Día a día, en las mañanas urbanas, soy vilmente asaltado, sin ningún tipo de compasión, por multitud de repartidores de toda clase de propagandas y publicaciones gratuitas.
A todos atiendo, con cierto desdén disimulado, con el único fin de aliviar el arduo y mal retribuido oficio del repartidor de propaganda. Bien es cierto que lo primero que hago tras recoger el folleto, papelito o periódico en cuestión, sea lanzarlo a la primera papelera, comúnmente mutilada en algún acto vandálico, que encuentre en mi carrera matutina.
El único papelajo que cojo, con el cariño con el que cogería un billete de quinientos eurazos, es el periódico que me da una rubia, con una sonrisa colosal que ilumina mi aburrida jornada, mientras espero el autobús en la Alameda Principal.
Pero el otro día, al no ver a la rubia, pasé del bus. Y mientras caminaba a paso legionario por el Puente de Tetuán, ya que llegaba tarde, recogí el papelillo que me regalaba amablemente un hombre de color. O sea negro, nunca entendí lo de hombre de color ¿acaso soy yo incoloro?
La cuestión es que el hombre era un negro atípico. A diferencia de los que solemos ver por estos lugares, que aún siendo de Nigeria o de otro lugar del África visten como raperos neoyorquinos o estrellas de la NBA, este era un negro setentero. Parecía recién salido de algún film biográfico sobre Malcom X o sobre Martin Luther King. Vestía un elegante traje de invierno gris oscuro, corbata negra, camisa blanca y gafas de pasta negra con más de treinta años encima, heredadas sin duda de su abuelo. Su "look" capilar, que diría algún peluquero de esos que se hacen llamar estilistas, era seguidor de los Jackson Five pero algo más corto y cuidado. Enmarcaba su cara con unas buenas patillas dignas de Curro Jiménez.
El tipo, por lo inusitado de su aspecto, me llamó la atención, como ya os habréis dado cuenta. Parecía el típico abogado o médico afroamericano que solemos ver en películas norteamericanas luchando por los derechos de los negros en la América de mediados del siglo veinte.
Pero lo que más me sorprendió fue la lectura del papel que me entregó y que aún conservo. Decía así:
Profesor Aly. Gran ilustre vidente mágico africano con rapidez eficacia y garantía. Experiencia en todos los campos de : alta magia, soluciona cualquier tipo de problema por difícil que sea. Protección contra el mal, enfermedades crónicas. Conocedor de los secretos y todos los casos difíciles como: depresión, amarres (cosa que no tengo ni idea de lo que es), negocios, quitar hechizos, recuperar parejas, encontrar trabajo, mantener el puesto de trabajo, atraer personas queridas, limpiezas (no especifica si es del alma, del coche o del cuarto de baño), quitar mal de ojo.
Conste que he respetado, en la trasncripción del texto, la forma de escribir del profesor Aly, incluyendo sus incorrecciones gramaticales y sintácticas. Es capaz de acabar con cualquier maleficio, pero escribir español en condiciones le resulta algo más complicado.
Tras leer el papel, sin parar la marcha, me sentí decepcionado por aquel hombre que parecía tan honorable y digno. Pensé que era un estafador. Aunque quién sabe, quizás el pobre hombre crea en estas cosas.
Aceleré el paso, doblé el papel, lo introduje en un bolsillo del pantalón y me dije a mi mismo: Aquí hay un artículo.
Y proseguí mi camino pensando en otras cosas.