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Antonio Martín / Nueva York

Martin Scorsese, el redimido

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El director estadounidense Martin Scorsese (Queens, 1942) se alzó esta madrugada con el Oscar al mejor director por "Infiltrados", la película con la que volvía al terreno en el que mejor se desenvuelve, el de las mafias, y logró así romper la maldición que sobre él recaía tras no haber conseguido hacerse con la estatuilla dorada en las cinco ocasiones anteriores por las que fue nominado.

Scorsese se vio finalmente redimido ante los ojos de la Academia, la misma que años atrás le negó el premio como mejor director por auténticas obras de arte como "Toro Salvaje" y "Uno de los nuestros" o por películas notables como "La última tentación de Cristo", "Gangs of New York" y "El aviador".

¿Qué tiene "Infiltrados" que no tengan las anteriores? Sólo una cosa y no es inherente a ella: la gran deshonra que hubiera supuesto volver a denegar el máximo premio de las artes cinematográficas al que pasa por ser, posiblemente, el director más importante del cine estadounidense en los últimos cuarenta años. "Infiltrados" es una película apreciable, intensa por momentos, trufada de pequeñas genialidades por obra y gracia de sus magníficos intérpretes, pero destila una sensación de 'dejà vú' no del todo inexcusable, ya que se trata de un 'remake' de "Infernal Affairs", la gran obra de Wai Keung Lai y Siu Fai Mak.

Scorsese usó para esta receta los ingredientes fundamentales de su cine que nunca le fallan: el brillante montaje de Thelma Schoonmaker (su Oscar, realmente merecido), el inteligente uso de la fotografía a cargo de Michael Ballhaus y, sobre todo, el torrencial ritmo narrativo que sólo él sabe otorgar a un guión.

¿Es todo eso suficiente para que "Infiltrados" sea recordada como la gran obra por la que Scorsese logró su primer Oscar como mejor director? Diría que todo lo contrario. Si hay una lección clara que el director ha querido inculcar a través de sus películas, es que "no es oro todo lo que reluce", y para la gran mayoría, siempre quedará en el recuerdo los imperdonables errores de la Academia que permitieron a Robert Redford imponerse con "Gente Corriente" a "Toro Salvaje", que Barry Levinson lo hiciera con "Rain Man" a "La última tentación de Cristo" o que Kevin Costner lo lograse por "Bailando con los lobos" en vez de "Uno de los nuestros".

Al contrario que a su Henry Hill de "Uno de los nuestros" o a su "Jake LaMotta" de "Toro Salvaje", a Scorsese el éxito le sonríe en la vejez, la etapa en la que muchos de sus personajes han dejado atrás su truculento, vibrante pasado, y afrontan una vida "normal" tras haberse paseado peligrosamente al borde de la muerte tras un festín de alcohol y drogas.

Scorsese también pasó por allí a pesar, o debido a, sus férreas convicciones católicas. La droga le empujó a firmar monumentos cinematográficos de la talla de "The Last Waltz" o "New York, New York", pero su obsesión estuvo a punto de acabar con él demasiado pronto. Un buen amigo supo ayudarle a tiempo. Robert De Niro quiso que le dirigiera en "Toro Salvaje" y Scorsese supo purgar sus pecados. Fabricó un hito, pura magia.

Para el amante del cine, Scorsese se ganó el cielo hace ya más de veinte años, pero ahora la historia se empeñará en decir que el retrato del enfrentamiento entre un policía que engaña a la mafia irlandesa de Boston y una 'rata' haciendo lo propio al departamento de Policía, fue el que otorgó la gloria al neoyorkino. A quienes amamos su obra, nos hubiera gustado imaginar a Scorsese dentro de muchos años, instalado en el Olimpo de los Dioses del séptimo arte, sin ningún Oscar en su haber, departiendo con sus admirados Godard, Fuller o Cassavettes, espetándoles con su atropellada voz: "They never got me down, never got me down...", mientras suena de fondo un "Layla" o un "Gimme shelter".

