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Luciano Sabatini

No hay liga

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Para que no nos equivoquemos cabe la aclaración. Hay que ser realistas, más allá de los colores que uno tenga. El Real Madrid no tiene patrón deportivo, ni táctico, ni físico, lleva tres, sino cuatro años haciendo las cosas muy mal, y recibiendo la consecuente herencia que ello provoca. Así, léase la etapa presidencialista de Florentino con sus pecados capitales: Redondo, Del Bosque, Hierro, Eto’o, Gabi Milito, Owen y Woodgate. Los desatinos desde la política del club han marcado estos años de comprensible sequía blanca.

Calderón no ha solucionado ninguno de los males endémicos que encontró en Chamartín, y ya ha tenido tiempo para ello. La línea de fichajes no tiene coherencia ninguna, empzando por la del técnico que ha venido para terminar de desquiciar con su juego rácano al equipo y a la afición. Luego se pensó en jugadores consagrados, elegidos con muy mal criterio (Cannavaro, Emerson), luego una millonada (exactamente 26 millones de euros) por Diarra, y luego se recula para fichar jugadores consagrados tras haber anunciado a bombo y platillo las astronómicas cantidades del próximo contrato televisivo del Madrid, y los clubes sudamericanos, que no son tontos, sacando tajada de ello (20 millones por Gago y 12 por Higuain). Los disparates continúan dejando sin dorsal a Helguera para luego ponerle de titular indiscutible, no vendiendo a Ronaldo en verano por 18 millones, APRA hacerlo en Enero por menos de la mitad, apartando a Beckham y a Cassano para luego incluirlos y rezar para que se conviertan en salvadores.

Ante una forma de actuar tan irregular es imposible que el equipo rinda sobre el terreno de juego. El equipo no juega a nada. Funciona a base de arreones de orgullo y pinceladas de los jugadores que sienten la camiseta, como Raúl, Guti, Helguera, Casillas o Salgado, y de otros que a pesar de llevar poco en el club saben perfectamente donde pisan, como Ramos o Gago. Hay un problema de identidad con los colores, con la camiseta, de orgullo, pero sobre todo de juego. Cualquier equipo de medio pelo es capaz de lavarle la cara a este Madrid desdibujado, y sacarle los colores en el mismo Santiago Bernabéu.

Pero se viaja a Barcelona, y se hace un partido decente, con buen criterio al toque marcado por los propios jugadores y se vuelve a soñar con la Liga; pero no son más que eso, sueños, aunque sea cierto que en este mundo loco todo puede suceder. Los jugadores hablan de conjura, de cambio de ciclo, y convocan a su afición que acude en masa, agotando la entrada del Bernabéu de la manera más inocente. 85.000 espectadores en una de las mayores estafas deportivas del año. Esto solo es posible gracias a que el fútbol no tiene memoria, ni para bien ni para mal, y un solo resultado cambia el panorama de toda una temporada. El Nastic, que no es gran cosa, penúltimo en la tabla, y sin su goleador, el ex madridista Portillo, pone cerco a los blancos durante casi todo el encuentro, y a pesar de jugar con 10 hombres mantiene el tipo y las opciones de victoria. Los dos goles blancos son solo producto de la casualidad, no de ese verdadero cambio del que hablaban los jugadores.

Luego, uno ve como juega el Barça, como triangula y el peligro con el que llegan a la meta contraria los Eto’o, Messi o Ronaldinho, y le entra la risa facilona. Pero si uno busca un poco más, y ve como el Sevilla de Juande pasa por encima del mismo Celta que ganó en el Bernabéu, un conjunto el hispalense con hambre de gol y capaz de crear en un partido 20 ocasiones claras (más de las que hacen los blancos en toda una vuelta del campeonato), con un Alves pletórico, hiperactivo, con Navas y Kanouté desequilibrantes, y a sabiendas de que el dinero para hacer ese equipo ha salido de las arcas del Real Madrid, queda claro lo paradójico que es el deporte rey. Unos pueden decir misa y los otros hasta rezar en arameo, pero con un Madrid que juega como el de Capello, no hay liga.

