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Óscar A. Matías

La familia ¿realmente importa?

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La familia es un tema recurrente en análisis y comentarios de toda índole. De ella se habla y se debate. Se prometen y se adoptan medidas políticas. Muchos han dado la vida por ella. Hay quienes han salido a la calle para defenderla. Algunos luchan por conseguir los derechos según su propio concepto de la misma. Sí. La familia importa. Y por ello, desde el año 1993, la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó el 15 de mayo como el Día Internacional de las Familias.

De la familia se ha dicho que es la célula primera y vital de la sociedad. En consecuencia pues, de su salud o enfermedad, dependerá la sociedad entera. Estamos de acuerdo. Es un círculo vicioso en donde la familia alimenta a la persona, y ésta –hecha fuerte en la familia- hace fuerte a la sociedad. “Sin familia no hay persona, y sin persona no hay sociedad”. Y si una sociedad no mima a la familia, acaba enfermando, se degenera, y su desgaste conlleva la muerte de esa misma sociedad.

La familia es la esfera en la que el hombre nace, aprende, se desarrolla y adquiere sus habilidades sociales básicas. Si todos fuéramos capaces de percibir el valor real que tiene, su destrucción no tendría lugar. Quienes hablan contra la familia no saben lo que hacen, porque no saben lo que deshacen. Hay que protegerla, cuidarla y defenderla.

Según la última estadística del Instituto de la Mujer, en el año 2001, de cada 100 matrimonios se produjeron 18,20 divorcios en España. Estadística que va en aumento cada año que pasa. En el año 2002 el promedio de hijos por mujer en la Unión Europea era de 1,47. Las españolas son las que menos (1,25).

Las cifras no engañan. Muestran la realidad tal y como es. Está claro que, en la actualidad, podemos afirmar que la familia está en crisis. Crisis porque descienden los matrimonios. Crisis porque aumentan las rupturas matrimoniales. Crisis porque descienden los hijos. Crisis porque aumentan los hijos fuera del ámbito familiar. Y crisis porque, desde los ámbitos gubernamentales, no se la protege ni se ponen medidas suficientes para defenderla.

La fidelidad no está de moda, suena a carca, y si encima alguien osa defenderla será tachado de rancio, primitivo y anticuado. Como si ser progre y moderno fuera sinónimo de infidelidad.

Conseguir un matrimonio estable no es una meta imposible, ni una utopía exclusiva para los que practican determinadas creencias religiosas. La fidelidad en el ámbito matrimonial forma parte de la antropología humana y es algo natural a ella.

La fidelidad se hace día a día, minuto a minuto, aprendiendo a descubrir la belleza que conlleva cada momento de convivencia. Dificultades siempre las hay. Son propias de toda relación humana. Pero cuando llega la tormenta hay que salvar el barco, echar cabos y evitar su hundimiento. Claro está que el matrimonio requiere esfuerzo, ligado a mucho sacrificio, pero prima siempre el goce si se cuida a diario. Lo que hay que hacer en la familia es demostrarse amor entre sus miembros, eso conlleva el servicio y la entrega.

Incluso para aquellas crisis que se presentan como imposibles de salvar existen todo tipo de ayudas a las que se puede recurrir. Siempre será necesario, claro está, la propia voluntad de los cónyuges en querer salir adelante.

La convivencia es un arte y, de hecho, es una enseñanza que resulta incomparablemente superior a la de cualquier razonamiento abstracto sobre la tolerancia o la paz social.

Es necesario que los gobernantes sepan valorar y apreciar este bien supremo como es la familia. Debe ser una preocupación primordial, sin olvidar –claro está- todo aquello que también favorezca la buena marcha de un país. El estado debe facilitar las medidas económicas y sociales necesarias para el buen sostenimiento familiar. Los padres deben recibir préstamos y ayudas para poder tener los hijos, y por supuesto deben existir las medidas sociales pertinentes que regulen y faciliten su sostenimiento.

Contradictoriamente se ponen esfuerzos y ayudas para posibilitar todo tipo de rupturas, y no se invierte en ayudar a salvaguardar los matrimonios. ¿Hacia dónde vamos? Mejor dicho… ¿hacia dónde nos quieren llevar los políticos?

Porque no viene siendo, precisamente, la familia, un tema que preocupe en el poder ejecutivo. ¿Será que no vende la familia? ¿Resta votos el defenderla?

“Si queremos preservar la familia hay que revolucionar la nación” (dixit Chesterton). Pues harán falta muchos revolucionarios que estén dispuestos a luchar de veras, porque visto el panorama social actual, como no empiece pronto la lucha, la familia se nos hunde. ¿Quién se apunta?

La familia ¿realmente importa?

