Me crié en un colegio salesiano. Recuerdo que los frailes nos repetían hasta la saciedad que la Iglesia era el pueblo de Dios: el de los pobres, tullidos, oprimidos, perseguidos, desamparados...
Aquello ocurría en la década de los setenta. Treinta años después resulta que la Iglesia repudia a los pobres, a los enfermos, a los drogadictos, a los que no tienen ni a nada ni a nadie. El Papa viste ropa de diseño y reprende a Jon Sobrino por defender a los pobres en El Salvador. Rouco Varela, que se siente como pez en el agua en bautizos reales y saraos varios, pretende cerrar la parroquia de San Carlos de Borromeo en Vallecas porque tres curas han tenido la osadía de atender a los desprotegidos, a los desposeídos, a los que únicamente tienen miseria a su alrededor.
Vaya desde aquí mi homenaje a aquellos salesianos que contribuyeron a crear en mí una conciencia crítica, y el mayor de los desprecios para individuos como Ratzinger, Rouco Varela o Reig Pla.
