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Pelayo López

'Las vacaciones de Mr. Bean': los divertidos azares de un viaje vital

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De vez en cuando, como espectador y comentarista de películas -no como crítico, que eso suena como a profesión de otros con mayor recorrido en estos menesteres-, conviene poner los pies en el suelo y darse cuenta de que, a lo largo de una temporada cualquiera, pocos son los títulos que realmente pasan al futuro cinematográfico, algunos más nos entretienen, y una gran mayoría, en un último peldaño, sólo sirven para consumir palomitas y refrescos al ritmo de unos cuantos fotogramas.

Hace una década, Mr. Bean, o lo que es lo mismo el personaje que más éxito le ha reportado al cómico británico Rowan Atkinson, saltó a la gran pantalla desde su hermana pequeña para protagonizar su primera experiencia en el celuloide: Bean, lo último en cine catastrófico. Sin embargo, Atkinson nunca conseguirá quitarse de encima dos sambenitos creados en torno a este torpón y al tiempo carismático personaje: por un lado, el hecho de que el resto de los que ha interpretado en el celuloide, como Johnny English, Love actually o Secretos de familia, no han cuajado de igual modo, y, por otro, el de que tampoco ha sido, y posiblemente nunca lo será, el mismo que en la televisión. Eso sí, hay que reconocer que este segundo episodio cinematográfico resulta, creo, más interesante que el primero y sobrepasa con creces la calidad de aquellos pinitos iniciales.

Mr. Bean, como el resto de mortales, también tiene derecho a irse vacaciones. Lo que sucede es que, aunque al final todo acaba bien -para eso es una comedia familiar-, su periplo, que para cualquiera de nosotros no dejaría de entrar dentro de la normalidad, en la piel de Mr. Bean está lleno de concatenadas situaciones de lo más rocambolescas. Si ya al principio confunde el número del premio que le permitirá atravesar el Canal de la Mancha rumbo a Cannes, durante su viaje le sucederá casi de todo, y todo quedará registrado en su nuevo juguete, una videocámara digital. En su azarosa andanza descubrirá las complicaciones de la gastronomía propia de los lugares de paso, o la facilidad con que uno puede extraviar los billetes y el pasaporte. Participará además de un rodaje publicitario y tendrá como compañeros de viaje a un niño extraviado –a él por cierto le consideran el secuestrador- y a una actriz en ciernes. Y esto es sólo un anticipo.

Para narrar esta nueva odisea -cada episodio en la vida de Mr. Bean por simple que sea resulta así-, en torno al epicentro giran los mismos de siempre, desde el guionista hasta el autor de la banda sonora, colaboradores todos ellos desde los tiempos de algunos capítulos del pasado interpretativo de Atkinson, como La víbora negra o The right size. En lo que se refiere a compañeros de viaje tenemos a Willem Dafoe –no entiendo el motivo de cambiarle el nombre si podría haberse conservado- y Emma de Caunes –una interesante promesa francesa a la que acabamos de ver en la más que recomendable La ciencia del sueño-.

Sin embargo, el agotamiento propio del paso del tiempo y de otros avatares da muestras ya de inequívoca presencia. A pesar de que el personaje utiliza la brújula para no perder el rumbo, lo cierto es que, por ejemplo, la historia del niño y del supuesto secuestro no aportan prácticamente nada, o que la película cuenta con un desorbitado final del todo desproporcionado para lo que suele ser la simpleza de su entorno. Y para colmo, otro de sus atractivos, la mudez, cada vez está menos presente debido a su intermitente balbuceo de palabras, que, en este caso, da juego con sus equivocaciones lingüísticas. Siendo realistas, este personaje nunca ha tenido la suficiente integridad para dar pie a una película. Es caldo de televisión, de sketches cortos con final seco y contundente, y es que, incluso, la hora y media escasa de metraje se llega a hacer larga. Lo que sí hay en esa duración son referencias a clásicos como La naranja mecánica o una crítica contundente y claramente alusiva al denominado cine de autor… Claro está que Mr. Bean nunca será premiado con la Palma de Cannes, pero, en su inocencia, aunque luego la vida no sea igual, nos deja la esperanza de sacar siempre lo positivo, de encontrar, aunque sólo sea en la oscuridad de la sala de cine, los divertidos azares de un viaje vital.

