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Capítulo 6

La marimorena

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Marisa se mueve muy ufana en la terraza de la Zapica; ha dejado ya muy claro que es la más enterada de lo que está pasando dentro del piso de sus vecinos. Tiene su mérito, porque le ha salido fuerte competencia. Todo el mundo pretende saber mucho. Se lo reserva y pregunta.

Xandru ha saldado sus cuentas pendientes y paga sin abrir nuevas, Marisa y su marido andan mucho mejor vestidos y aseados, hasta la Chunchi ha dejado de comprar falsificaciones de marcas en el baratillo.

Aquí, sin duda, se mueve más pasta y más morbo: todo son riojas, cavas y cubatas, cuando antes se servían vinos con casera y cafés. Están todos los que estaban antes y otros que no paran de agregarse.

Se han hecho habituales nuevas figuras, la que más me impresiona es la de una pareja de avanzada edad, muy arregladitos ambos, que se pasa toda la mañana bebiendo, fumando, leyendo periódicos y telefoneando. De vez en cuando hablan en voz baja y nadie sabe cómo se llaman, porque no parecen querer tratos. Después hay otros que pasan de vez en cuando, con más moderación de consumo, que tampoco sabemos cómo se llaman, porque no intervienen. Finalmente hay nuevos personajes, que sí se muestran, pero que no añaden nada nuevo.

El ambiente se parece cada vez más a una conspiración. Las antenas, hasta las de los estirados viejecitos, están bien tensas. Huele a pasta, a mucha pasta, y todo el mundo anda a pillar, a sabiendas de que no les caerá del cielo.

Este mes, sé muy bien por qué, mi cuenta corriente se ha agotado antes de tiempo y empezarán a devolver recibos. Me tiene preocupado el del gas y electricidad…, pero bueno, a lo hecho pecho…, me toca jugar, como toda la vida, con los créditos de las tarjetas. No soy tan listo como todos estos pillastres; a pringar, que parece ser lo mío.

Cuentan las lenguas, ignoro si las malas o las buenas, que Xandru ha sacado un buen arsenal al padre de la primogénita. Basta con lo que está a la vista; ahora va, como dicen en Villaviciosa, muy curioso. El señor marqués de Bradomín reluce más que don Quijote “cuando de su aldea vino” y ha perdido su principal encanto: el estigma de la soledad.

Parece que se hubiera producido un milagro en todos éstos y yo sigo igual, sobrecogido por el imperioso recorte de gastos que nos impone el nuevo régimen. Soy un desastre y no puedo instalarme todos los días en la Terraza de la Zapica.

Temo que con esta historia terminará por pasarme lo mismo que con lo del desembarco. No tendré más remedio que dejarla en el baúl de los recuerdos, después de haber invertido tanto dinero y esfuerzos. Marisa no acepta pagos con tarjeta y tampoco da crédito. ¿Cómo voy a contar algo que no podré presenciar? Paso por allí para pillar algo y me encuentro con la sonrisa de Xandru. Me invita a compartir mesa y el cava que acaba de pedir.

-No me extraña que don Juan se traiga todo de fuera, esta gente no tiene ostras o buen champán francés. Uno aquí no puede celebrar nada con dignidad -Su mirada imprime desprecio.

No sé muy bien lo que responder. Dijera lo que dijera, el repentino ímpetu de mi anfitrión arrasaría.

-Estos son unos “comemierdas”. Yo, por el contrario, paso mis veladas en muy agradable compañía.

Los rumores que me han llegado afirman que el padre de la novia se ha traído una legión para acelerar las reformas más urgentes en la casa y que ya se ha instalado en la misma. Hasta ahora no había tenido la posibilidad de corroborarlo. Hubiera preferido no hacerlo. Me siento profundamente defraudado. No sé muy bien la razón… En realidad le tengo aprecio, mucho más de lo que hubiera podido imaginar. ¿Qué nos está pasando? No sé muy bien por qué me tomo las cosas tan dramáticamente; a medida que avanza el relato de mi interlocutor, lo que antes me parecía una lacra comienza a tomar la apariencia de una aventura apasionante.

-Ha dejado pagada toda la reparación de la casa y la está convirtiendo en lo que ha de ser mi mansión. Sabe ver en mí el caballero que soy y facilita todo para que lo sea. He comprendido por qué lo hace traer todo de fuera, ya lo creo. Comemos y bebemos lo que se nos antoja, nos lo traen de origen, por servicio rápido, como tiene que ser. Ya había olvidado el gusto de las gambas de Huelva, del caviar iraní, de las ostras de Arcachon o de las naranjas de Valencia, por poner algunos ejemplos. Eso es clase.

Tampoco tengo respuesta, aunque hubiera podido ponerme bíblico y citar a Salomón.

