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“El sentido común es el arte de resolver los problemas, no de plantearlos” Yoritomo Tashi Filósofo japonés

La disyuntiva

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No sé si es que el mundo vive una época de convulsión y zozobra o que estamos siendo protagonistas del final de una etapa histórica, mucho más profunda de lo que nosotros imaginamos.

Sin duda la nave de la humanidad está variando el rumbo y ello nos produce temor y zozobra, porque ignoramos cual será el puerto al cual arribaremos, y mucho menos, lo que en el mismo nos espera. Aunque si hacemos un repaso de la historia de la historia, nos daremos cuenta que esta no es más que una gigantesca travesía, en la que de cuando en cuando, hacemos escala en desconocidos puertos, en los que como se describe en “El gatopardo”, todo cambia, para que la singladura continúe, y todo siga igual.

Esto origina, no solamente una disociación entre la tripulación (clase dirigente) y el pasaje (clase dirigida), sino que entre los integrantes de esta última, además de no caminar todos al mismo paso, algunos pretenden hacer retroceder a los que se encuentran en la cabecera de la marcha, a las oscuridades de la edad media, como es el caso de los terroristas islámicos.

Asombro y estupor, fueron los sentimientos que embargaron al mundo al recibir la noticia de cómo los yihadistas habían extremado su crueldad en la forma de ejecutar a sus prisioneros. Con indescriptible horror pudimos contemplar el video en el que uno de los fanáticos guerrilleros, con intencionada frialdad, prendía con una antorcha el camino de fuego que conducía a la jaula en la que tenían encerrado al piloto jordano Maaz al Kasasbeh. El video es estremecedor. Muestra con inconcebible crueldad como el militar, un joven de 26 años, se convulsiona y se retuerce convertido en una antorcha humana hasta caer definitivamente inerme. Varios minutos que se hacen eternos a causa del espantoso sufrimiento de la víctima, son los que duran unas imágenes, que no son otra cosa más que la constatación fidedigna de la extremada ferocidad y salvajismo que subyace en el ser humano. Luego, con la ayuda de una topadora, remacharon los restos del cadáver carbonizado, sepultándolo bajo cientos o miles de kilos de escombros. Esta misma atrocidad la han repetido con tres civiles iraquíes. Y todo por un sempiterno empeño del hombre; el de dominar al hombre por medio de la fuerza y del terror.

¿Qué pueden ver en estas imágenes los jóvenes españoles de ambos sexos que les pueda inducir a integrarse en las filas de esta organización criminal? ¿Qué sienten los occidentales de distintas nacionalidades, para sumarse voluntariamente a esta barbarie?

No es esta, desgraciadamente, la única noticia de la que tenemos conocimiento que nos puede producir auténtico horror. Podría citar algunos ejemplos estremecedores sucedidos en otras partes del mundo que ponen de manifiesto la ferocidad sin límites que puede anidar en el ser humano.

En Venezuela, uno de los países más ricos del continente americano, el régimen chavista ha desencadenado la miseria, el hambre y cientos y cientos de muertos por doquier, simplemente por el hecho de discrepar de las tesis del régimen.

Tan en la miseria han hundido al pueblo, en nombre del que siempre hablan los gobernantes demagogos, que las tiendas están desabastecidas de los artículos más básicos. Los venezolanos carecen hasta de los alimentos diarios de primera necesidad. Con suerte, para conseguir algún artículo elemental hay que permanecer esperando en las colas hasta cinco y seis horas.

Como cualquier régimen dictatorial, el chavismo, para subsistir, necesita culpar a otros de sus propios fracasos. En el caso de las colas existentes en el país, culpa a los comerciantes y para remediar la situación y hacer que estas desaparezcan, envían para disolverlas a piquetes del ejército.

Y que a nadie se le ocurra discrepar o hacer pública su protesta, porque inmediatamente será considerado un elemento subversivo y puede terminar en la cárcel o en cualquier oscuro callejón con un par de balas en su cuerpo.

La culpa de tan triste estado de postración del país, como siempre, la tiene el imperialismo capitalista que conspira para derribar al régimen.

Profunda preocupación nos debería causar a los españoles, escuchar a Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela y primer vicepresidente del Partido Socialista Unido de Venezuela, cómo equiparaba recientemente al chavismo con el partido español Podemos y con el reciente triunfo en las elecciones griegas del izquierdista Syriza. "Ahí está lo que pasó en Grecia; ahí está lo que va a pasar en España más temprano que tarde. Eso es el chavismo, que anda dando la vuelta al mundo entero”, dijo el exteniente del Ejército frente a un público compuesto por oficiales de las Fuerzas Armadas.

