Estar en manos de dementes tiene su coste. Y no sólo en el PIB, en las cifras del paro o en empresas arruinadas. También en víctimas multilaterales de la pésima gestión sanitaria y de la normativa draconiana y chapucera que hemos aguantado y seguimos aguantando. Los efectos del mal gobierno provocan el estupor, inmediatamente antes de la depresión, cuando comprobamos en el día a día cuáles son las prioridades de esta cuadrilla de bandoleros al asalto del Estado. Los mismos que se fueron impúdicamente de vacaciones sin haber adecuado las leyes que permitieran hacer frente a la situación sin recurrir al estado de alarma, son los que a toda la velocidad, sin consulta ni diálogo con los sectores afectados, se empeñan en regurgitar leyes innecesarias que tienen el efecto de suscitar la discordia y generar nuevos problemas sin resolver ninguno de los que nos acucian.
La palma del dislate hay que otorgársela a la de eutanasia que ultima su tramitación en el Congreso. Ni siquiera la hecatombe de la pasada primavera les ha frenado ni parece que les va a frenar a del otoño: "Es improcedente y muestra una gran falta de sensibilidad que, cuando el país expresa un duelo inmenso por el gran número de personas que han perdido, y siguen perdiendo la vida por la pandemia, el Congreso de los Diputados tramite una ley de eutanasia".