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La robotización humana: prohibidos los celos

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Si, sólo hace unos días, tuvimos que comentar los propósitos de prohibición de los piropos, hoy debemos denunciar un nuevo intento más de satanizar la conducta de los hombres, algo que parece que se ha convertido en el objetivo de determinados colectivos feministas que dan la sensación de estar obsesionados y que nunca van a quedar satisfechos por mucho que la humanidad haya ya reparado la injusticia que pudiera haberse cometido, en tiempos pretéritos, con el género femenino. Ahora se trata de jugar con los sentimientos, atacarlos, ponerlos en cuarentena y, si es preciso, arrancarlos de cuajo. Si, señores, un estudio del CIS, hecho entre hombres desde 15 a 29 años, habla de que en las relaciones sentimentales parece que proliferan los llamados “controladores” de las vidas de sus parejas y esto, para quienes lo denuncian, es algo parecido a la “violencia machista” física (agresiones, maltratos y, si llega el caso, asesinatos), como una nueva forma de violencia psicológica y, en consecuencia, merecedora de ser considerada un delito que tipificar en el Código Penal.

Resulta curiosos como se pretende que, el Estado, se convierta no sólo en administrador de los impuestos de los españoles, en el gestor de los temas de orden público; en quién se encarga de las infraestructuras, de la Seguridad Social; de la defensa de la nación, del mantenimiento del orden y, en general, de todos aquellos cometidos que los españoles no están en condiciones de llevar a cabo por sí mismos y que conviene que sean asumidos por la Administración del Estado, de acuerdo con lo que dispone nuestra Constitución; sino que, a la vez ,entre en el seno de las familias para dirigir los sentimientos y las relaciones entre sus miembros.. No obstante, desde que los socialistas se hicieron con el gobierno de la nación, bajo la presidencia del señor Rodríguez Zapatero, se inició la gran batalla en contra de los valores tradicionales que, hasta entonces, habían sido respetados por los anteriores gobiernos. El primer objetivo: la laicización del país, el borrar del mapa toda influencia del catolicismo en España y, para ello, era preciso atacar a la familia, el núcleo de la sociedad española, que, a su vez, requería desposeer al pater familias, figura derivada del Derecho Romano, de sus facultades de dirección, en conjunto con la madre, que le facultaban para encargarse del orden, organización, disciplina, orientación, y, en general, como decían los romanos, actuar con la diligencia de “un buen padre de familia”, con lo que quedaba patente la importante función y el respeto que entonces se tenía por la figura del padre.

Las nefastas leyes que, bajo la excusa de evitar que los hijos “fueran maltratados” por sus progenitores o se les obligase a hacer lo que no deseaban hacer, o se los castigase cuando cometiesen alguna maldad o que tuvieren que conformarse con lo que les daba el padre para sus gastos etc.; privaron a los padres de la autoridad de la que habían gozado hasta entonces y tuvieran que aceptar, a la fuerza, que los hijos les contestasen violentamente, los amenazasen, los desobedecieran, alterasen el orden familiar y dieran el mal ejemplo al resto de la familia; con la particularidad de que ni se les dejaba la posibilidad de echarlos de casa o de corregirlos con unos cachetes, saludables cachetes, con los que nuestras madres nos enseñaron lo que se podía y debía hacer y lo que no era conveniente o era malo para una sana educación. Hoy se las condenaría a la cárcel.

Es evidente que siempre ha habido y habrá casos de padres desnaturalizados que golpeaban con saña a sus hijos, les torturaban o los tenían sometidos como esclavos; con los que la Justicia debe actuar sin compasión, como los hay que abusan sexualmente de ellos o los obligan ha cometer actos ignominiosos y los asesinan sin compasión; pero unas excepciones a la regla no justifican que, a la familia, en su contexto de unidad, convivencia, amor y solidaridad, se la descalifique y rompa, permitiendo una diáspora prematura que, como se ve, ha llevado a una generación en la que la juventud, en muchos casos mal aconsejada, han perdido el respeto por toda autoridad, tanto familiar como en relación con sus profesores y enseñantes, de modo que, fácilmente, caen en la tentación de la droga, del sexo, de la indiferencia moral y de ser enganchados por filosofías relativistas materialistas que los alejan de todos los valores que antes constituían el freno moral a sus naturales tendencias y tentaciones egoístas.