La reciente encuesta del CIS sobre intención de voto, sitúa a los admiradores del régimen bolivariano en España, como segunda fuerza política, por delante del PSOE y como alternativa de gobierno en nuestro país. Otra más reciente de Metroscopia, sitúa a los que tienen a Chávez como referente, como primera fuerza política.

El pensamiento que da lugar a reacciones sociales de este tipo, ni se improvisa, ni nace por generación espontánea. Es cierto que los españoles tenemos motivos más que sobrados para estar cabreados, indignados y encolerizados con la generalidad los partidos, por sus engaños, mentiras, faltas de cumplimiento, tomaduras de pelo, por su prepotencia, su despotismo y nepotismo, por utilizarnos para sus fines partidarios y por llevar al país al borde de la quiebra. Y no es menos cierto que esos partidos que prometen lo que después no cumplen, tienen que enderezar su rumbo y poner los medios para que se produzca una regeneración, no solo de la clase política, sino de la sociedad en general.

Pero, si no somos capaces de comportarnos como una sociedad íntegra, hagamos al menos lo posible para obrar con sentido común y por un natural deseo de represalia, arrojarnos al abismo del modelo bolivariano que se nos ofrece como alternativa, porque esa no es la elección que necesita España para solucionar los problemas que el país tiene planteados.

Mirémonos en el espejo de Grecia y analicemos la imagen que nos devuelve. Una deuda a treinta años que no pueden pagar y que posiblemente los acreedores le amplíen el plazo a cincuenta para facilitar la viabilidad de su devolución. Es decir: los griegos han hipotecado su futuro durante medio siglo. Medio siglo en el que se verán empobrecidos y arruinadas sus inversiones, servicios públicos y prestaciones sociales.

Para lograr su total recuperación, España necesita una estabilidad que genere confianza y seguridad en el camino a seguir y eso solo se logrará con un voto reflexivo que nada tenga que ver con la reacción visceral motivada por nuestros sentimientos, porque la razón siempre tiene poderosos argumentos que nuestra reacciones primitivas nunca podrán entender.

Sería irracional por nuestra parte, que por un comprensible deseo de castigo, tomásemos decisiones trascendentes movidos por reacciones emocionales. Con ello daríamos satisfacción a un natural deseo de desagravio y desquite. Pero muy probablemente este pequeño resarcimiento, podría convertir nuestra vida en una aventura incierta y zigzagueante, en la cual solo estaría permitida la sumisión al pensamiento único.

La experiencia de la Historia nos demuestra que cuando se producen estas irreflexivas piruetas, con frecuencia, aquellos que se nos presentan como libertadores de las cadenas de un sistema calificado como caduco y corrupto, una vez que se han hecho con las llaves del poder, pronto se erigen en opresores de los oprimidos.

En ese mismo momento se eliminan de la vida diaria los conceptos de libertad, de progreso, de libre expresión, de democracia, de alternativa, de diálogo, de consenso, de oposición, de autonomía y de liberación. Se produce un retroceso al fascismo puro y duro de hace casi un siglo. A ese fascismo que no pocos han tenido como único asidero desde que cayera el muro de Berlín y que en lo único que se diferencia del que los presuntos salvadores ahora pretenden imponernos, es que con aquel se saludaba al estilo romano con la mano extendida y en el que hoy pretenden imponernos, el gesto se expresa con el puño cerrado.

A veces, las consecuencias de estas decisiones emocionales y como tales irracionales, pueden ser irreversibles o necesitan muchas décadas e ímprobos sacrificios, para poder ser corregidas.

Los españoles tenemos toda la legitimidad política y moral para reprochar su conducta a aquellos que con la dilapidación de nuestro bienestar y sus falsas promesas, nos deslumbraron hasta dejarnos ciegos. Solo aquellos que perdieron la visión de su propio horizonte, saben cuan terribles son los gritos de angustia y desesperación de los que no pueden ver. Pero peor que la ceguera, es ver algo que no es, porque podemos estar ciegos para lo evidente, y lo que es muchísimo peor: ciegos para nuestra ceguera.

Procuremos no equivocarnos, porque una vez cometido el error ¿De qué sirve el arrepentimiento, si el mismo no borrará nada de lo que haya podido pasar?

