Louis Bloom (Jake Gyllenhaal) es un videoaficionado que recorre cada noche las calles de Los Ángeles con el objetivo de ser el primero en llegar a los lugares donde acontecen crímenes y accidentes para filmarlos y vender después el material conseguido.
Destacado thriller noctámbulo del debutante en la dirección Dan Gilroy, que aborda temas varios como la falta de escrúpulos de los medios de comunicación cuando de índices de audiencia se trata, la ambición por alcanzar el éxito individual a cualquier precio, o el afán vouyerista de una sociedad morbosa y enferma que se regocija en el sufrimiento ajeno.
Jake Gyllenhaal, que tuvo que adelgazar alrededor de trece kilos para encarnar a su personaje, está magnífico como el alienado Louis Bloom: un sociópata frío y manipulador a lo Travis Bickle (ambos conducen un automóvil), dispuesto a todo con tal de conseguir las filmaciones más escabrosas de la noche angelina. Su evolución psicológica resulta verdaderamente escalofriante, pasando de ser un simple friki con una cámara de vídeo y un escáner para interceptar las comunicaciones de la policía, a convertirse en el más astuto y amoral reportero de imágenes de la ciudad. Pero, aunque despreciable, su actitud no deja de ser consecuencia de la voracidad informativa de unas agencias de noticias ultracompetitivas que pagan por la cantidad de sangre que emiten en pantalla. Cuanta más, mejor.
El morbo atrae a los espectadores. Esta voracidad (principal crítica que hace el filme), está muy bien representada por el personaje de Nina (Rene Russo, mujer del realizador), directora de la sección nocturna de informativos a la que Louis chantajea.
Entre los posibles defectos de Nightcrawler, cabe citar lo reiterativo de la trama y la falta de credibilidad de determinadas situaciones. También se echa en falta una atmósfera algo más turbadora teniendo en cuenta su sordidez temática.
En cualquier caso, una cinta original e inteligente que se sitúa por encima de la media del depauperado cine estadounidense actual.