¿No dice que estudió en los años 40 en el colegio alemán de Madrid? No estoy, sin embargo, nada convencido de que le hubiera hecho mucho efecto, es demasiado hedonista y efímero. Me he dejado contagiar sin resistencia; el cava está muy bueno y mi paladar reclama una ostra. Me caza al vuelo.

-¿Por qué no cenas con nosotros esta noche?, ¿a qué hora quieres que mande el coche a recogerte?

Me quedo de piedra, nunca lo había sentido tan poderoso. No puede ser, no puede ser, me estoy perdiendo algo que presiento que no debería perderme. Ya no es solamente la gula. Hay también vanidad y soledad.

-¿Te ha dicho él que me invites?
-No, pero sé que aprecia mis gustos.

Me jode que la iniciativa no viniera de lo más alto. Me resisto aún a aceptarlo, pero empiezo a sentirme fascinado por alguien que ha sido capaz de montar este tinglado.

-Vale, ¿a qué hora pasará a buscarme?
-Cenamos a las nueve, con que te recoja media hora antes vale.

¿Qué vale?, ¿qué estáis tramando?, ¿qué estamos celebrando? -Con esta entrada, la Chunchi se lanza a pedir una copa, “al servicio”, como ella dice.

No es precisamente la persona adecuada y ambos acordamos el tácito compromiso de blindar nuestro secreto. No es que suponga un sacrificio; ya está todo hablado y los aromas de la Chunchi me invitan a otros devaneos.

-¿Brut de Fauvergé?
-Mejoras, aunque el Brut lo reconoce cualquiera
Vaya, soy un cualquiera para la “doñaunmé” ésta, no estará en la fiesta, que se joda, pero…
-¿De dónde salen estos festines? Dejadme adivinar…

Me lo pone a huevo.

-Ya no se te ve comprando en el mercadillo; es más fácil encontrarte en los restaurantes caros; dicen, que no es porque yo vaya… La señora anda sobrada del desparpajo que a mí me falta.

-No necesito grandes esfuerzos para averiguar quién te ha ido con el cuento. Podría ser cualquiera de los presentes en esta terraza. Parece que se mueve la pasta de repente, ¿no?

Tengo la repuesta porque hace muchos esfuerzos en enseñarme un “peluco” de marca y oro, cuyo peso ralentiza la movilidad de su muñeca. No tengo la intención de caer en la trampa, no, pero vuelvo a meter la pata, aunque me sale la vena bíblica y el infierno de los ricos. Xandru me salva por los pelos:

-Vanitas, Vanitatis -y añade con la aristocracia que me acaba de mostrar, mientras arranca la copa de la mano a la intrusa-. ¡Va de retro!

Hace que se levante ¡no me lo puedo creer! Pronto descubro que ella se deja manipular para tomar impulso y gritar.

-Meras suposiciones que pesan sobre cada uno de nosotros. Que tire la primera piedra el o la que se considere libre de pecado. Quien pretende excomulgarme parece muy bien pagado para estar limpio.

Por si no quedara lo suficientemente claro para su gusto, añade rumbosa.

-¿Me equivoco?
-¿Debo a usted algo, señora? A propósito, ¿qué decía que era usted en su vida laboral? ¿Ha estudiado usted en el colegio alemán? ¿Sabe lo que es degustar manjares y estar acariciado por el calor perfumado de troncos que nos traen del Líbano, mientras nos alumbran velas aromáticas provenientes de Nepal? ¿Tiene usted el mal gusto de comparar mis privilegios con la ordinariez que oprime su muñeca?

La Chunchi se queda como una pava. No había previsto tal ataque o no tiene la respuesta adecuada. Temo que nos faltará la ocasión de comprobarlo. La Petra viene muy cargada…

-Aquí huele a puta cara, cuando antes sólo teníamos los efluvios del mercadillo.

¿Verdad usted?

La aludida se hace la tonta. Grave error cuando su atacante va a por ella con todas las consecuencias y no está dispuesta, ni mucho menos, a permitir el escaqueo. Pese al coraje que desprende, la recién llegada da pena, es un adefesio ambulante, vestida con un abrigo de visón que, de toda evidencia, no ha sido diseñado para ella o para la circunstancia. Apesta a alcanfor.

-¡Flipa, engreída! No me lo ponía para no dejarte mal… ¿Qué te parece? Son pieles y no las mierdas que te pones, como si te propusieras quitarnos el hipo ¡A mi madre le hubieras podido venir con tus humos! Te habría dejado guapa, ya lo creo, ya. Esto no sale del rumano o del mercadillo, monada.

Demasiado fácil para una Chunchi que ya le ha cogido “gustirrín” al chollo del rumano.

-No vamos a discutir por olores, querida. No soporto el alcanfor.

