión, dramatismo, oscuridad y pasión.

En los últimos años, y hoy día, ando enredado en los mismos hilos. Adhiero a lo que una vez adujo Roberto Juarroz: “Un poema nunca se termina, sólo se abandona”. Mantengo los mismos paisajes, vivencias, tramas, involucramientos y decepciones que voy expresando desde diferentes miradas y momentos. Morales alguna vez sostuvo que la única verdad es repetirse.

- El año pasado una escritora me dijo que jamás se le ocurriría escribir una determinada palabra; y con anterioridad, en charlas informales oí a otros escritores afirmando que detestaban tales y cuales vocablos y que no los usarían. ¿Tenés los tuyos, que rechazás al punto de inferir que jamás los escribirías?
– No registro aversión por ninguna palabra; las hay que, aunque eventualmente desagradables, pueden encontrar su lugar y hasta justificación de acuerdo al contexto del poema. Respeto toda expresión poética, como también la absoluta libertad para desplegar su lenguaje. Desde hace bastante tiempo el idioma se viene degradando, y eso no deja de reflejarse en la poesía, más entre los más jóvenes.

- Párrafo de la nouvelle “Prisión perpetua” de Ricardo Piglia: “No hay nada tan abyecto, dijo Lucía, como la convivencia de un hombre y una mujer. En teoría podemos comprender a una persona, pero en la práctica no la soportamos. El matrimonio es una institución criminal. Con los lazos matrimoniales siempre termina ahorcado alguno de los cónyuges. En eso reside el sentido de la fórmula “hasta que la muerte nos separe”. El matrimonio: esa institución: ¿cómo la ves?
–Incurrí en dos matrimonios, el primero por siete años; el segundo, tras un paréntesis de cinco, se extendió por diecinueve. Las experiencias dentro de esa “institución” son muy personales como para ser tomadas en cuenta por otros. A una década ya del último final, no incurriría en la experiencia, aunque no la objeto. La fórmula “hasta que la muerte nos separe” quedó en desuso a partir del vértigo de la vida actual. Por otra parte, no garantiza absolutamente nada, y mucho menos que se sea feliz hasta que la parca los convoque juntos, a menos que sea para abaratar costos…

- ¿Matizamos con un juego? Imaginemos la estructura posible de un eventual poema o texto literario sobre desastres propiciados por surtidos imperios: “No sabemos si sobrepasan los 500.000 esclavos…”, “No nos consta que hayan perecido 1.000.000 de…”, “Nos resultan antojadizas las estimaciones que determinan que…”: ¿rellenarías, completarías, proseguirías lo sugerido?
– En verdad, ni rellenaría ni completaría ni proseguiría lo sugerido; no puedo allanarme a la proposición, pues jamás sería tema de un poema mío. Por otra parte, no soy afecto a los juegos.



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- De “antepasados de la poesía visual” nos habla Raúl Gustavo Aguirre en “Las poéticas del siglo XX”: “Se atribuye a Teócrito de Siracusa (308-240 a. C.), el creador de la poesía bucólica, una composición titulada “La siringa”, que presenta la forma de este instrumento. Simias de Rodas (hacia 300 a. C) escribió poemas que reproducen las figuras de un huevo, de un hacha de dos filos y de un par de alas, con doce versos o ‘plumas’. Dosiadas (hacia 300 a. C.) es autor a su vez de un “Altar” dedicado por Jasón a Palas Atenea, que es sin duda el más célebre de los poemas visuales de la Antigüedad. (…) Publio Optanciano Porfirio (hacia 324 d. C) escribió numerosos poemas ‘figurativos’. Más tarde, Venancio Honorio Clementiano (530-609) también contribuirá a este tipo de composiciones con sus emblemas y laberintos. De Rabano Mauro, discípulo del célebre Alcuino, conocemos veintinueve poemas con figuras y textos escritos en negro y rojo superpuestos. Otro antecedente es el libro “Los fenómenos”, del poeta griego Arantus, que ilustró Julius Hyginus en el siglo X.” También cita Aguirre al inglés Stephen Hawes, que en 1509 en un libro incorporó un poema figurativo que se hizo célebre y fue muy imitado. Francisco Rabelais (¿1494?-1553) en su “Gargantúa y Pantagruel” introdujo un himno báquico con forma de botella. Y ya más cercano, Stéphane Mallarmé. Los futuristas practicaron combinaciones tipográficas. Y tenemos a Guillaume Apollinaire con su “Calligrammes” (1918), a Tristan Tzara, a Vicente Huidobro, a Vladimir Maiakovsky. Y el listado podría seguir con Ilia Zdánavich, Carlo Belloni, innovaciones visuales en algunos poemas de César Vallejo, Paul Eluard, E. E. Cummings, Dylan Thomas, Ezra Pound, Décio Pignatari, Augusto de Campos, Haroldo de Campos. ¿Qué te sucede como lector, como “visualizador”, cómo repercute o ha repercutido en alguna etapa?
– He abordado, con optimismo, un diez por ciento de lo que informás a partir del libro de Aguirre. No discrimino, como lector, los efectos que me produce la poesía. Si tiene ritmo, música, su tiempo y me permite elaborar mis visiones, la adopto de inmediato y seguramente producirá efectos en mí. Un gran amigo y poeta, José Emilio Tallarico, de los mejores lectores de poesía que conozco, una vez, escuchando textos míos, dijo que mi poesía eran “paisajes mentales”: acaso medianamente emparentada entonces con cierta visualización.

