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Luciano Sabatini

Set en blanco para Nadal y Aguirre

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Hamburgo, 15:00 de la tarde del domingo; un Master Series que muchos consideran la antesala, la puesta a punto para Roland Garros, en la pista central del torneo alemán se medían el número 1 y el número 2 del ranking ATP, Rafa Nadal y Roger Federer. Dos viejos conocidos, con viejas cuentas a su vez que saldar, en juego la supremacía en polvo de ladrillo.

Un primer para el mallorquín con un sólido juego de ensueño desde el fondo de la pista que apabulló al suizo con un contundente 6-2. Pero el sueño duraría hasta ahí; Federer, herido en su orgullo, se puso el mono de trabajo, sacó sus mejores herramientas y comenzó lucir drives ajustados a la línea. Así, el número uno le devolvía el 6-2 de la primera manga al manacorí.

Con un set por bando, comenzaba un nuevo partido, uno que se jugaría en Hamburgo y se repetiría horas después en el Calderón. Rafa quizás no debió jugar este torneo, ya que venía de una paliza considerable en el tour de finales desde Indian Wells a Montecarlo, pasando por Barcelona y una semana antes Roma. El cansancio acumulado y la sed de venganza de Federer no eran buenos ingredientes para el definitivo tercer set. Y así fue, el suizo fue un vendaval, moviendo a su rival de lado a lado, siendo implacable en la red y manejando como ninguno los tiempos del partido. Rafa fue un pelele en sus manos, y el temido rosco un amargo final para el récord de 81 partidos consecutivos ganados sobre tierra batida. 6-0, un castigo excesivo, de campeón a campeón. Nadie se ensañó entonces con Nadal, por recorrido, por calidad tenística.

Madrid, 21:00 de la noche del mismo día; el Atlético de Madrid recibe al Barcelona para cerrar la jornada de liga. Una jornada que había puesto el agua al cuello a los blaugranas, con las victorias de Valencia, Sevilla, y Real Madrid. Los antecedentes hablan de una conjura en el vestuario barcelonista (prenda que se ha puesto muy de moda esta temporada), para el esprint final por el título de liga. Los escalabros ante el Getafe en la Copa y ante el Betis en el último minuto habían servido de acicate.

En el banquillo del Manzanares, Javier Aguirre, el mexicano que había avisado durante la semana que una victoria valdría media liga, una de las suyas que es meterse en Europa. Al igual que le pasó a Nadal, mejor no hubiera sido buscarle las cosquillas a la bestia. El Atlético no se dejó ganar, como se había especulado para fastidias a sus vecinos blancos, sino que les ganaron en buen alid. Uno tras otro cayeron los goles, Messi, Eto´o, Zambrotta, Ronaldinho, Iniesta fueron los nombre de los juegos que Aguirre fue encajando en contra, para completar el set en blanco, 6-0, ó 0-6 en este caso.

Pero Aguirre en un hombre pragmático. A mí siempre me gustó el mexicano, por su juego en torno a la pelota, por su psicología para con el vestuario, pero sobre todo por la sinceridad con la que habla. Entonces salió a rueda de prensa con el papelón de explicar la mayor goleada en contra del Atleti en su historia en el Calderón: “Señores, las cosas nos salieron mal, muy mal. No puedo rescatar nada. Pero aquí yo soy el máximo responsable deportivo, así que toda la responsabilidad es mía, la derrota la pueden achacar a mí”. Creo que Aguirre marcó seis goles de una tacada e hizo que los otros tantos en contra no pesaran tanto. Así, sin esconderse, dando la cara, sin excusas, casi pidiendo perdón, algo de lo que podría aprender la hipocresía de su vecino italiano.

Para terminar el “mea culpa”, el bueno de Aguirre no se tira del barco en llamas, zanja la intervención con compromiso: “Me encantaría seguir en el proyecto del Atlético la temporada que viene”. Entonces, al mexicano, como a Nadal, tampoco se le debe crucificar por el set en blanco encajado, se le debe una absolución por recorrido también, y por calidad, futbolística y humana.