Óscar A. Matías
Óscar A. Matías
martes, 15 de mayo de 2007, 21:56 h (CET)
La familia es un tema recurrente en análisis y comentarios de toda índole. De ella se habla y se debate. Se prometen y se adoptan medidas políticas. Muchos han dado la vida por ella. Hay quienes han salido a la calle para defenderla. Algunos luchan por conseguir los derechos según su propio concepto de la misma. Sí. La familia importa. Y por ello, desde el año 1993, la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó el 15 de mayo como el Día Internacional de las Familias.

De la familia se ha dicho que es la célula primera y vital de la sociedad. En consecuencia pues, de su salud o enfermedad, dependerá la sociedad entera. Estamos de acuerdo. Es un círculo vicioso en donde la familia alimenta a la persona, y ésta –hecha fuerte en la familia- hace fuerte a la sociedad. “Sin familia no hay persona, y sin persona no hay sociedad”. Y si una sociedad no mima a la familia, acaba enfermando, se degenera, y su desgaste conlleva la muerte de esa misma sociedad.

La familia es la esfera en la que el hombre nace, aprende, se desarrolla y adquiere sus habilidades sociales básicas. Si todos fuéramos capaces de percibir el valor real que tiene, su destrucción no tendría lugar. Quienes hablan contra la familia no saben lo que hacen, porque no saben lo que deshacen. Hay que protegerla, cuidarla y defenderla.

Según la última estadística del Instituto de la Mujer, en el año 2001, de cada 100 matrimonios se produjeron 18,20 divorcios en España. Estadística que va en aumento cada año que pasa. En el año 2002 el promedio de hijos por mujer en la Unión Europea era de 1,47. Las españolas son las que menos (1,25).

Las cifras no engañan. Muestran la realidad tal y como es. Está claro que, en la actualidad, podemos afirmar que la familia está en crisis. Crisis porque descienden los matrimonios. Crisis porque aumentan las rupturas matrimoniales. Crisis porque descienden los hijos. Crisis porque aumentan los hijos fuera del ámbito familiar. Y crisis porque, desde los ámbitos gubernamentales, no se la protege ni se ponen medidas suficientes para defenderla.

La fidelidad no está de moda, suena a carca, y si encima alguien osa defenderla será tachado de rancio, primitivo y anticuado. Como si ser progre y moderno fuera sinónimo de infidelidad.

Conseguir un matrimonio estable no es una meta imposible, ni una utopía exclusiva para los que practican determinadas creencias religiosas. La fidelidad en el ámbito matrimonial forma parte de la antropología humana y es algo natural a ella.

La fidelidad se hace día a día, minuto a minuto, aprendiendo a descubrir la belleza que conlleva cada momento de convivencia. Dificultades siempre las hay. Son propias de toda relación humana. Pero cuando llega la tormenta hay que salvar el barco, echar cabos y evitar su hundimiento. Claro está que el matrimonio requiere esfuerzo, ligado a mucho sacrificio, pero prima siempre el goce si se cuida a diario. Lo que hay que hacer en la familia es demostrarse amor entre sus miembros, eso conlleva el servicio y la entrega.

Incluso para aquellas crisis que se presentan como imposibles de salvar existen todo tipo de ayudas a las que se puede recurrir. Siempre será necesario, claro está, la propia voluntad de los cónyuges en querer salir adelante.

La convivencia es un arte y, de hecho, es una enseñanza que resulta incomparablemente superior a la de cualquier razonamiento abstracto sobre la tolerancia o la paz social.

Es necesario que los gobernantes sepan valorar y apreciar este bien supremo como es la familia. Debe ser una preocupación primordial, sin olvidar –claro está- todo aquello que también favorezca la buena marcha de un país. El estado debe facilitar las medidas económicas y sociales necesarias para el buen sostenimiento familiar. Los padres deben recibir préstamos y ayudas para poder tener los hijos, y por supuesto deben existir las medidas sociales pertinentes que regulen y faciliten su sostenimiento.

Contradictoriamente se ponen esfuerzos y ayudas para posibilitar todo tipo de rupturas, y no se invierte en ayudar a salvaguardar los matrimonios. ¿Hacia dónde vamos? Mejor dicho… ¿hacia dónde nos quieren llevar los políticos?

Porque no viene siendo, precisamente, la familia, un tema que preocupe en el poder ejecutivo. ¿Será que no vende la familia? ¿Resta votos el defenderla?

“Si queremos preservar la familia hay que revolucionar la nación” (dixit Chesterton). Pues harán falta muchos revolucionarios que estén dispuestos a luchar de veras, porque visto el panorama social actual, como no empiece pronto la lucha, la familia se nos hunde. ¿Quién se apunta?

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