- En una de las últimas páginas de su “Salvo el crepúsculo”, establece Julio Cortázar: “…agazaparse en la ironía, mirarse desde ahí sin lástima, con un mínimo de piedad…” ¿Qué poetas o poemas donde impere la sátira, la insolencia, la socarronería, la broma, la agudeza, la acrimonia, atinarías a destacar?
– No recuerdo poemas de esas características. Aunque los hay notables, de los que podríamos llamar “serios”, que contienen elevadas dosis de sátira o socarronería. En ese campo incluyo a Gonzalo Rojas, en cuya obra se advierten algunas de esas premisas. Y está dentro de una gran poesía.

- ¿Qué leés “por arriba”? ¿Qué leés “picoteando”? ¿Qué leés trastabillando?
– En general, por arriba, picoteando, leo libros de poesía en las librerías, para ver si tal autor o su poesía pueden interesarme. Trastabillando no leo nada, es por demás incómodo, y peligroso para mis averiadas rodillas.

- ¿Qué películas basadas en novelas, o eventualmente en biografías u otros géneros literarios, recomendarías?
– En general las inglesas me parecen impecables en su conjunto de adaptación, actuación y sobre todo en la puesta de época. Me resultó muy potente la interpretación de Stephen Fry como protagonista del film “Oscar Wilde”, increíble, como también la participación de Vanessa Redgrave. Son excelentes las que he visto sobre novelas de las hermanas Brönte. Como cinéfilo, siempre disfruté enormemente de los grandes directores y, en especial, de actores y actrices británicos; por momentos siento que inventaron la actuación, sea teatral o cinematográfica.

- ¿Personajes que te hubiera agradado encarnar por un día o unas horas? ¿De qué escritores (de todos los tiempos) te gustaría ser amigo o al menos tener una charla larga y tendida?
– No me hubiese gustado encarnar a nadie ni por un día o unas horas, bastante trabajo he tenido, tengo y tendré por el tiempo que me reste en ser yo mismo, y de encarnarme, claro. Con respecto a escritores con los que me hubiera agradado charlar un buen rato en algún bar porteño o de París: Cortázar, sin dudas. Me alucinan su mente brillante y creatividad. Tuve la fortuna de compartir un par de encuentros intensos con Roberto Juarroz y en menor medida con Ernesto Sábato, Antonio Gamoneda, Mario Trejo, Francisco Madariaga, Edgar Bayley y Jorge Boccanera. Acaso una cuenta pendiente para esa propuesta sería con Odysseas Elytis, el mexicano Efraín Huerta, Joaquín Giannuzzi, Enrique Molina, Dylan Thomas. Y el listado podría seguir.

- ¿Qué tipo de situaciones te confunden y desconciertan? Y cuando te sucede, ¿te recomponés rápida y satisfactoriamente?
– Acontecieron más de las que quisiera, y la posibilidad de recomponerme en forma rápida y satisfactoria depende de la intensidad de la confusión y desconcierto que me produzcan. Lo que más me afecta y me cuesta remontar es la traición.

- De una encuesta de www.mardulceeditora.com.ar adopto “la dulce pregunta… levemente abyecta” (Daniel Guebel), que ahora te formulo: ¿contra qué escribís?
– No escribo absolutamente contra nada, jamás lo hice. No es el camino de la poesía, de la mía, al menos.