Set en blanco para Nadal y Aguirre

Luciano Sabatini
Luciano Sabatini
miércoles, 23 de mayo de 2007, 22:48 h (CET)
Hamburgo, 15:00 de la tarde del domingo; un Master Series que muchos consideran la antesala, la puesta a punto para Roland Garros, en la pista central del torneo alemán se medían el número 1 y el número 2 del ranking ATP, Rafa Nadal y Roger Federer. Dos viejos conocidos, con viejas cuentas a su vez que saldar, en juego la supremacía en polvo de ladrillo.

Un primer para el mallorquín con un sólido juego de ensueño desde el fondo de la pista que apabulló al suizo con un contundente 6-2. Pero el sueño duraría hasta ahí; Federer, herido en su orgullo, se puso el mono de trabajo, sacó sus mejores herramientas y comenzó lucir drives ajustados a la línea. Así, el número uno le devolvía el 6-2 de la primera manga al manacorí.

Con un set por bando, comenzaba un nuevo partido, uno que se jugaría en Hamburgo y se repetiría horas después en el Calderón. Rafa quizás no debió jugar este torneo, ya que venía de una paliza considerable en el tour de finales desde Indian Wells a Montecarlo, pasando por Barcelona y una semana antes Roma. El cansancio acumulado y la sed de venganza de Federer no eran buenos ingredientes para el definitivo tercer set. Y así fue, el suizo fue un vendaval, moviendo a su rival de lado a lado, siendo implacable en la red y manejando como ninguno los tiempos del partido. Rafa fue un pelele en sus manos, y el temido rosco un amargo final para el récord de 81 partidos consecutivos ganados sobre tierra batida. 6-0, un castigo excesivo, de campeón a campeón. Nadie se ensañó entonces con Nadal, por recorrido, por calidad tenística.

Madrid, 21:00 de la noche del mismo día; el Atlético de Madrid recibe al Barcelona para cerrar la jornada de liga. Una jornada que había puesto el agua al cuello a los blaugranas, con las victorias de Valencia, Sevilla, y Real Madrid. Los antecedentes hablan de una conjura en el vestuario barcelonista (prenda que se ha puesto muy de moda esta temporada), para el esprint final por el título de liga. Los escalabros ante el Getafe en la Copa y ante el Betis en el último minuto habían servido de acicate.

En el banquillo del Manzanares, Javier Aguirre, el mexicano que había avisado durante la semana que una victoria valdría media liga, una de las suyas que es meterse en Europa. Al igual que le pasó a Nadal, mejor no hubiera sido buscarle las cosquillas a la bestia. El Atlético no se dejó ganar, como se había especulado para fastidias a sus vecinos blancos, sino que les ganaron en buen alid. Uno tras otro cayeron los goles, Messi, Eto´o, Zambrotta, Ronaldinho, Iniesta fueron los nombre de los juegos que Aguirre fue encajando en contra, para completar el set en blanco, 6-0, ó 0-6 en este caso.

Pero Aguirre en un hombre pragmático. A mí siempre me gustó el mexicano, por su juego en torno a la pelota, por su psicología para con el vestuario, pero sobre todo por la sinceridad con la que habla. Entonces salió a rueda de prensa con el papelón de explicar la mayor goleada en contra del Atleti en su historia en el Calderón: “Señores, las cosas nos salieron mal, muy mal. No puedo rescatar nada. Pero aquí yo soy el máximo responsable deportivo, así que toda la responsabilidad es mía, la derrota la pueden achacar a mí”. Creo que Aguirre marcó seis goles de una tacada e hizo que los otros tantos en contra no pesaran tanto. Así, sin esconderse, dando la cara, sin excusas, casi pidiendo perdón, algo de lo que podría aprender la hipocresía de su vecino italiano.

Para terminar el “mea culpa”, el bueno de Aguirre no se tira del barco en llamas, zanja la intervención con compromiso: “Me encantaría seguir en el proyecto del Atlético la temporada que viene”. Entonces, al mexicano, como a Nadal, tampoco se le debe crucificar por el set en blanco encajado, se le debe una absolución por recorrido también, y por calidad, futbolística y humana.

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