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¿Depende solo de nosotros que el mundo mejore?

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Existe la creencia generalizada de que todo depende de nosotros mismos, ya sea la organización de la sociedad, triunfar en la vida, ser feliz o vivir sano y que el mundo, la ciencia o la política siguen una línea ininterrumpida de avance y perfeccionamiento. Realmente ¿es así? Tengo mis dudas.


Cada uno trata de vivir su vida sin tener muy claro ni siquiera para qué vive, aunque, como todos los seres, busca por todos los medios permanecer en su ser frente a los peligros que le acechan. Su existencia va modelándose a través de sucesivas etapas, influencias y situaciones. Lo que deseaba de niño tiene poco que ver con lo que ansía de adolescente, de joven, de adulto o de viejo.


Aunque no podamos expresarlo, desde que empieza nuestro corazón a latir en el seno materno, deseamos vivir y ser amados, aunque muchos, por desgracia, no lo conseguirán. Confusos entre tener y ser, pensamos que seremos más si tenemos más cosas. Pero a todos les llega su hora y nos moriremos como han muerto los que nos han precedido, dejaremos aquí todo y después ¿qué?


Si echamos una mirada al mundo que nos ha tocado vivir y a su historia no podemos asegurar que haya sido una marcha ascendente, aunque haya quien nos quiera convencer de ello. En los últimos 500 años, nuestra propia historia nos presenta desde el imperio español con su siglo de oro, a la decadencia. El siglo de las luces alza la guillotina en Francia, y a la revolución le sigue el imperio de Napoleón y sus guerras que nos alcanzan de lleno.


Nuestro siglo XIX está lleno de convulsiones pronunciamientos, revoluciones y miseria y en el XX tampoco parece que se alcance una situación idílica. La guerra civil, precedida de actos revolucionarios, marca a los españoles que la vivieron y sigue siendo motivo de enfrentamiento para los que no la vivimos.


Sin duda que se han producido avances materiales, pero no se ha conseguido erradicar la pobreza y la infelicidad, que afecta a sectores más o menos amplios de población. Tampoco estamos a cubierto de crisis económicas y políticas que golpean a unos y benefician a otros, ni a la tentación de querer empezar de nuevo den cada ocasión.


A escala mundial tampoco podemos decir que hayamos conseguido un orden mundial más justo, es más, el Nuevo Orden Mundial que preconizan los organismos internacionales, me parece bastante nefasto: manipulación de las conciencias desde el egoísmo, triunfo del relativismo y eliminación de toda idea de trascendencia.


Si los musulmanes creen que pueden ordenar el mundo con el Corán como bandera, los cristianos no podemos pensar en nuevas cruzadas para imponer la Cristiandad. Cristo dijo a Pilatos que su reino no era de este mundo, el hablaba del reino de los cielos y para conseguirlo era necesario negarse a sí mismo, tomar cada uno su cruz y pasar por el calvario para llegar a la resurrección. No es esto lo que se ofrece en el mundo.


Cristo llamó dichosos y prometió el reino de los cielos a los pobres, a los que lloran, a los que tienen hambre y sed de justicia, a los perseguidos o a los limpios de corazón y todo esto no depende solo de nosotros mismos, sino del amor de Dios. La buena noticia del evangelio ¿quién está dispuesto a aceptarla?

¿Depende solo de nosotros que el mundo mejore?

Francisco Rodríguez
jueves, 22 de enero de 2015, 07:13 h (CET)

Existe la creencia generalizada de que todo depende de nosotros mismos, ya sea la organización de la sociedad, triunfar en la vida, ser feliz o vivir sano y que el mundo, la ciencia o la política siguen una línea ininterrumpida de avance y perfeccionamiento. Realmente ¿es así? Tengo mis dudas.


Cada uno trata de vivir su vida sin tener muy claro ni siquiera para qué vive, aunque, como todos los seres, busca por todos los medios permanecer en su ser frente a los peligros que le acechan. Su existencia va modelándose a través de sucesivas etapas, influencias y situaciones. Lo que deseaba de niño tiene poco que ver con lo que ansía de adolescente, de joven, de adulto o de viejo.


Aunque no podamos expresarlo, desde que empieza nuestro corazón a latir en el seno materno, deseamos vivir y ser amados, aunque muchos, por desgracia, no lo conseguirán. Confusos entre tener y ser, pensamos que seremos más si tenemos más cosas. Pero a todos les llega su hora y nos moriremos como han muerto los que nos han precedido, dejaremos aquí todo y después ¿qué?


Si echamos una mirada al mundo que nos ha tocado vivir y a su historia no podemos asegurar que haya sido una marcha ascendente, aunque haya quien nos quiera convencer de ello. En los últimos 500 años, nuestra propia historia nos presenta desde el imperio español con su siglo de oro, a la decadencia. El siglo de las luces alza la guillotina en Francia, y a la revolución le sigue el imperio de Napoleón y sus guerras que nos alcanzan de lleno.


Nuestro siglo XIX está lleno de convulsiones pronunciamientos, revoluciones y miseria y en el XX tampoco parece que se alcance una situación idílica. La guerra civil, precedida de actos revolucionarios, marca a los españoles que la vivieron y sigue siendo motivo de enfrentamiento para los que no la vivimos.


Sin duda que se han producido avances materiales, pero no se ha conseguido erradicar la pobreza y la infelicidad, que afecta a sectores más o menos amplios de población. Tampoco estamos a cubierto de crisis económicas y políticas que golpean a unos y benefician a otros, ni a la tentación de querer empezar de nuevo den cada ocasión.


A escala mundial tampoco podemos decir que hayamos conseguido un orden mundial más justo, es más, el Nuevo Orden Mundial que preconizan los organismos internacionales, me parece bastante nefasto: manipulación de las conciencias desde el egoísmo, triunfo del relativismo y eliminación de toda idea de trascendencia.


Si los musulmanes creen que pueden ordenar el mundo con el Corán como bandera, los cristianos no podemos pensar en nuevas cruzadas para imponer la Cristiandad. Cristo dijo a Pilatos que su reino no era de este mundo, el hablaba del reino de los cielos y para conseguirlo era necesario negarse a sí mismo, tomar cada uno su cruz y pasar por el calvario para llegar a la resurrección. No es esto lo que se ofrece en el mundo.


Cristo llamó dichosos y prometió el reino de los cielos a los pobres, a los que lloran, a los que tienen hambre y sed de justicia, a los perseguidos o a los limpios de corazón y todo esto no depende solo de nosotros mismos, sino del amor de Dios. La buena noticia del evangelio ¿quién está dispuesto a aceptarla?

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