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– El 20 de junio de 2007 en nuestro café literario, teniendo como invitada especial a la poeta María del Carmen Suárez, leíste el texto –inédito en la Red- que habiendo sido articulado con Alicia y Alberto, vos redactaste, y que titularas “Evocación de Mario Morales”. ¿Lo damos a conocer?
– Sí, desde luego, con pequeños retoques:



“Mario Morales nació en Pehuajó, provincia de Buenos Aires, en 1936 y falleció en Buenos Aires el 29 de enero de 1987, a los 51 años. Fue discípulo de Roberto Juarroz y Antonio Porchia, a quienes siempre reconoció como sus maestros. Con Juarroz posteriormente desarrolló una amistad personal y una estrecha conjunción poética que desembocó en la fundación de una relevante revista, “Poesía=Poesía”, que produjo veinte números entre 1958 (un Morales de apenas 22 años) hasta 1967. Escribieron un poema conjunto, “El otro pensamiento”, el que lamentablemente no pudimos encontrar entre la documentación revisada para esta ocasión.

Poeta de profusa formación literaria, filosófica y hasta religiosa (Profesor de Filosofía y Pedagogía, dictó Literatura, Metafísica e Historia del Arte), fue en los ‘80 un factor aglutinante de importantes voces poéticas con quienes formó el que se conoce como grupo “Último Reino”: entre otros, Víctor Redondo, Jorge Zunino, Daniel Chirom, Pablo Narral, Enrique Ivaldi, Roberto Scrugli, Horacio Zabaljáuregui, María Julia de Ruschi Crespo.

Con anterioridad había integrado otros grupos, siendo el más relevante “Nosferatu”, el que llegó a editar doce números de la revista del mismo nombre entre 1972 y 1978. Mantuvo estrecha amistad con Edgar Bayley y Francisco Madariaga, con quienes solían embarcarse en interminables veladas de letras, vida y vino. Ha publicado entre 1958 y 1986, seis volúmenes de poesía: “Cartas a mi sangre”, “Variaciones concretas”, “Plegarias o El eco de un silencio”, “La canción de Occidente”, “La tierra, el hombre, el cielo” (conformado por los poemarios “El polvo y el delirio”, “El juglar de los ojos ciegos” y “La distancia infinita”), “En la edad de la palabra”. Mantenía inéditos al menos otros siete libros escritos entre 1962 y 1973 y un volumen de poemas comprensivo de su obra entre 1981 y 1985.

Para Mario, “La poesía es la casa del relámpago”. Como afirma Daniel Chirom en una justa, extensa y relevante nota en la Revista “El Jabalí” (Nº 7, 1997), su poesía cumple lo que decía Morales en su último libro: “Persigamos excesos”. Poesía inconformista, vital, áspera y refulgente a la vez, jugando al filo del abismo con fragmentos de sangre y silencio, con ese gesto anónimo que las hojas escriben al caer en la soledad o en la tierra. A mediados de los ‘70 emerge una de las cofradías poéticas más amalgamadas de la literatura argentina: la del neoromanticismo. Declaraba, desde el inicio, su filiación con el romanticismo alemán (Von Kleist, por ejemplo) y el surrealismo, tanto el francés como el de su versión loca: el de los argentinos Enrique Molina -fundamentalmente con su exquisito “Hotel Pájaro”- y Olga Orozco.

Nuestro paisaje político, como el del romanticismo o el de la mística, era la noche; pero una noche sin alba ni trascendencia, como la de una cárcel. Quizá la mayor noche de nuestra historia: la del Proceso de Reorganización Nacional, eufemismo de la más cruel dictadura que haya asolado a este país. Noche y desaparición de la democracia, de los derechos, de la verdad; desaparición de vidas y junto a ellas, miles de sueños. La poesía, su lenguaje, buscó la otra noche, otro reino, no como evasión, sino como salvación lírica, como habitar poético, diría Hölderlin, aunque el habitar haya sido un destierro abrazado. Eran años tan negros que buscar la belleza era una rebelión, era encender la noche.