La disyuntiva

“El sentido común es el arte de resolver los problemas, no de plantearlos” Yoritomo Tashi Filósofo japonés
César Valdeolmillos
miércoles, 11 de febrero de 2015, 08:10 h (CET)
No sé si es que el mundo vive una época de convulsión y zozobra o que estamos siendo protagonistas del final de una etapa histórica, mucho más profunda de lo que nosotros imaginamos.

Sin duda la nave de la humanidad está variando el rumbo y ello nos produce temor y zozobra, porque ignoramos cual será el puerto al cual arribaremos, y mucho menos, lo que en el mismo nos espera. Aunque si hacemos un repaso de la historia de la historia, nos daremos cuenta que esta no es más que una gigantesca travesía, en la que de cuando en cuando, hacemos escala en desconocidos puertos, en los que como se describe en “El gatopardo”, todo cambia, para que la singladura continúe, y todo siga igual.

Esto origina, no solamente una disociación entre la tripulación (clase dirigente) y el pasaje (clase dirigida), sino que entre los integrantes de esta última, además de no caminar todos al mismo paso, algunos pretenden hacer retroceder a los que se encuentran en la cabecera de la marcha, a las oscuridades de la edad media, como es el caso de los terroristas islámicos.

Asombro y estupor, fueron los sentimientos que embargaron al mundo al recibir la noticia de cómo los yihadistas habían extremado su crueldad en la forma de ejecutar a sus prisioneros. Con indescriptible horror pudimos contemplar el video en el que uno de los fanáticos guerrilleros, con intencionada frialdad, prendía con una antorcha el camino de fuego que conducía a la jaula en la que tenían encerrado al piloto jordano Maaz al Kasasbeh. El video es estremecedor. Muestra con inconcebible crueldad como el militar, un joven de 26 años, se convulsiona y se retuerce convertido en una antorcha humana hasta caer definitivamente inerme. Varios minutos que se hacen eternos a causa del espantoso sufrimiento de la víctima, son los que duran unas imágenes, que no son otra cosa más que la constatación fidedigna de la extremada ferocidad y salvajismo que subyace en el ser humano. Luego, con la ayuda de una topadora, remacharon los restos del cadáver carbonizado, sepultándolo bajo cientos o miles de kilos de escombros. Esta misma atrocidad la han repetido con tres civiles iraquíes. Y todo por un sempiterno empeño del hombre; el de dominar al hombre por medio de la fuerza y del terror.

¿Qué pueden ver en estas imágenes los jóvenes españoles de ambos sexos que les pueda inducir a integrarse en las filas de esta organización criminal? ¿Qué sienten los occidentales de distintas nacionalidades, para sumarse voluntariamente a esta barbarie?

No es esta, desgraciadamente, la única noticia de la que tenemos conocimiento que nos puede producir auténtico horror. Podría citar algunos ejemplos estremecedores sucedidos en otras partes del mundo que ponen de manifiesto la ferocidad sin límites que puede anidar en el ser humano.

En Venezuela, uno de los países más ricos del continente americano, el régimen chavista ha desencadenado la miseria, el hambre y cientos y cientos de muertos por doquier, simplemente por el hecho de discrepar de las tesis del régimen.

Tan en la miseria han hundido al pueblo, en nombre del que siempre hablan los gobernantes demagogos, que las tiendas están desabastecidas de los artículos más básicos. Los venezolanos carecen hasta de los alimentos diarios de primera necesidad. Con suerte, para conseguir algún artículo elemental hay que permanecer esperando en las colas hasta cinco y seis horas.

Como cualquier régimen dictatorial, el chavismo, para subsistir, necesita culpar a otros de sus propios fracasos. En el caso de las colas existentes en el país, culpa a los comerciantes y para remediar la situación y hacer que estas desaparezcan, envían para disolverlas a piquetes del ejército.

Y que a nadie se le ocurra discrepar o hacer pública su protesta, porque inmediatamente será considerado un elemento subversivo y puede terminar en la cárcel o en cualquier oscuro callejón con un par de balas en su cuerpo.

La culpa de tan triste estado de postración del país, como siempre, la tiene el imperialismo capitalista que conspira para derribar al régimen.

Profunda preocupación nos debería causar a los españoles, escuchar a Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela y primer vicepresidente del Partido Socialista Unido de Venezuela, cómo equiparaba recientemente al chavismo con el partido español Podemos y con el reciente triunfo en las elecciones griegas del izquierdista Syriza. "Ahí está lo que pasó en Grecia; ahí está lo que va a pasar en España más temprano que tarde. Eso es el chavismo, que anda dando la vuelta al mundo entero”, dijo el exteniente del Ejército frente a un público compuesto por oficiales de las Fuerzas Armadas.