El resultado: el libertinaje al que, una sociedad sin frenos ni control, conduce a jóvenes impulsados por ideas epicúreas y ejemplos perversos, que los conducen fácilmente por las sendas del sexo fácil, las drogas, el abandono escolar, el robo, la promiscuidad y la vida libertaria que los aleja, cada vez más, de la posibilidad de ser recuperados para la vida en sociedad. Y aquí llegamos a que, la actual sociedad, ha pervertido conceptos como amor y sexo de modo que hoy “hacer el amor” significa practicar el sexo, sin distinciones, sean parejas heterosexuales o lo sean homosexuales que, para las nuevas generaciones tanto monta, monta tanto. Las consecuencias: que el matrimonio ha sido desnaturalizado y, si me apuran, privado de sentido, cuando ha sido desprovisto de sus elementos fundamentales. Antes era un “contrato” de por vida, celebrado entre un hombre y una mujer que se querían, es decir, tenían amor el uno por el otro, aparte del natural atractivo físico. Amor, señores, no significa acostarse, ni establecer un vínculo con la idea de que, cuando uno se cansa del otro lo deja sin más problemas o cuando uno enferma o deja de ser atractivo el otro evita cuidarlo o busca a otra persona más joven o más atractiva con el que sustituirlo.

Y aquí nos encontramos que, ante una emoción tan común como han sido los celos, el desear, un hombre o una mujer, que su pareja respete sus sentimientos, los comparta y busque mantener una relación estable y no compartida con otra persona; queriendo al ser amado para sí y no desear que otra u otras personas participen en su derecho a intimar con él. No obstante ahora parece que esto no esta bien visto y que el amor ha de tener compartimentos cerrados en los que ejercerlo y otros momentos en los que la “libertad” de cada “enamorado” ha de permitirle salir con diferentes compañeros del propio o contrario sexo con los que, si es preciso, puedan tener otras experiencias, incluso sexuales, que, en nombre de la libertad han de ser consentidas por aquel al que, en otros tiempos, hubiéramos calificado de cornudo o consentido. Es evidente que existen los llamados celos enfermizos que suponen ver fantasmas por todas partes y pueden llegar a ser un martirio para quien los padece y, aquel o aquella, que debe soportarlos; que es lógico que se repriman con los medios que se precisen si se convierten en un acoso insoportable. Pero es que esto tanto puede ocurrir en un hombre o una mujer y no es una circunstancia privativa de ningún sexo.

Sin embargo, como ya he repetido en otras ocasiones, el afán de la mujeres, especialmente de las feministas, de acorralar a los hombres, de acusarlos de machistas en todas las ocasiones en que se enfrentan con ellos, de intentar adquirir cupos y demás ventajas sobre el género opuesto; está llegando a un punto ( en muchas ocasiones favorecido por varones a los que les gusta jugar en campo contrario) en el que cualquier expresión, comportamiento e incluso atención de un hombre respecto a una mujer, se convierte en objeto de recriminación y repulsa. Sanciónense las conductas que entrañen verdaderamente una actitud acosadora, de lo que ahora se usa llamar moobing, pero váyase con cuidado con las generalizaciones apresuradas, las incriminaciones superficiales y las imputaciones aceleradas, motivadas por el resentimiento del momento, porque todo ello puede llevar a situaciones en las que, una excesiva judicialización de los sentimientos humanos, puede llegar a convertirnos en verdaderos robots de corazones de hierro. Una mala alternativa. O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadanos de a pie, vemos a una sociedad en la que los sentimientos humanos van a ser puestos bajo la vigilancia del Estado. ¡Vade retro!

