Como todo el mundo sabe a estas alturas, los premios Darwin son unos entrañables galardones que se entregan a título póstumo a todas aquellas personas fallecidas de forma tan absurda y/o ridícula que su propia desaparición se considera algo positivo para el desarrollo de nuestra especie. Así, entre los premiados, encontramos a un tipo que se ahogó en una piscina compitiendo con sus amigos por demostrar su capacidad para retener el aliento o a otro que, por el contrario, sí ganó su apuesta de introducirse una pistola con cuatro balas en la boca y apretar el gatillo. Si aplicáramos esta misma lógica darwiniana a las películas, aproximadamente el setenta por ciento de la producción cinematográfica mundial merecería la extinción, y aunque no tengo muy claro si The Darwin Awards entraría dentro de este cupo, está más que claro que flirtea de lo lindo con el desastre.
El asunto tiene su gracia (según se mire, claro), porque pocas veces una película parte de una premisa tan interesante como la del caso que nos ocupa. Personalmente, podría pasarme días enteros escuchando el relato de las historias de los premiados, pero es que la película de Finn Taylor, en su ambición por abarcar demasiados géneros (empieza como un thriller de psicópatas, pasa por la comedia negra, el slapstick, y termina siendo una plomiza comedia romántica narrada para más inri con estilo semidocumental), y sobre todo, por resultar excéntrica y moderna a lo Wes Anderson, dinamita el atractivo de su idea primigenia hasta desvirtuarla por completo, de tal forma que entre los pasajes que cantan las glorias de los ganadores de los premios Darwin, y el resto de la película, que nos narra la historia de amor de Joseph Fiennes y Winona Ryder mientras investigan las muertes para una compañía de seguros, existe un abismo en cuanto a interés, emoción y ritmo, como si por momentos el metraje entrara en parada cardiorespiratoria y Taylor se hiciera el remolón a la hora de utilizar el desfibrilador.
Para rematarla, aunque The Darwin Awards tiene un plantel de actores que para si quisieran otras producciones de espíritu indie (además de Winona Ryder y Joseph Fiennes, el film cuenta con la interpretación del difunto Chris Penn, de la hasta hace poco también difunta Juliette Lewis, de David Arquette, de Lukas Haas y de todos los componentes del grupo Metallica, entre otros), la mayoría están sobreactuados, pasados de rosca o, en el caso de Winona Ryder, directamente en otra onda, ya que da la impresión de que más que interpretar un papel, se encuentra pensando en cómo dar un nuevo golpe cleptómano en unos grandes almacenes de rebajas.
De todo ello se desprende que a Finn Taylor le hubiera cundido bastante más rodar un documental al uso sobre los premios Darwin que una película de ficción deshilvanada y arrítmica sobre el mismo tema paradójicamente filmada desde el punto de vista de un estudiante de documental con pretensiones. Pese a todo, el gracejo de algunas de las historias que nos cuenta, en especial la protagonizada por Chris Penn, consiguen que el director salve el pellejo por esta vez y… ¿quién sabe? que tal vez en un futuro logre evolucionar lo suficiente como para ofrecernos una comedia menos imperfecta donde la ley del más fuerte sustituya a la del mínimo esfuerzo.