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José Antonio Jato

El mundo al revés

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Las tensiones durante la cumbre en Samara, entre Rusia y la Unión Europea vertieron un jarro de agua fría sobre las expectativas de los allí reunidos. La mediática detención en Moscú del líder opositor y ex campeón del mundo de ajedrez, Gari Kasparov, fue el detonante, pero también la piedra de toque que puso en evidencia en la conferencia de prensa de clausura, que entre Angela Merkel y Wladimir Putin no fluye la química.

La reunión no sólo dio al traste con los objetivos europeos de establecer vínculos más profundos con Rusia, sino que además se transformó en un duelo dialéctico plagado de acusaciones recíprocas sobre derechos humanos e incomprensiones mutuas.

Mientras Angela Merkel, crecida en la Alemania oriental, evocaba mentalmente páginas de la historia y se veía obligada a criticar las detenciones de organizadores de una marcha opositora en Samara liderada por el afamado ajedrecista, el presidente Putín leía la historia al revés, en clave de autocracia.

No sorprende que ante las justificadas críticas de la canciller alemana, el presidente ruso perdiera velozmente los papeles con el tono que le es habitual, es decir lanzando comparaciones de agravio tales como que la corrupción no es un invento ruso, y que donde haya una democracia sin tacha que tire ésta la primera piedra.
En esa invitación de café para todos, Putín no tuvo empacho en homologar los recientes desórdenes en la ciudad alemana de Hamburgo durante la cumbre del G8, en donde se detuvieron a 148 personas, con la detención de Kasparov en la capital rusa, y de 200 manifestantes de su plataforma en Samara.

El recurso de Putin de hilar más fino y recordar la pasividad de la UE ante las violaciones de la minoría ruso-parlante en Estonia, Letonia y Lituania fue un intento de poner freno a una desmesura con otra desmesura, porque para contemporizar propuso a su interlocutora Merkel la solución de no señalarse con el dedo, de no destapar trapos sucios, en otras palabras, la propuesta poco democrática de la Omertà. Un consejo difícil de satisfacer mientras en esa Omertà medie la guerra de Chechenia, o la inoperancia en esclarecer quien asesinó a ciencia cierta a la periodista Ana Politovskaya.

De nada sirve el respaldo otorgado a Putín por el ex canciller socialdemócrata Gerhard Schröder en un programa de televisión alemán, expresando su convencimiento de que el presidente ruso es un demócrata de pro. Sobre todo porque la sintonía entre ambos está cimentada por intereses creados en Gazprom, y eso les permite a Schröder y Putín el lujo de poder ver el mundo con la gafas puestas al revés, con las gafas de la Omertà.

El mundo al revés

José Antonio Jato
José Antonio Jato
martes, 22 de mayo de 2007, 22:14 h (CET)
Las tensiones durante la cumbre en Samara, entre Rusia y la Unión Europea vertieron un jarro de agua fría sobre las expectativas de los allí reunidos. La mediática detención en Moscú del líder opositor y ex campeón del mundo de ajedrez, Gari Kasparov, fue el detonante, pero también la piedra de toque que puso en evidencia en la conferencia de prensa de clausura, que entre Angela Merkel y Wladimir Putin no fluye la química.

La reunión no sólo dio al traste con los objetivos europeos de establecer vínculos más profundos con Rusia, sino que además se transformó en un duelo dialéctico plagado de acusaciones recíprocas sobre derechos humanos e incomprensiones mutuas.

Mientras Angela Merkel, crecida en la Alemania oriental, evocaba mentalmente páginas de la historia y se veía obligada a criticar las detenciones de organizadores de una marcha opositora en Samara liderada por el afamado ajedrecista, el presidente Putín leía la historia al revés, en clave de autocracia.

No sorprende que ante las justificadas críticas de la canciller alemana, el presidente ruso perdiera velozmente los papeles con el tono que le es habitual, es decir lanzando comparaciones de agravio tales como que la corrupción no es un invento ruso, y que donde haya una democracia sin tacha que tire ésta la primera piedra.
En esa invitación de café para todos, Putín no tuvo empacho en homologar los recientes desórdenes en la ciudad alemana de Hamburgo durante la cumbre del G8, en donde se detuvieron a 148 personas, con la detención de Kasparov en la capital rusa, y de 200 manifestantes de su plataforma en Samara.

El recurso de Putin de hilar más fino y recordar la pasividad de la UE ante las violaciones de la minoría ruso-parlante en Estonia, Letonia y Lituania fue un intento de poner freno a una desmesura con otra desmesura, porque para contemporizar propuso a su interlocutora Merkel la solución de no señalarse con el dedo, de no destapar trapos sucios, en otras palabras, la propuesta poco democrática de la Omertà. Un consejo difícil de satisfacer mientras en esa Omertà medie la guerra de Chechenia, o la inoperancia en esclarecer quien asesinó a ciencia cierta a la periodista Ana Politovskaya.

De nada sirve el respaldo otorgado a Putín por el ex canciller socialdemócrata Gerhard Schröder en un programa de televisión alemán, expresando su convencimiento de que el presidente ruso es un demócrata de pro. Sobre todo porque la sintonía entre ambos está cimentada por intereses creados en Gazprom, y eso les permite a Schröder y Putín el lujo de poder ver el mundo con la gafas puestas al revés, con las gafas de la Omertà.

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