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Los demonios creen, y tiemblan |
Sor Clara Tricio |
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Querido Efraín: La caridad es aquella disposición del ánimo que nada antepone al conocimiento de Dios. Nadie que esté subyugado por las cosas terrenas podrá nunca alcanzar esta virtud del amor a Dios.
El que ama a Dios antepone su conocimiento a todas las cosas por él creadas, y todo su deseo y amor tienden continuamente hacia él.
Como sea que todo lo que existe ha sido creado por Dios y que es inmensamente superior a sus criaturas, el que dejando de lado a Dios se adhiere a las cosas inferiores demuestra con ello que tiene en menos a Dios que a las cosas por él creadas.
El que me ama -dice el Señor- guardará mis mandamientos. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros. Por tanto, el que no ama al prójimo no guarda su mandamiento. Y el que no guarda su mandamiento no puede amar a Dios.
Dichoso el hombre que es capaz de amar a todos los hombres por igual.
El que ama a Dios ama también inevitablemente al prójimo; y el que tiene este amor verdadero no puede guardar para sí su dinero, sino que lo reparte según entre los necesitados.
El que da limosna no hace, a imitación de Dios, discriminación alguna, en lo que atañe a las necesidades corporales y entre buenos y malos, justos e injustos, sino que reparte a todos por igual, a proporción de las necesidades de cada uno, aunque su buena voluntad le inclina a preferir a los que se esfuerzan en practicar la virtud, más bien que a los malos.
La caridad no se demuestra solamente con la limosna, sino, sobre todo, con el hecho de comunicar a los demás las enseñanzas divinas y prodigarles cuidados corporales.
El que, renunciando sinceramente y de corazón a las cosas de este mundo, se entrega sin fingimiento a la práctica de la caridad con el prójimo pronto se ve liberado de toda pasión y vicio, y se hace partícipe del amor y del conocimiento divinos.
El que ha llegado a alcanzar en sí la caridad divina no se cansa ni decae en el seguimiento del Señor, su Dios, según dice el profeta Jeremías, sino que soporta con fortaleza de ánimo todas las fatigas, oprobios e injusticias, sin desear mal a nadie.
No digáis -advierte el profeta-: "Somos templo del Señor". Tú no digas tampoco: La sola y escueta fe en nuestro Señor Jesucristo puede darme la salvación. Ello no es posible si no te esfuerzas en adquirir también la caridad para con Cristo por medio de tus obras. Por lo que respecta a la fe sola, dice la Escritura: “También los demonios creen y tiemblan”.
Os envío los mejores deseos, y con la esperanza de que sigáis todos bien, recibir un cariñoso saludo, CTA.
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