“Último Reino” aparece en octubre de 1979 y fue el encuentro, amalgama, fusión, síntesis entre dos grupos: “Nosferatu”, congregado en torno a Morales, y “El Sonido y La Furia”, que incluía a Víctor Redondo y Susana Villalba, entre otros poetas afines al planteo neoromántico que antes los había reunido en el intento de resistir el avance de la razón utilitaria, la razón instrumental, la desacralización. Más que una estética, una crisis. Esa misma noche le dará a su poética un cierto tono umbrío, un cierto hermetismo, no complaciente de sí sino necesario.

Allí no reinan los límites de la razón (que es la razón de los límites), sino los claroscuros de la profundidad, la penumbra de lo hondo, los bordes temblorosos de lo naciente. El mundo neoromántico fue un recorte de sentido en la prosa de la realidad para “Último Reino”. En ella no entraba lo que ya es sino lo que aspira a ser, lo que debe ser, no en el sentido moral sino en el sentido imaginario: se trataba de crear y, sobre todo, y como a priori, de imaginar: imaginar para elevar. La imaginación es en esta estética la fuerza motriz, el poder para transfigurar la realidad. Encasillado por muchos como fiel exponente del neoromanticismo (al igual que los integrantes de “Último Reino”), coincidimos con Daniel Chirom en que por Morales corren además el surrealismo y lo beatnik (era admirador de Ferlinghetti, Corso, Kerouac, Ginsberg). El tono de su poesía es exaltado y vertiginoso, oculta la atroz visión del mundo para apoderarse mejor de ella. Y sus poemas se vuelven plegarias por la luz, porque la vida es la gran nostalgia de Morales. Y como mago y poeta, se sabe ni aquí ni allá, sino más acá y más allá. Y esa especie de ambigüedad la sintetiza en fragmentos, como cuando puntualiza que “el terror y la belleza nos salvarán”. Tiene la particularidad de no anular las oposiciones, sino de agudizarlas. Su poesía contiene una gran ironía crítica en medio de estallidos, excesos y manotazos desesperados.
Esa enjundiosa búsqueda, acaso inútil, se refleja en su decir:

“entonces la soledad única,
la salvaje lujuria: ‘la plegaria del hueso’
en la niebla final de los orígenes”


o

“y hay un porvenir de flor brotando de su propio color arrepentido.
Y hay un estallido
Ciego,
Y algo, y todo para nada.
Y desnudos.
Y despertar como una canción en el polvo.
Amén.”

o

“a veces,
cuando el silencio se da vuelta
y canta hasta despertar,
hasta cubrir de alas ese presagio de catástrofe
que tiembla como una penumbra en el fondo de las últimas raíces.
A veces, solamente a veces,
el fondo de la vida hecho de piedra y soledad
y cicatrices de lluvia buscando su forma de caer o permanecer
semejantes a un pensamiento abrazado
a su día y a su noche y a su edad
de relámpago, de flor unánime”.

o

“Pero, sobre todo, hay la noche:
esa caída en bloque, esa furia de témpanos, ese paso hacia atrás
donde la memoria vacila y se hunde
vulnerada por un poema que sabe a olvidos y resaca,
y a despertar en la niebla como el ala de un pájaro en la soledad”.


Mario Morales es un poeta a quien aún se le debe una lectura en profundidad y un reconocimiento a su trayectoria y valores poéticos, debido a una muy marcada voz propia y a haber impreso con su sello una dirección diferente a la poesía de los años ‘80. Probablemente su escasa pretensión de notoriedad y figuración hayan contribuido al silencio con que se ha retribuido su enorme aporte a la poesía de las ultimas décadas. Esta evocación pretende, al menos, rescatarlo de ese podio invertido y generar la curiosidad de involucrarse en lo que generó y en su producción poética, inexistente hoy aún en los anaqueles de las amadas y casi extinguidas “librerías de viejo”. Quienes fuimos sus discípulos y amigos nos arrogamos la fortuna de contar con su obra editada completa.”

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"A medida que las naciones emergen de la crisis de COVID, he comenzado a retomar las apariciones internacionales y, entre otros objetivos, tengo en proceso un itinerario creciente para una visita europea en la primavera de 2023".

Elsy es abogada, doctora en jurisprudencia, narradora, dramaturga y poeta ecuatoriana. Comienza su carrera literaria con la publicación del libro de cuentos De mariposas, espejos y sueños. La mayor parte de su obra cuentística está reunida en el libro Los miedos juntos (El Ángel Editor, 2009).

 
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