Es cierto, la Justicia es lenta. Casi tres años después de los atentados de Madrid nos encontramos en el banquillo de los acusados a los sospechosos de haber volado varios trenes y dos centenares de vidas. Fue el 11 de marzo de 2004, y desde entonces no han cesado las especulaciones, las teorías conspiratorias, los hallazgos sorprendentes, las entrevistas exclusivas y las acusaciones cruzadas.
Sin embargo, lo que se juzga estos días no es quién tenía razón, ni tampoco si las elecciones generales del 14 de marzo fueron limpias o no. Ni siquiera se pretende esclarecer si un ministro mintió o si un medio de comunicación ha intentado manipular con informaciones falsas o compradas. La intención de este juicio, tan mediático como mediatizado, es saber si los acusados son culpables o inocentes. Y llegado el caso, condenarlos. Sin embargo...
Sin embargo, en una y otra acera se están afilando los cuchillos. Mientras las víctimas piden que se haga justicia, los dos sectores enfrentados del panorama nacional esperan cualquier indicio para lanzar el ya famoso “te lo dije”. Para muchos, lamentablemente, la condena que reciba quien decidió colocar las mochilas o quien facilitó la dinamita a los terroristas es lo de menos. Se está juzgando otra cosa.
Siempre he pensado que aquellas elecciones del 14 de marzo no debieron haberse celebrado. Pero se hizo porque aquel Gobierno no decidió declarar el estado de alarma, y ahora probablemente muchos se arrepienten. Por esa decisión de no aplazar las elecciones estamos así a estas alturas, cuando se ha llevado a cabo una compleja investigación policial y se ha instruído judicialmente el proceso. Mientras un tribunal juzga a los principales sospechosos, se mantienen abiertos muchos otros juicios a nivel mediático y político. Juicios paralelos. O para lelos.