La robotización humana: prohibidos los celos

Miguel Massanet
jueves, 29 de enero de 2015, 08:04 h (CET)
Si, sólo hace unos días, tuvimos que comentar los propósitos de prohibición de los piropos, hoy debemos denunciar un nuevo intento más de satanizar la conducta de los hombres, algo que parece que se ha convertido en el objetivo de determinados colectivos feministas que dan la sensación de estar obsesionados y que nunca van a quedar satisfechos por mucho que la humanidad haya ya reparado la injusticia que pudiera haberse cometido, en tiempos pretéritos, con el género femenino. Ahora se trata de jugar con los sentimientos, atacarlos, ponerlos en cuarentena y, si es preciso, arrancarlos de cuajo. Si, señores, un estudio del CIS, hecho entre hombres desde 15 a 29 años, habla de que en las relaciones sentimentales parece que proliferan los llamados “controladores” de las vidas de sus parejas y esto, para quienes lo denuncian, es algo parecido a la “violencia machista” física (agresiones, maltratos y, si llega el caso, asesinatos), como una nueva forma de violencia psicológica y, en consecuencia, merecedora de ser considerada un delito que tipificar en el Código Penal.

Resulta curiosos como se pretende que, el Estado, se convierta no sólo en administrador de los impuestos de los españoles, en el gestor de los temas de orden público; en quién se encarga de las infraestructuras, de la Seguridad Social; de la defensa de la nación, del mantenimiento del orden y, en general, de todos aquellos cometidos que los españoles no están en condiciones de llevar a cabo por sí mismos y que conviene que sean asumidos por la Administración del Estado, de acuerdo con lo que dispone nuestra Constitución; sino que, a la vez ,entre en el seno de las familias para dirigir los sentimientos y las relaciones entre sus miembros.. No obstante, desde que los socialistas se hicieron con el gobierno de la nación, bajo la presidencia del señor Rodríguez Zapatero, se inició la gran batalla en contra de los valores tradicionales que, hasta entonces, habían sido respetados por los anteriores gobiernos. El primer objetivo: la laicización del país, el borrar del mapa toda influencia del catolicismo en España y, para ello, era preciso atacar a la familia, el núcleo de la sociedad española, que, a su vez, requería desposeer al pater familias, figura derivada del Derecho Romano, de sus facultades de dirección, en conjunto con la madre, que le facultaban para encargarse del orden, organización, disciplina, orientación, y, en general, como decían los romanos, actuar con la diligencia de “un buen padre de familia”, con lo que quedaba patente la importante función y el respeto que entonces se tenía por la figura del padre.

Las nefastas leyes que, bajo la excusa de evitar que los hijos “fueran maltratados” por sus progenitores o se les obligase a hacer lo que no deseaban hacer, o se los castigase cuando cometiesen alguna maldad o que tuvieren que conformarse con lo que les daba el padre para sus gastos etc.; privaron a los padres de la autoridad de la que habían gozado hasta entonces y tuvieran que aceptar, a la fuerza, que los hijos les contestasen violentamente, los amenazasen, los desobedecieran, alterasen el orden familiar y dieran el mal ejemplo al resto de la familia; con la particularidad de que ni se les dejaba la posibilidad de echarlos de casa o de corregirlos con unos cachetes, saludables cachetes, con los que nuestras madres nos enseñaron lo que se podía y debía hacer y lo que no era conveniente o era malo para una sana educación. Hoy se las condenaría a la cárcel.

Es evidente que siempre ha habido y habrá casos de padres desnaturalizados que golpeaban con saña a sus hijos, les torturaban o los tenían sometidos como esclavos; con los que la Justicia debe actuar sin compasión, como los hay que abusan sexualmente de ellos o los obligan ha cometer actos ignominiosos y los asesinan sin compasión; pero unas excepciones a la regla no justifican que, a la familia, en su contexto de unidad, convivencia, amor y solidaridad, se la descalifique y rompa, permitiendo una diáspora prematura que, como se ve, ha llevado a una generación en la que la juventud, en muchos casos mal aconsejada, han perdido el respeto por toda autoridad, tanto familiar como en relación con sus profesores y enseñantes, de modo que, fácilmente, caen en la tentación de la droga, del sexo, de la indiferencia moral y de ser enganchados por filosofías relativistas materialistas que los alejan de todos los valores que antes constituían el freno moral a sus naturales tendencias y tentaciones egoístas.

