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¿Es el mal una cuestión de genes o del espíritu del hombre?

El mal: un misterio

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Josep Maria Espinàs en su escrito No entiendo la creación del mal plantea el problema que está en boca de muchos: ¿Por qué ha permitido Dios la existencia del mal? De ser sinceros debemos reconocer que es en misterio que descifrarlo de momento está fuera de la comprensión humana. A pesar de ello la Biblia nos proporciona algunos detalles que aportan luz a este enigma. Si Dios lo hizo bien, ¿cómo es que existe el mal?, nos preguntamos.

En su columna Espinàs escribe: “Diversos analistas han estudiado el mal – opuesto al bien – desde muchos puntos de vista. Me merecen mucho respeto. Pero hay algo que no entiendo. Si Dios creó el mundo también creó la posibilidad del mal. ¿Por qué no creó solo el bien? No podía obligarle nadie, era el máximo y único poder, el diseñador absoluto de la creación. Perdonen la ignorancia: si creó al hombre, ¿Por qué no decidió crear solo hombres buenos?”

De momento, la mente de Dios es insondable para el hombre. El abismo que separa al hombre de Dios lo expresa el profeta Isaías cuando escribe: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo el Señor. Como son más altos los cielos que la tierra, así mis caminos son más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (5:8,9). Llegado el momento de examinar el espinoso tema del origen del mal deberíamos de enmudecer como lo expone el apóstol Pablo: “Oh hombre, ¿quién eres tú que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?” (Romanos 9:20,21). Investigar el tema del origen del mal tiene sus dificultades, pero si nos adentramos en él con el espíritu que nos indican los textos de Isaías y Romanos podremos sacar conclusiones que nos serán beneficiosas.

Finalizada la creación “Dios vio que todo lo que había hecho, y he aquí que era muy bueno”. ¿Cómo fue posible que el mal se introdujese allí que no se sabía que era? Se encuentran dos textos que nos ayudarán a vislumbrar algo de la profundidad del misterio: “Tú eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría, y acabado de hermosura. En Edén, en el huerto de Dios estuviste……Tú, querubín grande……Perfecto era en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad” (Ezequiel 28:12-15). “¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitas a las naciones. Tú decías en tu corazón; subiré al cielo, en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte, sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo. Mas tú derribado eres hasta el infierno, los lados del abismo” (Isaías 14:12-15). ¿Cómo fue posible al revuelta angélica? ¿Qué ocurrió para que en una creación en la que todo era muy bueno que unos ángeles santos creados para poder decidir se encontrase iniquidad en ellos? No debemos especular. Recordemos lo del vaso y el alfarero. Debemos aceptar lo que pasó sin darnos cabezazos que nos perjudican. Hacerlo no cambia la realidad. Los textos citados nos informan que Lucero, príncipe de los ángeles se convirtió en Satanás, príncipe de los demonios que aparece al inicio de la historia humana en el Edén terrenal poseyendo a una serpiente.

Jesús nos hace esta descripción de la naturaleza del diablo: “El ha sido homicida des del principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla, porque es mentiroso, y padre de mentira” (Juan 8:44). Lucero, el querubín perfecto en sus caminos se convierte en un ángel monstruoso. Pero no se conforma en serlo él y los ángeles que le siguieron en su rebelión, desea también que los hombres le acompañen en su rebeldía en el abismo infernal. Para conseguirlo se posesiona de la serpiente y haciendo uso de su paternidad mentirosa, como si nunca hubiese roto un plato, se dirige a Eva cuestionándole la autoridad que Dios tenía sobre ella por ser su Creador y de la bondad de la prohibición de comer del “árbol del conocimiento del bien y del mal”. El orgullo de Lucifer de querer ser como Dios lo arrojó a las profundidades del abismo. Visto el resultado desastroso de su desobediencia, no le bastó con su sufrimiento eterno, quiere que los hombres creados a imagen y semejanza de Dios le acompañen en su miseria. El orgullo que le condujo a su desgracia eterna es el argumento que utiliza para seducir a Eva y por medio de ella a Adán para desobedecer al Creador: ”Podéis comer del árbol que hay en medio del jardín: No moriréis, sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Génesis 3:4,5).

Desobedecieron. Sus ojos fueron abiertos y conocieron por propia experiencia lo que es el mal. Dios creó al hombre con el don del libre albedrío y, lo utilizó mal. Este es el origen del mal que tan a menudo se culpa a Dios de ser su autor. Ante el misterio parcialmente revelado, la desobediencia de Adán y Eva no cogió por sorpresa a Dios ya que para sacarnos de la ciénaga en que caeríamos por nuestra mala cabeza, “fuimos rescatados de nuestra vana manera de vivir…con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de nosotros” (1 Pedro 1:18-20). Conociendo el origen del mal estamos en condiciones de aplicar el remedio que Dios ha establecido para desterrarlo. Lo triste del caso es que se rechaza a Cristo que es la medicina recetada por Dios. Así que seguimos disertando sobre el mal y éste sigue haciendo de las suyas y nos destruye. El caos en que estamos sumidos evidencia el rechazo de la medicina divina.

