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Opinión
Etiquetas | El arte de la guerra
Santi Benítez

Contradicciones vitales

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He de reconocer que existen tres cosas en mi vida que, aunque tampoco es que me averguencen, entran en conflicto directo con mi concepción de la misma. Quién no tiene contradicciones vitales, ¿Verdad? Como es lícito y lógico decir, la culpa no es mía, sino de mis mayores, que me adoctrinaron para ello sin pudor ni medida - Vamos, que la culpa es de mi abuelo-. La primera de ellas es que, siendo como soy persona de izquierdas y republicano convicto y confeso, no puedo evitar sentir cierta simpatía por Juan Carlos basada en las palabras del viejo cuando, en una televisión en blanco y negro, lo vio dar el discurso de Apertura de la primera Legislatura de las Cortes, el 22 de julio de 1977. "Cabrón, que bien lo ha hecho...", dijo aliñando sus palabras con lágrimas en los ojos - Felipe también me cae bien, pero tengo la esperanza de que sea sólo una cosa pasajera y no me obligue a sesiones con el psicólogo-. La segunda, y espero que Pilar Rahola no lea esto jamás, es una afición contranatura hacia la tauromaquia. No puedo evitarlo. Tal es la enfermedad que se me ponen los pelos como escarpias cuando acierto a ver en televisión al Yiyo, o me sorprendo rezando a los dioses del ruedo por ver de nuevo en un coso al Joselito. No es casualidad, es causalidad de tardes sentado en las rodillas de mi abuelo escuchando sus explicaciones de la corrida que daban en la tele, "eso es un bragao..., eso es un meao..., es astifino..., va afeitao..., bonita manoletina..., ha entrao a volapie..., se arrima menos que una vieja al borde de una acera..." (Esta última frase solía usarla mucho en relación al, hoy día, viudo de Rocío Jurado). La puntilla me la dio con el regalo de un libro de los grabados de Goya sobre la tauromaquia, que aún conservo como oro en paño.

La tercera es, con mucho, la peor de todas. Soy un pacifista convencido, hasta cierto punto, es decir, soy pacifista, no imbécil; creo con firmeza que la solución a un conflicto es y debe ser siempre buscada por medios pacíficos. Bajo mi punto de vista, el empleo de la violencia en esos menesteres lo único que hace es crear un círculo vicioso de ojos saltados e inquina del que difícilmente se sale. Pero eso no significa que me deje zarandear por nadie. Soy un enamorado del boxeo. Cada vez que tengo un rato libre me calzo los guantes y aporreo un viejo saco que cuelga del techo en una habitación de la azotea. Si estoy fuera de casa más de tres días, siempre y cuando el lugar del destino lo permita, busco algún local pequeño que disponga de uno, donde echar unos sudores y, a veces, encontrar compañía con la que fajarme de forma amistosa, choque de guantes de entrada y al final, si es que aún estoy consciente. Mi señor abuelo me tenía despierto hasta horas inclementes para ver veladas del noble arte del boxeo. Con él vi combates de Urtain, de Pedro Carrasco, de "Mano de Piedra" Durán, un rollo de película en un viejo proyector prestado del combate del más grande, Casius Clay (Siempre se negó a llamarlo Mohamed Ali), contra George Foreman. Todo ello con la censuradora desaprobación de mi madre, que blandía eso de "no sé como te puede gustar ver a dos hombres hechos y derechos darse una somanta de palos a sangre fría" - dicho en bata, con los brazos en jarra y un cabrero de no te menees porque, aparte del boxeo, era bien entrada la noche y yo seguía despierto-. Mi abuelo se limitaba a mirarla y decir "Sí, sí, sí... pero, ¿Y lo bien que se zurran la badana?". Aún después de tanto tiempo guardo con cariño una foto sepia y destartalada en la que se le ve en calzón corto y los guantes enfundados, tomada en alguna playa de Tetuan.

Emulando a Jesulín de Ubrique con su "La vida es... como un toro", me voy a permitir decir que la vida es como un combate de boxeo, con sus fintas y requiebros, sus tempos, su mantener la guardia, su lanzar el puño y no encontrar más que aire o, por el contrario, si se ha medido bien la distancia, conectar un jab y encadenar un crochet, lanzando el cuerpo adelante, con un uppercut, sabiendo cuando dar un paso atrás y sin perder la respiración, ni cuando se recibe, sobre todo cuando se recibe. Lo mismo que en política.