El resultado: el libertinaje al que, una sociedad sin frenos ni control, conduce a jóvenes impulsados por ideas epicúreas y ejemplos perversos, que los conducen fácilmente por las sendas del sexo fácil, las drogas, el abandono escolar, el robo, la promiscuidad y la vida libertaria que los aleja, cada vez más, de la posibilidad de ser recuperados para la vida en sociedad. Y aquí llegamos a que, la actual sociedad, ha pervertido conceptos como amor y sexo de modo que hoy “hacer el amor” significa practicar el sexo, sin distinciones, sean parejas heterosexuales o lo sean homosexuales que, para las nuevas generaciones tanto monta, monta tanto. Las consecuencias: que el matrimonio ha sido desnaturalizado y, si me apuran, privado de sentido, cuando ha sido desprovisto de sus elementos fundamentales. Antes era un “contrato” de por vida, celebrado entre un hombre y una mujer que se querían, es decir, tenían amor el uno por el otro, aparte del natural atractivo físico. Amor, señores, no significa acostarse, ni establecer un vínculo con la idea de que, cuando uno se cansa del otro lo deja sin más problemas o cuando uno enferma o deja de ser atractivo el otro evita cuidarlo o busca a otra persona más joven o más atractiva con el que sustituirlo.

Y aquí nos encontramos que, ante una emoción tan común como han sido los celos, el desear, un hombre o una mujer, que su pareja respete sus sentimientos, los comparta y busque mantener una relación estable y no compartida con otra persona; queriendo al ser amado para sí y no desear que otra u otras personas participen en su derecho a intimar con él. No obstante ahora parece que esto no esta bien visto y que el amor ha de tener compartimentos cerrados en los que ejercerlo y otros momentos en los que la “libertad” de cada “enamorado” ha de permitirle salir con diferentes compañeros del propio o contrario sexo con los que, si es preciso, puedan tener otras experiencias, incluso sexuales, que, en nombre de la libertad han de ser consentidas por aquel al que, en otros tiempos, hubiéramos calificado de cornudo o consentido. Es evidente que existen los llamados celos enfermizos que suponen ver fantasmas por todas partes y pueden llegar a ser un martirio para quien los padece y, aquel o aquella, que debe soportarlos; que es lógico que se repriman con los medios que se precisen si se convierten en un acoso insoportable. Pero es que esto tanto puede ocurrir en un hombre o una mujer y no es una circunstancia privativa de ningún sexo.

Sin embargo, como ya he repetido en otras ocasiones, el afán de la mujeres, especialmente de las feministas, de acorralar a los hombres, de acusarlos de machistas en todas las ocasiones en que se enfrentan con ellos, de intentar adquirir cupos y demás ventajas sobre el género opuesto; está llegando a un punto ( en muchas ocasiones favorecido por varones a los que les gusta jugar en campo contrario) en el que cualquier expresión, comportamiento e incluso atención de un hombre respecto a una mujer, se convierte en objeto de recriminación y repulsa. Sanciónense las conductas que entrañen verdaderamente una actitud acosadora, de lo que ahora se usa llamar moobing, pero váyase con cuidado con las generalizaciones apresuradas, las incriminaciones superficiales y las imputaciones aceleradas, motivadas por el resentimiento del momento, porque todo ello puede llevar a situaciones en las que, una excesiva judicialización de los sentimientos humanos, puede llegar a convertirnos en verdaderos robots de corazones de hierro. Una mala alternativa. O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadanos de a pie, vemos a una sociedad en la que los sentimientos humanos van a ser puestos bajo la vigilancia del Estado. ¡Vade retro!

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