Martin Scorsese, el redimido

Antonio Martín / Nueva York
Antonio Martín
sábado, 21 de abril de 2007, 09:12 h (CET)
El director estadounidense Martin Scorsese (Queens, 1942) se alzó esta madrugada con el Oscar al mejor director por "Infiltrados", la película con la que volvía al terreno en el que mejor se desenvuelve, el de las mafias, y logró así romper la maldición que sobre él recaía tras no haber conseguido hacerse con la estatuilla dorada en las cinco ocasiones anteriores por las que fue nominado.

Scorsese se vio finalmente redimido ante los ojos de la Academia, la misma que años atrás le negó el premio como mejor director por auténticas obras de arte como "Toro Salvaje" y "Uno de los nuestros" o por películas notables como "La última tentación de Cristo", "Gangs of New York" y "El aviador".

¿Qué tiene "Infiltrados" que no tengan las anteriores? Sólo una cosa y no es inherente a ella: la gran deshonra que hubiera supuesto volver a denegar el máximo premio de las artes cinematográficas al que pasa por ser, posiblemente, el director más importante del cine estadounidense en los últimos cuarenta años. "Infiltrados" es una película apreciable, intensa por momentos, trufada de pequeñas genialidades por obra y gracia de sus magníficos intérpretes, pero destila una sensación de 'dejà vú' no del todo inexcusable, ya que se trata de un 'remake' de "Infernal Affairs", la gran obra de Wai Keung Lai y Siu Fai Mak.

Scorsese usó para esta receta los ingredientes fundamentales de su cine que nunca le fallan: el brillante montaje de Thelma Schoonmaker (su Oscar, realmente merecido), el inteligente uso de la fotografía a cargo de Michael Ballhaus y, sobre todo, el torrencial ritmo narrativo que sólo él sabe otorgar a un guión.

¿Es todo eso suficiente para que "Infiltrados" sea recordada como la gran obra por la que Scorsese logró su primer Oscar como mejor director? Diría que todo lo contrario. Si hay una lección clara que el director ha querido inculcar a través de sus películas, es que "no es oro todo lo que reluce", y para la gran mayoría, siempre quedará en el recuerdo los imperdonables errores de la Academia que permitieron a Robert Redford imponerse con "Gente Corriente" a "Toro Salvaje", que Barry Levinson lo hiciera con "Rain Man" a "La última tentación de Cristo" o que Kevin Costner lo lograse por "Bailando con los lobos" en vez de "Uno de los nuestros".

Al contrario que a su Henry Hill de "Uno de los nuestros" o a su "Jake LaMotta" de "Toro Salvaje", a Scorsese el éxito le sonríe en la vejez, la etapa en la que muchos de sus personajes han dejado atrás su truculento, vibrante pasado, y afrontan una vida "normal" tras haberse paseado peligrosamente al borde de la muerte tras un festín de alcohol y drogas.

Scorsese también pasó por allí a pesar, o debido a, sus férreas convicciones católicas. La droga le empujó a firmar monumentos cinematográficos de la talla de "The Last Waltz" o "New York, New York", pero su obsesión estuvo a punto de acabar con él demasiado pronto. Un buen amigo supo ayudarle a tiempo. Robert De Niro quiso que le dirigiera en "Toro Salvaje" y Scorsese supo purgar sus pecados. Fabricó un hito, pura magia.

Para el amante del cine, Scorsese se ganó el cielo hace ya más de veinte años, pero ahora la historia se empeñará en decir que el retrato del enfrentamiento entre un policía que engaña a la mafia irlandesa de Boston y una 'rata' haciendo lo propio al departamento de Policía, fue el que otorgó la gloria al neoyorkino. A quienes amamos su obra, nos hubiera gustado imaginar a Scorsese dentro de muchos años, instalado en el Olimpo de los Dioses del séptimo arte, sin ningún Oscar en su haber, departiendo con sus admirados Godard, Fuller o Cassavettes, espetándoles con su atropellada voz: "They never got me down, never got me down...", mientras suena de fondo un "Layla" o un "Gimme shelter".

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