Desde que Sam Raimi aceptó en el año 2002 el reto de dignificar la carrera cinematográfica del Hombre Araña, hundida hasta entonces en el cenagal de la serie B más bizarra, las aventuras de Peter Parker han acusado a lo largo de la saga el lastre de dos decisiones creativas que podríamos calificar de aparatosas: por un lado, el casting de los personajes protagonistas, y por otro, la infiel reinterpretación para la pantalla grande de la personalidad original del héroe arácnido.
Con respecto al primer punto, nadie con dos dedos de frente ha visto jamás en la pareja formada por Tobey Maguire y Kirsten Dunst ni la mitad de la química existente en los cómics entre Peter Parker y Mary Jane Watson, personajes a los que, para rematarla, los actores se parecen más bien poco y recrean con una flojera interpretativa directamente proporcional a su salario. En cuanto al segundo punto, la traición al espíritu original del trepamuros, no hace falta más que echarle un vistazo a cualquier cómic de Spiderman, desde la época de Steve Ditko a la de Todd McFarlane, para darse cuenta de que el atontolinado carácter del superhéroe cinematográfico no recoge los rasgos de personalidad que lo convirtieron en uno de nuestros justicieros favoritos: su proverbial e incombustible ironía, incluso en las situaciones más comprometidas, su agudeza dialéctica y su capacidad para combinar la inseguridad propia de la juventud con un código moral a prueba de bombas.
Pues bien, si en la primera parte estos defectos quedaban en segundo plano a causa de la novedad, y en la segunda apenas se percibían gracias a un guión más sólido y a un villano de envergadura, (el Doctor Octopus), en esta tercera entrega tanto la incompentencia de Maguire y Dunst delante de las cámaras como la reformulación en clave palomitera del héroe, convertido en un gaznápiro tremendamente soso que por momentos hasta cae gordo, brillan por todo lo alto. Y la cosa se complica con la sustitución Danny Elfman en la partitura por un ceniciento Christopher Young incapaz de aportar ni un estertor de épica a la historia, la ausencia de John Dykstra como responsable de los efectos visuales, que ahora son más colosales y recurrentes, pero mucho menos creativos, y sobre todo, con el pésimo ejercicio de guión realizado a tres manos por el propio Sam Raimi, por su hermano Ivan, y por Alvin Sargent. Desde que Alfonso Albacete, David Menkes y Miguel Bardem se juntaron para rodar Más que Amor Frenesí, nunca tres mentes habían dado para tan poco. O para tanto… porque si la historia de Spiderman 3 es un batiburrillo deslavazado carente de rigor expositivo, lo es por la cuestionable decisión de introducir en la trama cuantos más elementos mejor: tres villanos, varios triángulos amorosos, personajes redundantes, escenas ya vistas en anteriores entregas como la caza y captura de un maloso en el metro o los cansinos rescates aéreos de Kirsten Dunst, (quien a lo largo de toda la trilogía no hace más que caerse desde las alturas), efectos especiales gratuitos, cameos anémicos, y un sinfín de cosas que no cabrían ni en el bolsillo mágico de Doraemon entre las cuales no se encuentra, por desgracia, el buen hacer de un director con estilo propio como es (o fue) Sam Raimi, autor de joyas del calibre de Posesión Infernal, Darkman o la magnífica Un Plan Sencillo.
Cuesta creer que un creador de su enorme talento haya sacado tan poca chicha de los más de trescientos millones de dólares de presupuesto que ha costado el proyecto. A lo mejor es que, como a Spiderman en la ficción, le ha poseído un simbionte protervo del espacio exterior y le ha sorbido el seso, aunque ni siquiera una posesión alienígena justificaría filmar la sonrojante secuencia cómica que narra el breve escarceo de Peter Parker por el lado oscuro. Solo por esos diez minutos, Spiderman 3 merece pasar a la historia, sólo que a la historia del humor chocarrero, con Aquí Huele a Muerto (¡pues yo no he sido!) y un mal capítulo Manolo y Benito Corporeision como compañeros de estantería. Esperemos que el éxito de taquilla no evite que Sam Raimi recapatice en caso de que decida dirigir también la cuarta entrega. La lección está bien clara: al igual que todo gran poder conlleva una gran responsabilidad, todo gran material también.