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Gonzalo G. Velasco

'Zodiac': Denso pero seguro

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Sólo por su férrea voluntad de no repetirse, David Fincher merece individualmente más respeto como creador que muchas cinematografías en su globalidad. El tipo que revolucionó la estética del fantástico con Alien 3, que filmó el thriller de asesinos en serie de referencia de los noventa (Seven), que dejó constancia del terror finisecular a que todo sea una virtualidad antes de The Matrix con The Game, que captó el espíritu de una época en crisis entonando la elegía más nihilista, jabonosa y políticamente incorrecta que este cronista recuerda (El Club de la Lucha), y ya por último, el hombre que no dudó en darse un infravalorado garbeo por el mainstream con La Habitación del Pánico, decide ahora mirar directamente a los ojos del film que le granjeó sus mayores glorias noventeras, la excelente Seven, para subvertir todos sus postulados éticos y estéticos con otra película de asesinos en serie, Zodiac, que parece rodada por el reverso tenebroso del antiguo Fincher o, siendo más exactos, por su reverso brumoso.

Porque de tinieblas y bruma es exactamente de lo que va la cosa, tanto en sentido literal, con esa niebla inquietante pero bellísima que devora poco a poco la ciudad de San Francisco (David Fincher se confirma, junto a Michael Mann, como uno de los cineastas que mejor filman la noche urbana), como figurado, por cuanto la historia es una lucha a muerte entre los hechos reales y la enunciación cinematográfica por encontrar un equilibrio duradero a través del borroso filtro de la memoria y la obsesión. Afortunadamente, la bruma fincheriana no nos impide ver que estamos ante otra de sus grandes películas, densa sí, prosaica, sí, larga sí, con unos personajes algo simplotes, sí, pero tan preocupada por respetar unos hechos, una época, y un look que acaba convirtiéndose en un documento mucho más riguroso que algunos sumarios judiciales a la par que mucho más absorbente a nivel dramático. Esto último, teniendo en cuenta que se trata de una película de asesinos donde el asesino actúa en muy contadas ocasiones (tres, para ser exactos, y en una de ellas ni siquiera estamos seguros de que se trate de él), que los diálogos suplen casi por completo a la acción, y que el desenlace se aleja radicalmente de las convenciones habituales del subgénero, constituye una proeza narrativa al alcance de muy pocos, como también constituye una proeza de primer orden que Zodiac logre borrar casi por completo la huella autoral de Fincher, omnipresente en su filmografía anterior, sin que por ello cada uno de sus planos deje de transmitirnos que se trata de una obra firmada por él.

Tal vez Zodiac no sea una propuesta tan accesible como Seven ni tan deslumbrante como El Club de la Lucha. Por descontado, tampoco cuenta con un guión tan efectista como el de The Game ni hace gala la tremenda ansiedad por epatar desde detrás de las cámaras de Alien 3, pero es una película muchísimo más personal que todas ellas, y aunque no lo parezca, también la más compleja. Con ella Fincher demuestra que tanto vale para un roto como para un descosido, y que si para John Rambo matar se convirtió con el tiempo en algo tan natural como respirar, a el le ocurre algo muy, muy, parecido con el filmar. Bendito sea.

'Zodiac': Denso pero seguro

Gonzalo G. Velasco
Gonzalo G. Velasco
miércoles, 11 de julio de 2007, 23:19 h (CET)
Sólo por su férrea voluntad de no repetirse, David Fincher merece individualmente más respeto como creador que muchas cinematografías en su globalidad. El tipo que revolucionó la estética del fantástico con Alien 3, que filmó el thriller de asesinos en serie de referencia de los noventa (Seven), que dejó constancia del terror finisecular a que todo sea una virtualidad antes de The Matrix con The Game, que captó el espíritu de una época en crisis entonando la elegía más nihilista, jabonosa y políticamente incorrecta que este cronista recuerda (El Club de la Lucha), y ya por último, el hombre que no dudó en darse un infravalorado garbeo por el mainstream con La Habitación del Pánico, decide ahora mirar directamente a los ojos del film que le granjeó sus mayores glorias noventeras, la excelente Seven, para subvertir todos sus postulados éticos y estéticos con otra película de asesinos en serie, Zodiac, que parece rodada por el reverso tenebroso del antiguo Fincher o, siendo más exactos, por su reverso brumoso.

Porque de tinieblas y bruma es exactamente de lo que va la cosa, tanto en sentido literal, con esa niebla inquietante pero bellísima que devora poco a poco la ciudad de San Francisco (David Fincher se confirma, junto a Michael Mann, como uno de los cineastas que mejor filman la noche urbana), como figurado, por cuanto la historia es una lucha a muerte entre los hechos reales y la enunciación cinematográfica por encontrar un equilibrio duradero a través del borroso filtro de la memoria y la obsesión. Afortunadamente, la bruma fincheriana no nos impide ver que estamos ante otra de sus grandes películas, densa sí, prosaica, sí, larga sí, con unos personajes algo simplotes, sí, pero tan preocupada por respetar unos hechos, una época, y un look que acaba convirtiéndose en un documento mucho más riguroso que algunos sumarios judiciales a la par que mucho más absorbente a nivel dramático. Esto último, teniendo en cuenta que se trata de una película de asesinos donde el asesino actúa en muy contadas ocasiones (tres, para ser exactos, y en una de ellas ni siquiera estamos seguros de que se trate de él), que los diálogos suplen casi por completo a la acción, y que el desenlace se aleja radicalmente de las convenciones habituales del subgénero, constituye una proeza narrativa al alcance de muy pocos, como también constituye una proeza de primer orden que Zodiac logre borrar casi por completo la huella autoral de Fincher, omnipresente en su filmografía anterior, sin que por ello cada uno de sus planos deje de transmitirnos que se trata de una obra firmada por él.

Tal vez Zodiac no sea una propuesta tan accesible como Seven ni tan deslumbrante como El Club de la Lucha. Por descontado, tampoco cuenta con un guión tan efectista como el de The Game ni hace gala la tremenda ansiedad por epatar desde detrás de las cámaras de Alien 3, pero es una película muchísimo más personal que todas ellas, y aunque no lo parezca, también la más compleja. Con ella Fincher demuestra que tanto vale para un roto como para un descosido, y que si para John Rambo matar se convirtió con el tiempo en algo tan natural como respirar, a el le ocurre algo muy, muy, parecido con el filmar. Bendito sea.

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