Un Barcelona-Real Madrid es el mayor festín deportivo que se pueda dar en España, pero desafortunadamente, casi siempre resulta siendo un encuentro desilusionante y sin calidad. Por una vez, se dieron todos los ingredientes para disfrutar de una auténtica noche mágica de fútbol en estado puro, que sirvió para reconciliar al gran aficionado con el deporte rey.

Durante la primera parte, los equipos hicieron gala de sus principales armas tácticas. Xavi y Guti estuvieron magníficos en la distribución, al igual que Van Nistelrooy y Messi en la ejecución. Los de Rijkaard tenían el balón, pero el Madrid supo obrar con paciencia para lanzar el contraataque. La defensa azulgrana no está viviendo sus mejores momentos, y la de Capello, aunque es la mejor de los últimos años, no supo frenar las internadas de Messi, tal vez por la inexperiencia de Torres, que no obstante, cuajó un magnífico partido en los demás lances del juego.

Van Nistelrooy se reivindicó como goleador de rachas, pero resultó demasiado individualista en los últimos minutos, obsesionado por el tercer gol que nunca llegó. El que lo logró, no obstante, fue el joven crack argentino. Messi firmó una noche para el recuerdo, que sin embargo, no sirvió para que su equipo dejara atrás en la lucha por el título a su eterno rival.

El Madrid, por primera vez en meses, jugó bien. Simplemente eso. Y le bastó para recibir durante el resto del fin de semana numerosos elogios. Bienvenidos sean, pero esta mejoría resultará en vano si no se confirma el próximo partido frente a un Nástic que viene de doblegar al Sevilla por la mínima. Capello y todo el organigrama de la sección siguen pendiendo de un hilo demasiado fino como para dejarse más puntos en el Bernabéu.

Esta Liga sigue loca, pero el Madrid deberá aprovechar que tanto Sevilla, como Valencia y Barcelona, disputan una competición más. No hay excusas, deben luchar hasta el final; es lo mínimo que se le debe exigir a una plantilla que es capaz de rozar el cielo en el Nou Camp (eso sí, ante 10 jugadores).