Se calla para saborear su pulla y para recoger los abundantes gestos de apoyo. El alcanfor ofende al olfato y proyecta a la pobre Petra en patetismo trasnochado.

-No creo que te dejaran entrar con esas trazas en muchos de los sitios en que últimamente coincidimos, querida.

-Pues lo hacen, ya lo creo, y con mucho gusto. Saben que mi pasta es buena –Sublime- ya lo creo. El lunes, sin ir más lejos, te dijeron que no había mesa, ¿recuerdas dónde? Pues que sepas que para mí sí la había ¿querida? -Se para, muy conscientemente-. No sé, a lo mejor, por el simple hecho que coincidimos tanto últimamente, saco conclusiones precipitadas…

Chunchi no sabe o no contesta. ¿Quién soy yo para opinar? Son rollos de señoras. Xandru sí que tiene respuesta, que adquiere aún más solemnidad con sus nuevas trazas y con sus recientemente adquiridos recursos.

-Los visones y el alcanfor son cosas de pobres que quieren parecer ricos. Mi madre no usaba tales vulgaridades; nuestros blasones están siempre al aire. Las maestras guardan celosamente lo que siquiera son pergaminos. Ese olor es insoportable… ¿Qué decías Petra?

Petra ha crecido al menos un metro.

-Decía que el alcanfor huele a lo que preservamos.
-Las nutrias o las martas de mi madre no huelen a alcanfor. Nunca lo hemos usado - Xandru impone silencio, como si necesitara pensar-. En mi casa se trata todo con el aire y con el sol-. Todo el mundo se fija en la palidez enfermiza de Petra-. Ya ves la diferencia…

A mí, la escena me ha hecho pensar en mis miserias. ¿Cuánto tardará Gas Natural en reclamarme la factura devuelta? Bueno, el muerto al hoyo y el vivo al boyo. Hoy cenaré opíparamente y conoceré, al fin, a don Juan. Mañana, ¿quién sabe?

La llegada del abogado lo ha cambiado todo. Se relame de algo que quiere contar y pide, ostentosamente, una docena de oricios y una botella de sidra. Marisa surge de una mesa del fondo. No es raro que no hubiera notado su presencia, ahora tiene muchas ofertas para pagar sus copas. Toma “Ribera del Duero” con “Seven up” y va muy repeinada.

-¿Veis como aquí tenemos de todo…? Su señoría debe saber que el manjar que va a degustar ha sido recolectado por las manos de mi hombre…
-¿Te vuelves al bando del Gaitero? ¿Se acabó la fiesta?

La Chunchi ignora a Marisa y dirige sus dardos al leguleyo. Éste no se digna a contestar. Lo hace la menospreciada.

-También se ha dejado comprar el Xandru, quien, como todos sabemos, da cobijo al rumano…

El pachuli se impone al alcanfor y Lola a Petra. La recién llegada es menudita, de las que no se deja pisar. Se coloca al lado del adefesio y le rocía el abrigo con su perfume.

-Así mejor, colega, apestaba incluso en la otra terraza…
-¿Usted es? – Xandru parece haberse tomado muy en serio lo de los linajes.
- ¿Lo pregunta por lo del pachuli?

No ha hecho más preguntas, se ha vuelto a su terraza, dejando muy claro, eso sí, que si es necesario volverá a hacerlo, ¡faltaría más! El oxígeno es de todos. Xandru, intrépido, sigue a la moza, que moza es, aunque rondará la cuarentena. Ella se sienta tranquilamente como si no hubiera visto nada y Xandru se sienta en otra silla de la misma mesa. Llega la camarera. No he logrado escuchar lo que ha pedido, pero les sirven una botella de cava. Habla con la intrusa. No parecen molestos por los olores, él por el pachuli o ella por el brut. Ahora el galán puede permitirse consumir en bares en los que no tenga cuenta y ella saborea el cava. Lo de los linajes parece haber pasado a las candilejas. La chica no está nada mal, pero es de paso y… las mujeres del grupo parecen de esta opinión. La sangre no llegara al río…

A mi gran sorpresa, es el abogado quien nos devuelve a Xandru. Cuando me he dado cuenta ya estaba sentado, por el morro, en una silla de la mesa del romance. La del pachuli hace una seña a un camarera al acecho y el intruso se agrega al festín con mucha más complicidad y holgura que el que invita, que nos ha vuelto con el rabito entre las piernas y ha tenido que tragarse la humillante reclamación del pago de la cuenta que le ha traído una camarera irritada.

No tiene otro recurso que pagar. Está claro, pero el señor marqués de Bradomín le dice que no puede tolerar tal agravio. No sé lo que hubiera hecho si el maná que está circulando para algunos no hubiese hecho mella en el corazón de la peña y no se hubiera pagado la factura. Se pagó y pelines a la mar.