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- Calificación: 1,5
- Director: Steve Bendelack
- Reparto: Rowan Atkinson, Emma de Caunes y Willem Dafoe

'Las vacaciones de Mr. Bean': los divertidos azares de un viaje vital

Pelayo López
Pelayo López
miércoles, 11 de julio de 2007, 23:19 h (CET)
De vez en cuando, como espectador y comentarista de películas -no como crítico, que eso suena como a profesión de otros con mayor recorrido en estos menesteres-, conviene poner los pies en el suelo y darse cuenta de que, a lo largo de una temporada cualquiera, pocos son los títulos que realmente pasan al futuro cinematográfico, algunos más nos entretienen, y una gran mayoría, en un último peldaño, sólo sirven para consumir palomitas y refrescos al ritmo de unos cuantos fotogramas.

Hace una década, Mr. Bean, o lo que es lo mismo el personaje que más éxito le ha reportado al cómico británico Rowan Atkinson, saltó a la gran pantalla desde su hermana pequeña para protagonizar su primera experiencia en el celuloide: Bean, lo último en cine catastrófico. Sin embargo, Atkinson nunca conseguirá quitarse de encima dos sambenitos creados en torno a este torpón y al tiempo carismático personaje: por un lado, el hecho de que el resto de los que ha interpretado en el celuloide, como Johnny English, Love actually o Secretos de familia, no han cuajado de igual modo, y, por otro, el de que tampoco ha sido, y posiblemente nunca lo será, el mismo que en la televisión. Eso sí, hay que reconocer que este segundo episodio cinematográfico resulta, creo, más interesante que el primero y sobrepasa con creces la calidad de aquellos pinitos iniciales.

Mr. Bean, como el resto de mortales, también tiene derecho a irse vacaciones. Lo que sucede es que, aunque al final todo acaba bien -para eso es una comedia familiar-, su periplo, que para cualquiera de nosotros no dejaría de entrar dentro de la normalidad, en la piel de Mr. Bean está lleno de concatenadas situaciones de lo más rocambolescas. Si ya al principio confunde el número del premio que le permitirá atravesar el Canal de la Mancha rumbo a Cannes, durante su viaje le sucederá casi de todo, y todo quedará registrado en su nuevo juguete, una videocámara digital. En su azarosa andanza descubrirá las complicaciones de la gastronomía propia de los lugares de paso, o la facilidad con que uno puede extraviar los billetes y el pasaporte. Participará además de un rodaje publicitario y tendrá como compañeros de viaje a un niño extraviado –a él por cierto le consideran el secuestrador- y a una actriz en ciernes. Y esto es sólo un anticipo.

Para narrar esta nueva odisea -cada episodio en la vida de Mr. Bean por simple que sea resulta así-, en torno al epicentro giran los mismos de siempre, desde el guionista hasta el autor de la banda sonora, colaboradores todos ellos desde los tiempos de algunos capítulos del pasado interpretativo de Atkinson, como La víbora negra o The right size. En lo que se refiere a compañeros de viaje tenemos a Willem Dafoe –no entiendo el motivo de cambiarle el nombre si podría haberse conservado- y Emma de Caunes –una interesante promesa francesa a la que acabamos de ver en la más que recomendable La ciencia del sueño-.

Sin embargo, el agotamiento propio del paso del tiempo y de otros avatares da muestras ya de inequívoca presencia. A pesar de que el personaje utiliza la brújula para no perder el rumbo, lo cierto es que, por ejemplo, la historia del niño y del supuesto secuestro no aportan prácticamente nada, o que la película cuenta con un desorbitado final del todo desproporcionado para lo que suele ser la simpleza de su entorno. Y para colmo, otro de sus atractivos, la mudez, cada vez está menos presente debido a su intermitente balbuceo de palabras, que, en este caso, da juego con sus equivocaciones lingüísticas. Siendo realistas, este personaje nunca ha tenido la suficiente integridad para dar pie a una película. Es caldo de televisión, de sketches cortos con final seco y contundente, y es que, incluso, la hora y media escasa de metraje se llega a hacer larga. Lo que sí hay en esa duración son referencias a clásicos como La naranja mecánica o una crítica contundente y claramente alusiva al denominado cine de autor… Claro está que Mr. Bean nunca será premiado con la Palma de Cannes, pero, en su inocencia, aunque luego la vida no sea igual, nos deja la esperanza de sacar siempre lo positivo, de encontrar, aunque sólo sea en la oscuridad de la sala de cine, los divertidos azares de un viaje vital.

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- Calificación: 1,5
- Director: Steve Bendelack
- Reparto: Rowan Atkinson, Emma de Caunes y Willem Dafoe

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