El mal: un misterio

¿Es el mal una cuestión de genes o del espíritu del hombre?
Octavi Pereña
lunes, 26 de enero de 2015, 10:08 h (CET)
Josep Maria Espinàs en su escrito No entiendo la creación del mal plantea el problema que está en boca de muchos: ¿Por qué ha permitido Dios la existencia del mal? De ser sinceros debemos reconocer que es en misterio que descifrarlo de momento está fuera de la comprensión humana. A pesar de ello la Biblia nos proporciona algunos detalles que aportan luz a este enigma. Si Dios lo hizo bien, ¿cómo es que existe el mal?, nos preguntamos.

En su columna Espinàs escribe: “Diversos analistas han estudiado el mal – opuesto al bien – desde muchos puntos de vista. Me merecen mucho respeto. Pero hay algo que no entiendo. Si Dios creó el mundo también creó la posibilidad del mal. ¿Por qué no creó solo el bien? No podía obligarle nadie, era el máximo y único poder, el diseñador absoluto de la creación. Perdonen la ignorancia: si creó al hombre, ¿Por qué no decidió crear solo hombres buenos?”

De momento, la mente de Dios es insondable para el hombre. El abismo que separa al hombre de Dios lo expresa el profeta Isaías cuando escribe: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo el Señor. Como son más altos los cielos que la tierra, así mis caminos son más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (5:8,9). Llegado el momento de examinar el espinoso tema del origen del mal deberíamos de enmudecer como lo expone el apóstol Pablo: “Oh hombre, ¿quién eres tú que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?” (Romanos 9:20,21). Investigar el tema del origen del mal tiene sus dificultades, pero si nos adentramos en él con el espíritu que nos indican los textos de Isaías y Romanos podremos sacar conclusiones que nos serán beneficiosas.

Finalizada la creación “Dios vio que todo lo que había hecho, y he aquí que era muy bueno”. ¿Cómo fue posible que el mal se introdujese allí que no se sabía que era? Se encuentran dos textos que nos ayudarán a vislumbrar algo de la profundidad del misterio: “Tú eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría, y acabado de hermosura. En Edén, en el huerto de Dios estuviste……Tú, querubín grande……Perfecto era en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad” (Ezequiel 28:12-15). “¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitas a las naciones. Tú decías en tu corazón; subiré al cielo, en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte, sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo. Mas tú derribado eres hasta el infierno, los lados del abismo” (Isaías 14:12-15). ¿Cómo fue posible al revuelta angélica? ¿Qué ocurrió para que en una creación en la que todo era muy bueno que unos ángeles santos creados para poder decidir se encontrase iniquidad en ellos? No debemos especular. Recordemos lo del vaso y el alfarero. Debemos aceptar lo que pasó sin darnos cabezazos que nos perjudican. Hacerlo no cambia la realidad. Los textos citados nos informan que Lucero, príncipe de los ángeles se convirtió en Satanás, príncipe de los demonios que aparece al inicio de la historia humana en el Edén terrenal poseyendo a una serpiente.

Jesús nos hace esta descripción de la naturaleza del diablo: “El ha sido homicida des del principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla, porque es mentiroso, y padre de mentira” (Juan 8:44). Lucero, el querubín perfecto en sus caminos se convierte en un ángel monstruoso. Pero no se conforma en serlo él y los ángeles que le siguieron en su rebelión, desea también que los hombres le acompañen en su rebeldía en el abismo infernal. Para conseguirlo se posesiona de la serpiente y haciendo uso de su paternidad mentirosa, como si nunca hubiese roto un plato, se dirige a Eva cuestionándole la autoridad que Dios tenía sobre ella por ser su Creador y de la bondad de la prohibición de comer del “árbol del conocimiento del bien y del mal”. El orgullo de Lucifer de querer ser como Dios lo arrojó a las profundidades del abismo. Visto el resultado desastroso de su desobediencia, no le bastó con su sufrimiento eterno, quiere que los hombres creados a imagen y semejanza de Dios le acompañen en su miseria. El orgullo que le condujo a su desgracia eterna es el argumento que utiliza para seducir a Eva y por medio de ella a Adán para desobedecer al Creador: ”Podéis comer del árbol que hay en medio del jardín: No moriréis, sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Génesis 3:4,5).

Desobedecieron. Sus ojos fueron abiertos y conocieron por propia experiencia lo que es el mal. Dios creó al hombre con el don del libre albedrío y, lo utilizó mal. Este es el origen del mal que tan a menudo se culpa a Dios de ser su autor. Ante el misterio parcialmente revelado, la desobediencia de Adán y Eva no cogió por sorpresa a Dios ya que para sacarnos de la ciénaga en que caeríamos por nuestra mala cabeza, “fuimos rescatados de nuestra vana manera de vivir…con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de nosotros” (1 Pedro 1:18-20). Conociendo el origen del mal estamos en condiciones de aplicar el remedio que Dios ha establecido para desterrarlo. Lo triste del caso es que se rechaza a Cristo que es la medicina recetada por Dios. Así que seguimos disertando sobre el mal y éste sigue haciendo de las suyas y nos destruye. El caos en que estamos sumidos evidencia el rechazo de la medicina divina.

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