He de decir que en esta última sesión de control del gobierno en el Senado disfruté tanto como cuando me mantenía despierto hasta las tantas con el viejo y veíamos un combate. Pío García Escudero se lanzó al trapo, tirando un buen montón de puños, todos al aire. Pero cuando le tocó el turno al Presidente Zapatero... ¡dios mío!, pocas veces he visto a un púgil moverse de esa manera, sin perder el ritmo, sin levantar el tono, golpeando lo justo para llevar al contrario a donde quería, y cuando lo tenía contra las cuerdas, agazapado, sin fuelle y tapándose la cara en el rincón, acelerar el ritmo, golpeando de forma metódica, encadenando con la maestría de los más grandes. Hubo un momento en el que pensé que a Pío García Escudero se le iban a saltar las lágrimas de rabia e impotencia. Suele ocurrir con los demagogos. Ante los argumentos y la razón, sólo les queda poner la rodilla en tierra y llorar las mentiras que te echan en cara, las chorradas que te llevan a la lona mientras escuchas como te cuentan hasta diez. Después, terminado el combate, sale el entrenador del que perdió el protector bucal en la refriega, diciendo que tanto sus actos anteriores, como los del actual gobierno se ajustan a Derecho. Ay, Rajoy, Rajoy, que gran payaso perdió con la política el Club de la Comedia. A ver, calamidad andante, si los actos del gobierno se ajustan a Derecho - cosa que ya sabíamos- ¿Contra quien o qué has pedido que la gente se manifieste? ¿Contra la decisión judicial tomada por el juez de vigilancia penitenciaria de la Audiencia Nacional? ¿Contra la muerte del Capitán América? ¿Contra el empate del Barça y el Madrid? Anda, y que te abanen.

Señor Zapatero, no se haga usted mala sangre, hay que saberlas encajar aunque haga uno lo que debe. Cualquiera que haga guantes sabe que le pueden meter el codo, o recibir un golpe por debajo de la cintura. Son cosas que pasan. Lo que sí está claro es que aquel que hace lo correcto llega a lo más alto, y lo mantiene allí. Que la extrema derecha se manifieste por nuestras calles, que chillen y berreen todo lo que quieran, eso no va a impedir que la inmensa mayoría de los ciudadanos sepamos que es correcto y que no lo es. Ánimo y no deje de pelear de esa manera.

Suena de fondo "Centro de gravedad permanente", de Franco Battiato.

Buenas noches, y buena suerte.

Contradicciones vitales

Santi Benítez
Santi Benítez
lunes, 12 de marzo de 2007, 10:14 h (CET)
He de reconocer que existen tres cosas en mi vida que, aunque tampoco es que me averguencen, entran en conflicto directo con mi concepción de la misma. Quién no tiene contradicciones vitales, ¿Verdad? Como es lícito y lógico decir, la culpa no es mía, sino de mis mayores, que me adoctrinaron para ello sin pudor ni medida - Vamos, que la culpa es de mi abuelo-. La primera de ellas es que, siendo como soy persona de izquierdas y republicano convicto y confeso, no puedo evitar sentir cierta simpatía por Juan Carlos basada en las palabras del viejo cuando, en una televisión en blanco y negro, lo vio dar el discurso de Apertura de la primera Legislatura de las Cortes, el 22 de julio de 1977. "Cabrón, que bien lo ha hecho...", dijo aliñando sus palabras con lágrimas en los ojos - Felipe también me cae bien, pero tengo la esperanza de que sea sólo una cosa pasajera y no me obligue a sesiones con el psicólogo-. La segunda, y espero que Pilar Rahola no lea esto jamás, es una afición contranatura hacia la tauromaquia. No puedo evitarlo. Tal es la enfermedad que se me ponen los pelos como escarpias cuando acierto a ver en televisión al Yiyo, o me sorprendo rezando a los dioses del ruedo por ver de nuevo en un coso al Joselito. No es casualidad, es causalidad de tardes sentado en las rodillas de mi abuelo escuchando sus explicaciones de la corrida que daban en la tele, "eso es un bragao..., eso es un meao..., es astifino..., va afeitao..., bonita manoletina..., ha entrao a volapie..., se arrima menos que una vieja al borde de una acera..." (Esta última frase solía usarla mucho en relación al, hoy día, viudo de Rocío Jurado). La puntilla me la dio con el regalo de un libro de los grabados de Goya sobre la tauromaquia, que aún conservo como oro en paño.

