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Opinión
Etiquetas | El arte de la guerra
Santi Benítez

Bush Imperator

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La figura del emperador por antonomasia es, y ha sido siempre, Cayo Julio César. En su calidad de Dictador de Roma desde el año 49 a. C., disponía del ejército y tomaba decisiones de guerra o paz sin previa consulta al "Senado" o al "Pueblo". Recibió el título de Imperator Perpetuo porque, desde la constitución del Primer Triunvirato nunca consintió que se le despojara de ninguna magistratura superior que llevase inherente el imperium y el mando efectivo del ejército. En el 46 fue autorizado a llevar el manto y la corona de laurel como triunfador a título perpetuo; en las monedas del 49 hasta el 44 se puede leer la leyenda Caesar imp. En el año 44 disponía de 39 legiones bien entrenadas, equipadas y con una lealtad a su emperador más allá de toda duda, más 23 divididas entre Hispania - lugar en el que comenzó a apuntalar su reputación como gran estratega-, las Galias, Cerdeña, Cisalpina, Egipto, Iliria y los restantes territorios de África. Fue encumbrado como emperador por el propio pueblo romano, pasando por encima de los nobilitas, que no veían con buenos ojos a aquel político populista - el término no tenía el sentido peyorativo que tiene hoy día, se refiere a que pertenecía al partido popular... romano, claro. No se confundan - que atacó y cercenó el poder del Senado siempre que tuvo ocasión y era sinceramente deudor de las clases populares en vez de mandatario de la oligarquía romana representada en ese Senado. No sólo fue un genio militar y un gran estratega, también fue un gran político.

Está claro que los tiempos cambian, sobre todo después de dos milenios y pico, pero es que las comparaciones, aparte de odiosas, son penosas. Nadie puede poner en duda que Estados Unidos es el imperio contemporáneo pero, ya digo, como pierden las cosas con el paso del tiempo. En este caso el emperador también ha querido quitar de en medio al "Senado". Lo gracioso del caso es que ha sido el propio "Senado", después de haber hecho lo propio el mismísimo Congreso, el que ha aprobado la ley que lo permite, y además con los votos afirmativos tanto de republicanos como de demócratas. Tiene su explicación. El emperador es electo, así que no siempre va a ser republicano, como no siempre va a ser demócrata, y la ley en cuestión es una golosina para cualquier presidente - emperador-, lleve burro o elefante por montera, que obtenga el mandato. De facto la ley es la misma que permitía a los senadores romanos elegir de entre ellos un dictador en tiempos de crisis. Claro que teniendo en cuenta que su propia constitución dice que el comandante en jefe de todos los ejércitos es el presidente, y que en el juramento que deben prestar los militares estadounidenses se exhorta a defender el país de “enemigos, ya sean internos o externos”, la cosa como que no pinta bien.

La ley permite que el Presidente – emperador- declare la ley marcial si así lo cree conveniente, es decir, si a su discreción y entender “la ejecución de las leyes es obstaculizada por cualquier incidente”, sin necesidad del paso previo de informar al Congreso. La única obligatoriedad que impone la ley es informar de ello una vez pasados 14 días de la imposición de la ley marcial, y así cada 14 días. Échenle imaginación: Si el 11S esta ley hubiera estado en vigor, hoy día no habría esa discusión entre el Presidente y las cámaras sobre la vuelta del contingente militar desde Iraq, ni sobre los dineros que se quieren dedicar a la guerra. Esto abre varias opciones interesantes. ¿Qué ocurrirá si en el futuro Estados Unidos declara la guerra, cosa más que probable, contra cualquier país y resulta que el pueblo estadounidense le sale respondón, cosa también más que probable en vista de cómo han gestionado esta mal llamada “guerra contra el terrorismo”, o como los estadounidenses bien la llaman “llénate los bolsillos a costa de la muerte de soldados estadounidenses en el extranjero”? Pues que el Presidente puede declarar la ley marcial y hacer uso de contingentes y dineros para llevarla adelante, sin límite para reprimir cualquier tipo de acción contestataria interna. Como en Roma, la conquista de la vieja República por parte del orden imperial emergente se ha consumado, y no hablo de una película de George Lucas, aunque ya digo, las comparaciones son odiosas, además de penosas.

He de reconocer que me ha hecho gracia que la noticia haya pasado sin pena ni gloria en los medios de comunicación, a excepción de contadas referencias, teniendo en cuenta la previsible repercusión que tendrá en el futuro geopolítico del planeta, de todo el planeta. Ahora sí que podemos decir, sin temor a equivocarnos y con la boca llena, que somos súbditos del imperio. Y no sea usted contestón, fíjese en la peña de Guantánamo, ya sabe, cuando vea las barbas de su vecino quemar...

Suena de fondo “The final countdown (Club Mix)”, de MIXATA

Buenas noches, y buena suerte...