No hay liga

Luciano Sabatini
Luciano Sabatini
jueves, 22 de marzo de 2007, 12:14 h (CET)
Para que no nos equivoquemos cabe la aclaración. Hay que ser realistas, más allá de los colores que uno tenga. El Real Madrid no tiene patrón deportivo, ni táctico, ni físico, lleva tres, sino cuatro años haciendo las cosas muy mal, y recibiendo la consecuente herencia que ello provoca. Así, léase la etapa presidencialista de Florentino con sus pecados capitales: Redondo, Del Bosque, Hierro, Eto’o, Gabi Milito, Owen y Woodgate. Los desatinos desde la política del club han marcado estos años de comprensible sequía blanca.

Calderón no ha solucionado ninguno de los males endémicos que encontró en Chamartín, y ya ha tenido tiempo para ello. La línea de fichajes no tiene coherencia ninguna, empzando por la del técnico que ha venido para terminar de desquiciar con su juego rácano al equipo y a la afición. Luego se pensó en jugadores consagrados, elegidos con muy mal criterio (Cannavaro, Emerson), luego una millonada (exactamente 26 millones de euros) por Diarra, y luego se recula para fichar jugadores consagrados tras haber anunciado a bombo y platillo las astronómicas cantidades del próximo contrato televisivo del Madrid, y los clubes sudamericanos, que no son tontos, sacando tajada de ello (20 millones por Gago y 12 por Higuain). Los disparates continúan dejando sin dorsal a Helguera para luego ponerle de titular indiscutible, no vendiendo a Ronaldo en verano por 18 millones, APRA hacerlo en Enero por menos de la mitad, apartando a Beckham y a Cassano para luego incluirlos y rezar para que se conviertan en salvadores.

Ante una forma de actuar tan irregular es imposible que el equipo rinda sobre el terreno de juego. El equipo no juega a nada. Funciona a base de arreones de orgullo y pinceladas de los jugadores que sienten la camiseta, como Raúl, Guti, Helguera, Casillas o Salgado, y de otros que a pesar de llevar poco en el club saben perfectamente donde pisan, como Ramos o Gago. Hay un problema de identidad con los colores, con la camiseta, de orgullo, pero sobre todo de juego. Cualquier equipo de medio pelo es capaz de lavarle la cara a este Madrid desdibujado, y sacarle los colores en el mismo Santiago Bernabéu.

Pero se viaja a Barcelona, y se hace un partido decente, con buen criterio al toque marcado por los propios jugadores y se vuelve a soñar con la Liga; pero no son más que eso, sueños, aunque sea cierto que en este mundo loco todo puede suceder. Los jugadores hablan de conjura, de cambio de ciclo, y convocan a su afición que acude en masa, agotando la entrada del Bernabéu de la manera más inocente. 85.000 espectadores en una de las mayores estafas deportivas del año. Esto solo es posible gracias a que el fútbol no tiene memoria, ni para bien ni para mal, y un solo resultado cambia el panorama de toda una temporada. El Nastic, que no es gran cosa, penúltimo en la tabla, y sin su goleador, el ex madridista Portillo, pone cerco a los blancos durante casi todo el encuentro, y a pesar de jugar con 10 hombres mantiene el tipo y las opciones de victoria. Los dos goles blancos son solo producto de la casualidad, no de ese verdadero cambio del que hablaban los jugadores.

Luego, uno ve como juega el Barça, como triangula y el peligro con el que llegan a la meta contraria los Eto’o, Messi o Ronaldinho, y le entra la risa facilona. Pero si uno busca un poco más, y ve como el Sevilla de Juande pasa por encima del mismo Celta que ganó en el Bernabéu, un conjunto el hispalense con hambre de gol y capaz de crear en un partido 20 ocasiones claras (más de las que hacen los blancos en toda una vuelta del campeonato), con un Alves pletórico, hiperactivo, con Navas y Kanouté desequilibrantes, y a sabiendas de que el dinero para hacer ese equipo ha salido de las arcas del Real Madrid, queda claro lo paradójico que es el deporte rey. Unos pueden decir misa y los otros hasta rezar en arameo, pero con un Madrid que juega como el de Capello, no hay liga.

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