Sigue un silencio incómodo y a todos nos entran las prisas. Ya nada es como antes; no queremos hablar del tema. Parece que todos nos hubiéramos puesto guantes blancos, porque aquí soy el único agobiado por el pago del recibo combinado de gas y de electricidad.

Xandru se reúne conmigo y me tranquiliza porque no parece que quiera hablar del incidente.

-Me alegra que hayas optado por el buen camino, aunque has esperado al último momento.
-Pensaba que quedaba rato para lo de la boda…
-No calculas muy bien, ya está todo preparado y cursadas las invitaciones; solamente falta el cronista…
-Que se traerán de Madrid.
-A menos que…
-¿Qué?
-Que lo aceptes tú.

No sé lo que creer o pensar. Nunca he creído en los milagros… Me dejo tentar, sin embargo.

-Los dos necesitamos engrasar nuestros blasones, ¿de qué te sirven tus escritos o a mí los pergaminos, los edificios que se derrumban o mi título de bachillerato del colegio alemán? Mira, como los abrigos alcanforados de la Petra. Este hombre es un mecenas que me lo reconstruye, paga mis cuentas y mis gastos a cambio de que le nombre mi heredero. No tengo herederos, pues para él.

Me suena a cuento de hadas, pero se impone el diablo. ¿De dónde saca la pasta este tipo? La historia es patética. Casar, en contra de su voluntad, a una hija cuyo germen se ha abandonado e imponer en el mismo acto, el ejercicio de nuestra primogenitura, es un crimen legal… Xandru me deja digerir los escrúpulos y pregunta, sin guantes o cautelas.

-¿Lo vas a aceptar?
-No.

La rotundez me sorprende a mí mismo, puesto que no sé exactamente lo que rechazo. Xandru me toma la delantera.

-Ya tiene sus cronistas de la prensa del corazón. No es eso, por si tus temores iban por ahí. Un momento -Espera a que pasen el abogado y la del pachuli-. Él se ocupa de meter ese género y ya ves, le va muy bien y hasta se permite chulearme las copas. No tengo control en el tema. En lo de tu crónica sí…

-Querrá, sin duda, el blanqueo.
-Más aún. Los laureles.
-No escribo poemas épicos.

Me ha salido mi dignidad ultrajada, pero no he logrado darme pena. Lo mejor es irme y llegar antes de que me cierren el banco.

-¿Por qué resignarte a sufrir los recortes? Sabes que es cada vez más cara la práctica de la escritura.

Le habría soltado unos buenos rapapolvos y, en primer lugar, el de mis dignidades e intimidades profanadas, pero Xandru se desliza por otra senda.

-Me enteré que te buscaban los bomberos.

Estallo en una carcajada que dispersa mi rabia contenida. La loca de la Isa que movilizó a sus relaciones para tranquilizarse porque no había respondido a sus llamadas. No había oído las primeras y, cuando al fin respondí, el viento nos arrastraba a mí y a la voz.

Xandru muestra su alegría al comprobar que su broma ha arrasado el temporal.
-Siempre nos gusta saber que alguien se preocupe por nosotros.
-Y un chisme que anime el patio.

Xandru tiene claro su mensaje y también tiene prisa por irse a comer los manjares que le esperan en su casa y a echarse la siesta, “al amor de la lumbre”. Lo tiene muy claro, mucho.

-Lo ha visto todo, lo tuyo y lo de ellos. Le gusta y quiere que siga esa crónica. No pide otra…

¿Cómo ha podido hacerse con lo mío? ¿Por qué estoy trabajando gratis mientras todo dios hace el agosto? Pongo voz a mi patetismo.

-Soy un “pringao”.
-Bueno, dejémoslo en “pringadillo”.

Lo dice como si tal, como si no importara, y yo me callo. Sé que es verdad lo que dicen: yo me cargo con el muerto y ellos cobran; hasta los de las terrazas, a tope, cuando hace bien poco languidecían. Si son listos terminarán por vender marisco y la Veuve. Al final he logrado darme pena y me refugio en el cava, que está bien fresquito. Aquí no tenemos una camarera que esté a pillar las ansias de los clientes como en la otra terraza y tengo que gesticular para llamar la atención, encerrada en el bar. Podría proponer a Xandru que nos trasladásemos de terraza, pero…

-¡Ay, si una no estuviera pendiente de todo!

Es Marisa. Actúa como si me hubiera salvado de un naufragio. Nos atienden de inmediato, paga la ronda y añade al pedido un par de docenas de oricios. Para mí que también ella está aprovechando de servicios, de cosméticos y de vestuario. No la habría reconocido si me la hubiera encontrado en cualquier otro sitio.