La reciente encuesta del CIS sobre intención de voto, sitúa a los admiradores del régimen bolivariano en España, como segunda fuerza política, por delante del PSOE y como alternativa de gobierno en nuestro país. Otra más reciente de Metroscopia, sitúa a los que tienen a Chávez como referente, como primera fuerza política.

El pensamiento que da lugar a reacciones sociales de este tipo, ni se improvisa, ni nace por generación espontánea. Es cierto que los españoles tenemos motivos más que sobrados para estar cabreados, indignados y encolerizados con la generalidad los partidos, por sus engaños, mentiras, faltas de cumplimiento, tomaduras de pelo, por su prepotencia, su despotismo y nepotismo, por utilizarnos para sus fines partidarios y por llevar al país al borde de la quiebra. Y no es menos cierto que esos partidos que prometen lo que después no cumplen, tienen que enderezar su rumbo y poner los medios para que se produzca una regeneración, no solo de la clase política, sino de la sociedad en general.

Pero, si no somos capaces de comportarnos como una sociedad íntegra, hagamos al menos lo posible para obrar con sentido común y por un natural deseo de represalia, arrojarnos al abismo del modelo bolivariano que se nos ofrece como alternativa, porque esa no es la elección que necesita España para solucionar los problemas que el país tiene planteados.

Mirémonos en el espejo de Grecia y analicemos la imagen que nos devuelve. Una deuda a treinta años que no pueden pagar y que posiblemente los acreedores le amplíen el plazo a cincuenta para facilitar la viabilidad de su devolución. Es decir: los griegos han hipotecado su futuro durante medio siglo. Medio siglo en el que se verán empobrecidos y arruinadas sus inversiones, servicios públicos y prestaciones sociales.

Para lograr su total recuperación, España necesita una estabilidad que genere confianza y seguridad en el camino a seguir y eso solo se logrará con un voto reflexivo que nada tenga que ver con la reacción visceral motivada por nuestros sentimientos, porque la razón siempre tiene poderosos argumentos que nuestra reacciones primitivas nunca podrán entender.

Sería irracional por nuestra parte, que por un comprensible deseo de castigo, tomásemos decisiones trascendentes movidos por reacciones emocionales. Con ello daríamos satisfacción a un natural deseo de desagravio y desquite. Pero muy probablemente este pequeño resarcimiento, podría convertir nuestra vida en una aventura incierta y zigzagueante, en la cual solo estaría permitida la sumisión al pensamiento único.

La experiencia de la Historia nos demuestra que cuando se producen estas irreflexivas piruetas, con frecuencia, aquellos que se nos presentan como libertadores de las cadenas de un sistema calificado como caduco y corrupto, una vez que se han hecho con las llaves del poder, pronto se erigen en opresores de los oprimidos.

En ese mismo momento se eliminan de la vida diaria los conceptos de libertad, de progreso, de libre expresión, de democracia, de alternativa, de diálogo, de consenso, de oposición, de autonomía y de liberación. Se produce un retroceso al fascismo puro y duro de hace casi un siglo. A ese fascismo que no pocos han tenido como único asidero desde que cayera el muro de Berlín y que en lo único que se diferencia del que los presuntos salvadores ahora pretenden imponernos, es que con aquel se saludaba al estilo romano con la mano extendida y en el que hoy pretenden imponernos, el gesto se expresa con el puño cerrado.

A veces, las consecuencias de estas decisiones emocionales y como tales irracionales, pueden ser irreversibles o necesitan muchas décadas e ímprobos sacrificios, para poder ser corregidas.

Los españoles tenemos toda la legitimidad política y moral para reprochar su conducta a aquellos que con la dilapidación de nuestro bienestar y sus falsas promesas, nos deslumbraron hasta dejarnos ciegos. Solo aquellos que perdieron la visión de su propio horizonte, saben cuan terribles son los gritos de angustia y desesperación de los que no pueden ver. Pero peor que la ceguera, es ver algo que no es, porque podemos estar ciegos para lo evidente, y lo que es muchísimo peor: ciegos para nuestra ceguera.

Procuremos no equivocarnos, porque una vez cometido el error ¿De qué sirve el arrepentimiento, si el mismo no borrará nada de lo que haya podido pasar?

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