La tercera es, con mucho, la peor de todas. Soy un pacifista convencido, hasta cierto punto, es decir, soy pacifista, no imbécil; creo con firmeza que la solución a un conflicto es y debe ser siempre buscada por medios pacíficos. Bajo mi punto de vista, el empleo de la violencia en esos menesteres lo único que hace es crear un círculo vicioso de ojos saltados e inquina del que difícilmente se sale. Pero eso no significa que me deje zarandear por nadie. Soy un enamorado del boxeo. Cada vez que tengo un rato libre me calzo los guantes y aporreo un viejo saco que cuelga del techo en una habitación de la azotea. Si estoy fuera de casa más de tres días, siempre y cuando el lugar del destino lo permita, busco algún local pequeño que disponga de uno, donde echar unos sudores y, a veces, encontrar compañía con la que fajarme de forma amistosa, choque de guantes de entrada y al final, si es que aún estoy consciente. Mi señor abuelo me tenía despierto hasta horas inclementes para ver veladas del noble arte del boxeo. Con él vi combates de Urtain, de Pedro Carrasco, de "Mano de Piedra" Durán, un rollo de película en un viejo proyector prestado del combate del más grande, Casius Clay (Siempre se negó a llamarlo Mohamed Ali), contra George Foreman. Todo ello con la censuradora desaprobación de mi madre, que blandía eso de "no sé como te puede gustar ver a dos hombres hechos y derechos darse una somanta de palos a sangre fría" - dicho en bata, con los brazos en jarra y un cabrero de no te menees porque, aparte del boxeo, era bien entrada la noche y yo seguía despierto-. Mi abuelo se limitaba a mirarla y decir "Sí, sí, sí... pero, ¿Y lo bien que se zurran la badana?". Aún después de tanto tiempo guardo con cariño una foto sepia y destartalada en la que se le ve en calzón corto y los guantes enfundados, tomada en alguna playa de Tetuan.

Emulando a Jesulín de Ubrique con su "La vida es... como un toro", me voy a permitir decir que la vida es como un combate de boxeo, con sus fintas y requiebros, sus tempos, su mantener la guardia, su lanzar el puño y no encontrar más que aire o, por el contrario, si se ha medido bien la distancia, conectar un jab y encadenar un crochet, lanzando el cuerpo adelante, con un uppercut, sabiendo cuando dar un paso atrás y sin perder la respiración, ni cuando se recibe, sobre todo cuando se recibe. Lo mismo que en política.

He de decir que en esta última sesión de control del gobierno en el Senado disfruté tanto como cuando me mantenía despierto hasta las tantas con el viejo y veíamos un combate. Pío García Escudero se lanzó al trapo, tirando un buen montón de puños, todos al aire. Pero cuando le tocó el turno al Presidente Zapatero... ¡dios mío!, pocas veces he visto a un púgil moverse de esa manera, sin perder el ritmo, sin levantar el tono, golpeando lo justo para llevar al contrario a donde quería, y cuando lo tenía contra las cuerdas, agazapado, sin fuelle y tapándose la cara en el rincón, acelerar el ritmo, golpeando de forma metódica, encadenando con la maestría de los más grandes. Hubo un momento en el que pensé que a Pío García Escudero se le iban a saltar las lágrimas de rabia e impotencia. Suele ocurrir con los demagogos. Ante los argumentos y la razón, sólo les queda poner la rodilla en tierra y llorar las mentiras que te echan en cara, las chorradas que te llevan a la lona mientras escuchas como te cuentan hasta diez. Después, terminado el combate, sale el entrenador del que perdió el protector bucal en la refriega, diciendo que tanto sus actos anteriores, como los del actual gobierno se ajustan a Derecho. Ay, Rajoy, Rajoy, que gran payaso perdió con la política el Club de la Comedia. A ver, calamidad andante, si los actos del gobierno se ajustan a Derecho - cosa que ya sabíamos- ¿Contra quien o qué has pedido que la gente se manifieste? ¿Contra la decisión judicial tomada por el juez de vigilancia penitenciaria de la Audiencia Nacional? ¿Contra la muerte del Capitán América? ¿Contra el empate del Barça y el Madrid? Anda, y que te abanen.

Señor Zapatero, no se haga usted mala sangre, hay que saberlas encajar aunque haga uno lo que debe. Cualquiera que haga guantes sabe que le pueden meter el codo, o recibir un golpe por debajo de la cintura. Son cosas que pasan. Lo que sí está claro es que aquel que hace lo correcto llega a lo más alto, y lo mantiene allí. Que la extrema derecha se manifieste por nuestras calles, que chillen y berreen todo lo que quieran, eso no va a impedir que la inmensa mayoría de los ciudadanos sepamos que es correcto y que no lo es. Ánimo y no deje de pelear de esa manera.

Suena de fondo "Centro de gravedad permanente", de Franco Battiato.

Buenas noches, y buena suerte.

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