La marimorena

Capítulo 6
Carlos Ortiz de Zárate
miércoles, 4 de febrero de 2015, 08:18 h (CET)
Marisa se mueve muy ufana en la terraza de la Zapica; ha dejado ya muy claro que es la más enterada de lo que está pasando dentro del piso de sus vecinos. Tiene su mérito, porque le ha salido fuerte competencia. Todo el mundo pretende saber mucho. Se lo reserva y pregunta.

Xandru ha saldado sus cuentas pendientes y paga sin abrir nuevas, Marisa y su marido andan mucho mejor vestidos y aseados, hasta la Chunchi ha dejado de comprar falsificaciones de marcas en el baratillo.

Aquí, sin duda, se mueve más pasta y más morbo: todo son riojas, cavas y cubatas, cuando antes se servían vinos con casera y cafés. Están todos los que estaban antes y otros que no paran de agregarse.

Se han hecho habituales nuevas figuras, la que más me impresiona es la de una pareja de avanzada edad, muy arregladitos ambos, que se pasa toda la mañana bebiendo, fumando, leyendo periódicos y telefoneando. De vez en cuando hablan en voz baja y nadie sabe cómo se llaman, porque no parecen querer tratos. Después hay otros que pasan de vez en cuando, con más moderación de consumo, que tampoco sabemos cómo se llaman, porque no intervienen. Finalmente hay nuevos personajes, que sí se muestran, pero que no añaden nada nuevo.

El ambiente se parece cada vez más a una conspiración. Las antenas, hasta las de los estirados viejecitos, están bien tensas. Huele a pasta, a mucha pasta, y todo el mundo anda a pillar, a sabiendas de que no les caerá del cielo.

Este mes, sé muy bien por qué, mi cuenta corriente se ha agotado antes de tiempo y empezarán a devolver recibos. Me tiene preocupado el del gas y electricidad…, pero bueno, a lo hecho pecho…, me toca jugar, como toda la vida, con los créditos de las tarjetas. No soy tan listo como todos estos pillastres; a pringar, que parece ser lo mío.

Cuentan las lenguas, ignoro si las malas o las buenas, que Xandru ha sacado un buen arsenal al padre de la primogénita. Basta con lo que está a la vista; ahora va, como dicen en Villaviciosa, muy curioso. El señor marqués de Bradomín reluce más que don Quijote “cuando de su aldea vino” y ha perdido su principal encanto: el estigma de la soledad.

Parece que se hubiera producido un milagro en todos éstos y yo sigo igual, sobrecogido por el imperioso recorte de gastos que nos impone el nuevo régimen. Soy un desastre y no puedo instalarme todos los días en la Terraza de la Zapica.

Temo que con esta historia terminará por pasarme lo mismo que con lo del desembarco. No tendré más remedio que dejarla en el baúl de los recuerdos, después de haber invertido tanto dinero y esfuerzos. Marisa no acepta pagos con tarjeta y tampoco da crédito. ¿Cómo voy a contar algo que no podré presenciar? Paso por allí para pillar algo y me encuentro con la sonrisa de Xandru. Me invita a compartir mesa y el cava que acaba de pedir.

-No me extraña que don Juan se traiga todo de fuera, esta gente no tiene ostras o buen champán francés. Uno aquí no puede celebrar nada con dignidad -Su mirada imprime desprecio.

No sé muy bien lo que responder. Dijera lo que dijera, el repentino ímpetu de mi anfitrión arrasaría.

-Estos son unos “comemierdas”. Yo, por el contrario, paso mis veladas en muy agradable compañía.

Los rumores que me han llegado afirman que el padre de la novia se ha traído una legión para acelerar las reformas más urgentes en la casa y que ya se ha instalado en la misma. Hasta ahora no había tenido la posibilidad de corroborarlo. Hubiera preferido no hacerlo. Me siento profundamente defraudado. No sé muy bien la razón… En realidad le tengo aprecio, mucho más de lo que hubiera podido imaginar. ¿Qué nos está pasando? No sé muy bien por qué me tomo las cosas tan dramáticamente; a medida que avanza el relato de mi interlocutor, lo que antes me parecía una lacra comienza a tomar la apariencia de una aventura apasionante.

-Ha dejado pagada toda la reparación de la casa y la está convirtiendo en lo que ha de ser mi mansión. Sabe ver en mí el caballero que soy y facilita todo para que lo sea. He comprendido por qué lo hace traer todo de fuera, ya lo creo. Comemos y bebemos lo que se nos antoja, nos lo traen de origen, por servicio rápido, como tiene que ser. Ya había olvidado el gusto de las gambas de Huelva, del caviar iraní, de las ostras de Arcachon o de las naranjas de Valencia, por poner algunos ejemplos. Eso es clase.

Tampoco tengo respuesta, aunque hubiera podido ponerme bíblico y citar a Salomón.