Bush Imperator

Santi Benítez
Santi Benítez
domingo, 6 de mayo de 2007, 23:16 h (CET)
La figura del emperador por antonomasia es, y ha sido siempre, Cayo Julio César. En su calidad de Dictador de Roma desde el año 49 a. C., disponía del ejército y tomaba decisiones de guerra o paz sin previa consulta al "Senado" o al "Pueblo". Recibió el título de Imperator Perpetuo porque, desde la constitución del Primer Triunvirato nunca consintió que se le despojara de ninguna magistratura superior que llevase inherente el imperium y el mando efectivo del ejército. En el 46 fue autorizado a llevar el manto y la corona de laurel como triunfador a título perpetuo; en las monedas del 49 hasta el 44 se puede leer la leyenda Caesar imp. En el año 44 disponía de 39 legiones bien entrenadas, equipadas y con una lealtad a su emperador más allá de toda duda, más 23 divididas entre Hispania - lugar en el que comenzó a apuntalar su reputación como gran estratega-, las Galias, Cerdeña, Cisalpina, Egipto, Iliria y los restantes territorios de África. Fue encumbrado como emperador por el propio pueblo romano, pasando por encima de los nobilitas, que no veían con buenos ojos a aquel político populista - el término no tenía el sentido peyorativo que tiene hoy día, se refiere a que pertenecía al partido popular... romano, claro. No se confundan - que atacó y cercenó el poder del Senado siempre que tuvo ocasión y era sinceramente deudor de las clases populares en vez de mandatario de la oligarquía romana representada en ese Senado. No sólo fue un genio militar y un gran estratega, también fue un gran político.

Está claro que los tiempos cambian, sobre todo después de dos milenios y pico, pero es que las comparaciones, aparte de odiosas, son penosas. Nadie puede poner en duda que Estados Unidos es el imperio contemporáneo pero, ya digo, como pierden las cosas con el paso del tiempo. En este caso el emperador también ha querido quitar de en medio al "Senado". Lo gracioso del caso es que ha sido el propio "Senado", después de haber hecho lo propio el mismísimo Congreso, el que ha aprobado la ley que lo permite, y además con los votos afirmativos tanto de republicanos como de demócratas. Tiene su explicación. El emperador es electo, así que no siempre va a ser republicano, como no siempre va a ser demócrata, y la ley en cuestión es una golosina para cualquier presidente - emperador-, lleve burro o elefante por montera, que obtenga el mandato. De facto la ley es la misma que permitía a los senadores romanos elegir de entre ellos un dictador en tiempos de crisis. Claro que teniendo en cuenta que su propia constitución dice que el comandante en jefe de todos los ejércitos es el presidente, y que en el juramento que deben prestar los militares estadounidenses se exhorta a defender el país de “enemigos, ya sean internos o externos”, la cosa como que no pinta bien.

La ley permite que el Presidente – emperador- declare la ley marcial si así lo cree conveniente, es decir, si a su discreción y entender “la ejecución de las leyes es obstaculizada por cualquier incidente”, sin necesidad del paso previo de informar al Congreso. La única obligatoriedad que impone la ley es informar de ello una vez pasados 14 días de la imposición de la ley marcial, y así cada 14 días. Échenle imaginación: Si el 11S esta ley hubiera estado en vigor, hoy día no habría esa discusión entre el Presidente y las cámaras sobre la vuelta del contingente militar desde Iraq, ni sobre los dineros que se quieren dedicar a la guerra. Esto abre varias opciones interesantes. ¿Qué ocurrirá si en el futuro Estados Unidos declara la guerra, cosa más que probable, contra cualquier país y resulta que el pueblo estadounidense le sale respondón, cosa también más que probable en vista de cómo han gestionado esta mal llamada “guerra contra el terrorismo”, o como los estadounidenses bien la llaman “llénate los bolsillos a costa de la muerte de soldados estadounidenses en el extranjero”? Pues que el Presidente puede declarar la ley marcial y hacer uso de contingentes y dineros para llevarla adelante, sin límite para reprimir cualquier tipo de acción contestataria interna. Como en Roma, la conquista de la vieja República por parte del orden imperial emergente se ha consumado, y no hablo de una película de George Lucas, aunque ya digo, las comparaciones son odiosas, además de penosas.

He de reconocer que me ha hecho gracia que la noticia haya pasado sin pena ni gloria en los medios de comunicación, a excepción de contadas referencias, teniendo en cuenta la previsible repercusión que tendrá en el futuro geopolítico del planeta, de todo el planeta. Ahora sí que podemos decir, sin temor a equivocarnos y con la boca llena, que somos súbditos del imperio. Y no sea usted contestón, fíjese en la peña de Guantánamo, ya sabe, cuando vea las barbas de su vecino quemar...

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No voy a matarme mucho con este artículo. La opinión de mi madre Fisioterapeuta, mi hermana Realizadora de Tv y mía junto a la de otras aportaciones, me basta. Mi madre lo tiene claro, la carne le huele a podrido. No puede ni verla. Sólo desea ver cuerpos de animales poblados de almas. Mi hermana no puede comerla porque sería como comerse uno de sus gatos. Y a mí me alteraría los niveles de la sangre, me sentiría más pesada y con mayor malestar general.

En medio de la vorágine de la vida moderna, donde la juventud parece ser el estándar de valor y el ascensor hacia el futuro, a menudo olvidamos el invaluable tesoro que representan nuestros ancianos. Son como pozos de sabiduría, con profundas raíces que se extienden hasta los cimientos mismos de nuestra existencia. Sin embargo, en muchas ocasiones, son tratados como meros objetos de contemplación, relegados al olvido y abandonados a su suerte.

Al conocer la oferta a un anciano señor de escasos recursos, que se ganaba su sobrevivencia recolectando botellas de comprarle su perro, éste lo negó, por mucho que las ofertas se superaron de 10 hasta 150 dólares, bajo la razón: "Ni lo vendo, ni lo cambio. El me ama y me es fiel. Su dinero, lo tiene cualquiera, y se pierde como el agua que corre. El cariño de este perrito es insustituible; su cariño y fidelidad es hermoso".

 
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