Ayer se inauguró ARCO y ya estamos otra vez, año tras año, con la misma cantinela. Que si eso no es arte; que la pintura desaparece; que hay que entender al artista aunque su obra no la sepa interpretar nadie; que si... Fernando Sánchez Dragó defiende, casi a diario, en su extraordinario informativo nocturno que el arte contemporáneo -a excepción de contados artistas- es algo así como basura. Y yo le sigo a pie juntillas. Estoy de acuerdo. No puede ser que se defienda todo el arte por el simple hecho de que la firma sea la de un reconocido creador o que el marketing prime sobre la excelencia y la calidad artística. Luego el problema es el de calibrar qué podemos considerar arte y por qué.
Contemporáneo es Antonio López y ¡ay, de aquel! que ose menospreciarlo en mi presencia. Pero también es contemporáneo Miquel Barceló y no puedo más que alucinar increíblemente ante su última obra en Mallorca y su retablo de la cutrez y el mal gusto. ¡Qué le vamos a hacer!
Por Nueva York anda -no hace mucho, eso sí- una niña de siete años vendiendo cuadros de hasta un cuarto de millón de dólares. Dicen algunos, creo que se llaman expertos, que su pintura se encuadra en el expresionismo abstracto: ¡ja! Y doble ¡ja! cuando comparan, a la criatura, con Pollock o Kandinsky. Marla, que así se llama la inocente, ya ha expuesto en Manhattan y los nuevos ricos andan tras sus cuadros como si de una estrella del deporte -otros que tal- se tratase. Un autógrafo de Marla puede suponer un orgasmo para más de uno en estos momentos.
Pero como todo sueño, o fábula de nuestro mundo, llega la hora de despertarse. Un director de documentales, Amir Bar-Lev, ha destapado o dejado en el aire, cuando menos, la inteligencia de la niña prodigio pintora. En el festival de Sundance Bar-Lev presentó la cinta titulada My kid could paint that, sugerente título, para mostrar al mundo -el que quiere escuchar, claro- que Marla sabe pintar, sí, pero como una niña de su edad y no como si de una nueva Kandinsky se tratara. Ante las cámaras que grababan el documental la niña que pintaba pero no pintaba no supo crear ni una sola composición al nivel de las que firma en privado. Es que es muy tímida y traviesa y ante las cámaras o extraños no se atreve a pintar, dirán algunos. Puede ser. Y eso argumentan sus progenitores, pero la duda nace cuando las pruebas nadan en una misma dirección.
Desconozco si finalmente Marla será o no una artista de reconocido prestigio -ya lo tiene, y me refiero a si lo perderá o lo conservará-, pero no cabe duda que los parámetros de lo que es arte y de lo que es un artista se están difuminando con casos como el de Marla Olmstead. Así, es lógico entender que para muchos, la mayoría todavía, por suerte, entre los que me encuentro, arte es algo más que un cuadro, de fondo blanco, con un punto negro en medio. O un batiburrillo de colores y formas que no significan nada por sí solas y obligan a la lectura de la interpretación que el artista quiera darle. Arte debería ser, sobre todo en pintura, la plasmación de lo difícil. Lo que un hombre es capaz de sintetizar para que el resto de personas pueda observarlo y admirarlo. ¿Y los sentimientos del artista? También, pero no solo. Y, hoy día, parece que lo primero que se tiene en cuenta es el sentir del pintor, del escultor...
Bar-Lev tiene grabadas, en el documental, unas excelentes frases de Marla que evidencian un poco más la auténtica parafernalia que rodea todo el mundo Olmstead. “¡Venga, papito! ¡Ayúdame! ¡¿Qué tengo que hacer?!”, le dice a su padre con un pincel en la mano y ante un lienzo virgen. Ante estas impresionantes aseveraciones creo que sus padres se equivocan, Marla es escritora, no pintora.