¿No dice que estudió en los años 40 en el colegio alemán de Madrid? No estoy, sin embargo, nada convencido de que le hubiera hecho mucho efecto, es demasiado hedonista y efímero. Me he dejado contagiar sin resistencia; el cava está muy bueno y mi paladar reclama una ostra. Me caza al vuelo.

-¿Por qué no cenas con nosotros esta noche?, ¿a qué hora quieres que mande el coche a recogerte?

Me quedo de piedra, nunca lo había sentido tan poderoso. No puede ser, no puede ser, me estoy perdiendo algo que presiento que no debería perderme. Ya no es solamente la gula. Hay también vanidad y soledad.

-¿Te ha dicho él que me invites?
-No, pero sé que aprecia mis gustos.

Me jode que la iniciativa no viniera de lo más alto. Me resisto aún a aceptarlo, pero empiezo a sentirme fascinado por alguien que ha sido capaz de montar este tinglado.

-Vale, ¿a qué hora pasará a buscarme?
-Cenamos a las nueve, con que te recoja media hora antes vale.

¿Qué vale?, ¿qué estáis tramando?, ¿qué estamos celebrando? -Con esta entrada, la Chunchi se lanza a pedir una copa, “al servicio”, como ella dice.

No es precisamente la persona adecuada y ambos acordamos el tácito compromiso de blindar nuestro secreto. No es que suponga un sacrificio; ya está todo hablado y los aromas de la Chunchi me invitan a otros devaneos.

-¿Brut de Fauvergé?
-Mejoras, aunque el Brut lo reconoce cualquiera
Vaya, soy un cualquiera para la “doñaunmé” ésta, no estará en la fiesta, que se joda, pero…
-¿De dónde salen estos festines? Dejadme adivinar…

Me lo pone a huevo.

-Ya no se te ve comprando en el mercadillo; es más fácil encontrarte en los restaurantes caros; dicen, que no es porque yo vaya… La señora anda sobrada del desparpajo que a mí me falta.

-No necesito grandes esfuerzos para averiguar quién te ha ido con el cuento. Podría ser cualquiera de los presentes en esta terraza. Parece que se mueve la pasta de repente, ¿no?

Tengo la repuesta porque hace muchos esfuerzos en enseñarme un “peluco” de marca y oro, cuyo peso ralentiza la movilidad de su muñeca. No tengo la intención de caer en la trampa, no, pero vuelvo a meter la pata, aunque me sale la vena bíblica y el infierno de los ricos. Xandru me salva por los pelos:

-Vanitas, Vanitatis -y añade con la aristocracia que me acaba de mostrar, mientras arranca la copa de la mano a la intrusa-. ¡Va de retro!

Hace que se levante ¡no me lo puedo creer! Pronto descubro que ella se deja manipular para tomar impulso y gritar.

-Meras suposiciones que pesan sobre cada uno de nosotros. Que tire la primera piedra el o la que se considere libre de pecado. Quien pretende excomulgarme parece muy bien pagado para estar limpio.

Por si no quedara lo suficientemente claro para su gusto, añade rumbosa.

-¿Me equivoco?
-¿Debo a usted algo, señora? A propósito, ¿qué decía que era usted en su vida laboral? ¿Ha estudiado usted en el colegio alemán? ¿Sabe lo que es degustar manjares y estar acariciado por el calor perfumado de troncos que nos traen del Líbano, mientras nos alumbran velas aromáticas provenientes de Nepal? ¿Tiene usted el mal gusto de comparar mis privilegios con la ordinariez que oprime su muñeca?

La Chunchi se queda como una pava. No había previsto tal ataque o no tiene la respuesta adecuada. Temo que nos faltará la ocasión de comprobarlo. La Petra viene muy cargada…

-Aquí huele a puta cara, cuando antes sólo teníamos los efluvios del mercadillo.

¿Verdad usted?

La aludida se hace la tonta. Grave error cuando su atacante va a por ella con todas las consecuencias y no está dispuesta, ni mucho menos, a permitir el escaqueo. Pese al coraje que desprende, la recién llegada da pena, es un adefesio ambulante, vestida con un abrigo de visón que, de toda evidencia, no ha sido diseñado para ella o para la circunstancia. Apesta a alcanfor.

-¡Flipa, engreída! No me lo ponía para no dejarte mal… ¿Qué te parece? Son pieles y no las mierdas que te pones, como si te propusieras quitarnos el hipo ¡A mi madre le hubieras podido venir con tus humos! Te habría dejado guapa, ya lo creo, ya. Esto no sale del rumano o del mercadillo, monada.

Demasiado fácil para una Chunchi que ya le ha cogido “gustirrín” al chollo del rumano.

