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Gonzalo G. Velasco

'Sunshine': Bricomanía solar

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Danny Boyle es, junto a Quentin Tarantino, uno de los mayores expertos en el noble arte de reciclar viejas fórmulas genéricas. Así, si en Millones mezclaba la comedia familiar con el thriller de robos (im)perfectos, en 28 Días el drama bélico con el cine de zombies, y en Trainspotting el realismo social sórdido y descarnado con la comedia ácida, en Sunshine vuelve a salirse por la tangente para sorprendernos con una epopeya espacial que concilia las pretensiones metafísicas de 2001 Una Odisea en El Espacio o Solaris, con las ramplonerías de consumo rápido presentes en otros productos de menor prestigio crítico como, en orden decreciente de calidad, Space Cowboys, Esfera, Contact, Horizonte Final o El Núcleo. Todo sin que las costuras se noten demasiado, algo que el pobre Tarantino, con sus delirios de corta y pega, raras veces logra conseguir.

La cosa va de que el sol se apaga y a alguien se le ocurre que hay que enviar una nave espacial con una bomba nuclear para desfibrilarlo. Como en Armageddon pero cambiando el meteorito por el astro rey, a Bruce Willis por Cillian Murphy, y el sentido desparramado del espectáculo de Michael Bay por la mirada artesanal del mucho más quirúrgico Danny Boyle, que filma con igual soltura una charla ligera alrededor de una mesa que una explosión nuclear en el corazón del sol. Por supuesto, el guionista Alex Garland (La Playa) no permite en ningún momento que el viaje salga como estaba planeado, con lo que, durante la travesía, los pasajeros originales de la nave (y alguno más), tendrán que tomar todo tipo de decisiones morales de esas que tanto les gustan a los escritores de ciencia ficción.

El pastiche le permite a Boyle satisfacer como quien no quiere la cosa a un amplísimo espectro de aficionados al cine fantástico, desde el estrato de los descerebrados que solo quieren ver explosiones, caras bonitas y efectos especiales, hasta el de los pseudointelectuales de nuevo cuño que gustan de analizar las aristas de cada plano en busca de un significado ético a primera vista inapreciable. Hay momentos en que los primeros no estarán del todo cómodos y otros que, en cambio, pondrán un poco nerviosos a los segundos (especialmente las que siguen al golpe de efecto final), pero en cualquier caso no cabe duda de que Danny Boyle ha realizado desde su Inglaterra natal una película de una exquisita factura, con un presupuesto muy inferior al habitual para este tipo de historias, que luce y funciona muchísimo mejor que otras producciones hollywoodienses de mayor envergadura. El día que en España podamos decir algo así, más nos valdrá lanzar un par de bombas nucleares hacia el sol para evitar que se nos apague justo en el amanecer de nuestro cine.

'Sunshine': Bricomanía solar

Gonzalo G. Velasco
Gonzalo G. Velasco
miércoles, 11 de julio de 2007, 23:19 h (CET)
Danny Boyle es, junto a Quentin Tarantino, uno de los mayores expertos en el noble arte de reciclar viejas fórmulas genéricas. Así, si en Millones mezclaba la comedia familiar con el thriller de robos (im)perfectos, en 28 Días el drama bélico con el cine de zombies, y en Trainspotting el realismo social sórdido y descarnado con la comedia ácida, en Sunshine vuelve a salirse por la tangente para sorprendernos con una epopeya espacial que concilia las pretensiones metafísicas de 2001 Una Odisea en El Espacio o Solaris, con las ramplonerías de consumo rápido presentes en otros productos de menor prestigio crítico como, en orden decreciente de calidad, Space Cowboys, Esfera, Contact, Horizonte Final o El Núcleo. Todo sin que las costuras se noten demasiado, algo que el pobre Tarantino, con sus delirios de corta y pega, raras veces logra conseguir.

La cosa va de que el sol se apaga y a alguien se le ocurre que hay que enviar una nave espacial con una bomba nuclear para desfibrilarlo. Como en Armageddon pero cambiando el meteorito por el astro rey, a Bruce Willis por Cillian Murphy, y el sentido desparramado del espectáculo de Michael Bay por la mirada artesanal del mucho más quirúrgico Danny Boyle, que filma con igual soltura una charla ligera alrededor de una mesa que una explosión nuclear en el corazón del sol. Por supuesto, el guionista Alex Garland (La Playa) no permite en ningún momento que el viaje salga como estaba planeado, con lo que, durante la travesía, los pasajeros originales de la nave (y alguno más), tendrán que tomar todo tipo de decisiones morales de esas que tanto les gustan a los escritores de ciencia ficción.

El pastiche le permite a Boyle satisfacer como quien no quiere la cosa a un amplísimo espectro de aficionados al cine fantástico, desde el estrato de los descerebrados que solo quieren ver explosiones, caras bonitas y efectos especiales, hasta el de los pseudointelectuales de nuevo cuño que gustan de analizar las aristas de cada plano en busca de un significado ético a primera vista inapreciable. Hay momentos en que los primeros no estarán del todo cómodos y otros que, en cambio, pondrán un poco nerviosos a los segundos (especialmente las que siguen al golpe de efecto final), pero en cualquier caso no cabe duda de que Danny Boyle ha realizado desde su Inglaterra natal una película de una exquisita factura, con un presupuesto muy inferior al habitual para este tipo de historias, que luce y funciona muchísimo mejor que otras producciones hollywoodienses de mayor envergadura. El día que en España podamos decir algo así, más nos valdrá lanzar un par de bombas nucleares hacia el sol para evitar que se nos apague justo en el amanecer de nuestro cine.

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