A pesar de lo intempestivo de la hora, el que un día fuese senador por el Partido Popular salió de Soto del Real relajado y feliz. En su domicilio de Príncipe de Vergara, le esperaba su esposa Rosalía, imputada como él en el caso Gürtel. Esa fue su disculpa para lograr eludir responder a unas pocas preguntas, ciertamente comprometidas, que los periodistas que le aguardaban a la salida del centro penitenciario, ya desde primera hora de la mañana, se obstinaron en sonsacarle a toda costa.
“Que la fuerza te acompañe”, le dijo su amigo Mariano, al poco de entrar Luis en el trullo, mediante un mensaje de texto que no dudo en hacer público. No se lo dijo así, ya lo sabemos, su consejo fue bastante más soso, en su línea diría yo, para que me entiendan. En todo caso, lo que le vino a decir fue que se las arreglase como pudiese, pero con la boca pequeña, claro, no fuese a rebotarse el díscolo de Bárcenas y comenzase a echar pestes sin tiento contra el mismísimo Presidente del Gobierno y su formación política.
Si tomásemos al pie de la letra esas primeras declaraciones, pronunciadas por el extesorero a escasos metros de donde había pasado los últimos diecinueve meses de su vida, Rajoy podría dormir tranquilo, pero se me antoja que poco de lo que dijo el ahora también exrecluso esa noche, no iba con intención o adolecía de una segunda lectura mucho más realista.
Lo que está claro, es que en los esquemas de Bárcenas no entraban ni por asomo ese año y medio largo de cárcel, y eso tiene que haberle dejado, quieras que no, una herida muy difícil de cicatrizar. A ver qué se le ocurre a don Mariano, a lo largo de estos próximos días para intentar cauterizarla cuanto antes, todo ello en presencia de la opinión pública y sin que se note demasiado.