-No vamos a discutir por olores, querida. No soporto el alcanfor.

Se calla para saborear su pulla y para recoger los abundantes gestos de apoyo. El alcanfor ofende al olfato y proyecta a la pobre Petra en patetismo trasnochado.

-No creo que te dejaran entrar con esas trazas en muchos de los sitios en que últimamente coincidimos, querida.

-Pues lo hacen, ya lo creo, y con mucho gusto. Saben que mi pasta es buena –Sublime- ya lo creo. El lunes, sin ir más lejos, te dijeron que no había mesa, ¿recuerdas dónde? Pues que sepas que para mí sí la había ¿querida? -Se para, muy conscientemente-. No sé, a lo mejor, por el simple hecho que coincidimos tanto últimamente, saco conclusiones precipitadas…

Chunchi no sabe o no contesta. ¿Quién soy yo para opinar? Son rollos de señoras. Xandru sí que tiene respuesta, que adquiere aún más solemnidad con sus nuevas trazas y con sus recientemente adquiridos recursos.

-Los visones y el alcanfor son cosas de pobres que quieren parecer ricos. Mi madre no usaba tales vulgaridades; nuestros blasones están siempre al aire. Las maestras guardan celosamente lo que siquiera son pergaminos. Ese olor es insoportable… ¿Qué decías Petra?

Petra ha crecido al menos un metro.

-Decía que el alcanfor huele a lo que preservamos.
-Las nutrias o las martas de mi madre no huelen a alcanfor. Nunca lo hemos usado - Xandru impone silencio, como si necesitara pensar-. En mi casa se trata todo con el aire y con el sol-. Todo el mundo se fija en la palidez enfermiza de Petra-. Ya ves la diferencia…

A mí, la escena me ha hecho pensar en mis miserias. ¿Cuánto tardará Gas Natural en reclamarme la factura devuelta? Bueno, el muerto al hoyo y el vivo al boyo. Hoy cenaré opíparamente y conoceré, al fin, a don Juan. Mañana, ¿quién sabe?

La llegada del abogado lo ha cambiado todo. Se relame de algo que quiere contar y pide, ostentosamente, una docena de oricios y una botella de sidra. Marisa surge de una mesa del fondo. No es raro que no hubiera notado su presencia, ahora tiene muchas ofertas para pagar sus copas. Toma “Ribera del Duero” con “Seven up” y va muy repeinada.

-¿Veis como aquí tenemos de todo…? Su señoría debe saber que el manjar que va a degustar ha sido recolectado por las manos de mi hombre…
-¿Te vuelves al bando del Gaitero? ¿Se acabó la fiesta?

La Chunchi ignora a Marisa y dirige sus dardos al leguleyo. Éste no se digna a contestar. Lo hace la menospreciada.

-También se ha dejado comprar el Xandru, quien, como todos sabemos, da cobijo al rumano…

El pachuli se impone al alcanfor y Lola a Petra. La recién llegada es menudita, de las que no se deja pisar. Se coloca al lado del adefesio y le rocía el abrigo con su perfume.

-Así mejor, colega, apestaba incluso en la otra terraza…
-¿Usted es? – Xandru parece haberse tomado muy en serio lo de los linajes.
- ¿Lo pregunta por lo del pachuli?

No ha hecho más preguntas, se ha vuelto a su terraza, dejando muy claro, eso sí, que si es necesario volverá a hacerlo, ¡faltaría más! El oxígeno es de todos. Xandru, intrépido, sigue a la moza, que moza es, aunque rondará la cuarentena. Ella se sienta tranquilamente como si no hubiera visto nada y Xandru se sienta en otra silla de la misma mesa. Llega la camarera. No he logrado escuchar lo que ha pedido, pero les sirven una botella de cava. Habla con la intrusa. No parecen molestos por los olores, él por el pachuli o ella por el brut. Ahora el galán puede permitirse consumir en bares en los que no tenga cuenta y ella saborea el cava. Lo de los linajes parece haber pasado a las candilejas. La chica no está nada mal, pero es de paso y… las mujeres del grupo parecen de esta opinión. La sangre no llegara al río…

A mi gran sorpresa, es el abogado quien nos devuelve a Xandru. Cuando me he dado cuenta ya estaba sentado, por el morro, en una silla de la mesa del romance. La del pachuli hace una seña a un camarera al acecho y el intruso se agrega al festín con mucha más complicidad y holgura que el que invita, que nos ha vuelto con el rabito entre las piernas y ha tenido que tragarse la humillante reclamación del pago de la cuenta que le ha traído una camarera irritada.

No tiene otro recurso que pagar. Está claro, pero el señor marqués de Bradomín le dice que no puede tolerar tal agravio. No sé lo que hubiera hecho si el maná que está circulando para algunos no hubiese hecho mella en el corazón de la peña y no se hubiera pagado la factura. Se pagó y pelines a la mar.

Sigue un silencio incómodo y a todos nos entran las prisas. Ya nada es como antes; no queremos hablar del tema. Parece que todos nos hubiéramos puesto guantes blancos, porque aquí soy el único agobiado por el pago del recibo combinado de gas y de electricidad.

Xandru se reúne conmigo y me tranquiliza porque no parece que quiera hablar del incidente.

-Me alegra que hayas optado por el buen camino, aunque has esperado al último momento.
-Pensaba que quedaba rato para lo de la boda…
-No calculas muy bien, ya está todo preparado y cursadas las invitaciones; solamente falta el cronista…
-Que se traerán de Madrid.
-A menos que…
-¿Qué?
-Que lo aceptes tú.

No sé lo que creer o pensar. Nunca he creído en los milagros… Me dejo tentar, sin embargo.

-Los dos necesitamos engrasar nuestros blasones, ¿de qué te sirven tus escritos o a mí los pergaminos, los edificios que se derrumban o mi título de bachillerato del colegio alemán? Mira, como los abrigos alcanforados de la Petra. Este hombre es un mecenas que me lo reconstruye, paga mis cuentas y mis gastos a cambio de que le nombre mi heredero. No tengo herederos, pues para él.

Me suena a cuento de hadas, pero se impone el diablo. ¿De dónde saca la pasta este tipo? La historia es patética. Casar, en contra de su voluntad, a una hija cuyo germen se ha abandonado e imponer en el mismo acto, el ejercicio de nuestra primogenitura, es un crimen legal… Xandru me deja digerir los escrúpulos y pregunta, sin guantes o cautelas.

-¿Lo vas a aceptar?
-No.

La rotundez me sorprende a mí mismo, puesto que no sé exactamente lo que rechazo. Xandru me toma la delantera.

-Ya tiene sus cronistas de la prensa del corazón. No es eso, por si tus temores iban por ahí. Un momento -Espera a que pasen el abogado y la del pachuli-. Él se ocupa de meter ese género y ya ves, le va muy bien y hasta se permite chulearme las copas. No tengo control en el tema. En lo de tu crónica sí…

-Querrá, sin duda, el blanqueo.
-Más aún. Los laureles.
-No escribo poemas épicos.

Me ha salido mi dignidad ultrajada, pero no he logrado darme pena. Lo mejor es irme y llegar antes de que me cierren el banco.

-¿Por qué resignarte a sufrir los recortes? Sabes que es cada vez más cara la práctica de la escritura.

Le habría soltado unos buenos rapapolvos y, en primer lugar, el de mis dignidades e intimidades profanadas, pero Xandru se desliza por otra senda.

-Me enteré que te buscaban los bomberos.

Estallo en una carcajada que dispersa mi rabia contenida. La loca de la Isa que movilizó a sus relaciones para tranquilizarse porque no había respondido a sus llamadas. No había oído las primeras y, cuando al fin respondí, el viento nos arrastraba a mí y a la voz.

Xandru muestra su alegría al comprobar que su broma ha arrasado el temporal.
-Siempre nos gusta saber que alguien se preocupe por nosotros.
-Y un chisme que anime el patio.

Xandru tiene claro su mensaje y también tiene prisa por irse a comer los manjares que le esperan en su casa y a echarse la siesta, “al amor de la lumbre”. Lo tiene muy claro, mucho.

-Lo ha visto todo, lo tuyo y lo de ellos. Le gusta y quiere que siga esa crónica. No pide otra…

¿Cómo ha podido hacerse con lo mío? ¿Por qué estoy trabajando gratis mientras todo dios hace el agosto? Pongo voz a mi patetismo.

-Soy un “pringao”.
-Bueno, dejémoslo en “pringadillo”.

Lo dice como si tal, como si no importara, y yo me callo. Sé que es verdad lo que dicen: yo me cargo con el muerto y ellos cobran; hasta los de las terrazas, a tope, cuando hace bien poco languidecían. Si son listos terminarán por vender marisco y la Veuve. Al final he logrado darme pena y me refugio en el cava, que está bien fresquito. Aquí no tenemos una camarera que esté a pillar las ansias de los clientes como en la otra terraza y tengo que gesticular para llamar la atención, encerrada en el bar. Podría proponer a Xandru que nos trasladásemos de terraza, pero…

-¡Ay, si una no estuviera pendiente de todo!

Es Marisa. Actúa como si me hubiera salvado de un naufragio. Nos atienden de inmediato, paga la ronda y añade al pedido un par de docenas de oricios. Para mí que también ella está aprovechando de servicios, de cosméticos y de vestuario. No la habría reconocido si me la hubiera encontrado en cualquier otro sitio.

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