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Capítulo 4

En la terraza de la Zapica

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La tregua que nos regala la lluvia y el viento ha facilitado la movilidad de los personajes y una parte representativa del juzgado está ya en la terraza a mi llegada. También me esperan Marisa y su hombre. Los del juzgado no se han dignado a saludarme, nada anormal en la Villa. Con Chunchi no ocurre así; se diría que tiene urgencia en hablar de, como ella lo llama, “el marqués de la chorra pelada”.

-No tiene un duro, me invitó a un café y le dijo al camarero que lo pusiera en su cuenta. Intervengo con sarcasmo:

-Tiene crédito, ¿no? -evito informar que yo no lo tengo.

Marisa intenta meter baza, pero Chunchi impone una autoridad que se saca sin rubor no sé de qué manga.

-No tiene liquidez querido, y cuando no pueda untar el crédito…

Marisa opta por asociarse a su enemiga, aunque sea a costa del pobre Xandru

-¡Dice unas “mamarracheces”!

-Mamarrachadas -corrige su reciente aliada.

Aprovecho la derrota de Marisa para debilitar las alianzas.

-Y tú, que te pretendiste amiga de García de la Concha…

-¿Y no hablé con él cuando pusimos su nombre al instituto?

-¿Cuánto hablaste?

“Burro mencionado, burro presentado”. Es un Xandru que ha cuidado su atuendo de marqués de Bradomín de la Sonata de Otoño, pero que no puede ocultar las galas de la Sonata de primavera. Marisa ataca como la auténtica arpía que es. Entona y baila la primera estrofa del “Tani” que no cesa de agobiarla con los saraos de Nina y de Joselito:

“A la cueva que hay en Graná Ha llegado de tierras lejanas, como reina en carroza dorá una niña princesa gitana. Tani se llama de nombre,
es más bonita que un sol. No camela corona real y camela un gitano español.
Su blanco pañuelo, la rosa tendrá
y no hay otra novia más guapa y honrá”

No sé muy bien lo que pretende la pobre Marisa. El espectáculo ha sido patético y me atrevo a esperar que no tenga nada que ver con el que ofrecen sus vecinos. Chunchi sabe muy bien sacar gloria de los desastres ajenos.

-Lo de la Tani esa me llega al alma, pero aprovecho la presencia del señor letrado para saber cuánto está entrando en la Villa. El abogado, sentado en una mesa cercana, continúa “mensajeando” por WhatsApp como si estuviera razonando el parte jurídico del día. La cara de la Chunchi se mete en medio, su presa no puede evitar verla y escuchar su cálido, que no calentorro exabrupto.

-¡Hola! ¡Aquí estamos otra vez!

No creo que le guste el perfume de la Chunchi, pero lo que sí me parece claro es que el señor es visceralmente anti tabaquista. No sé para qué se sienta en la terraza; hace frío y la humedad castiga los huesos. Es difícil comprender tal sacrificio en alguien que no fuma o que tenga perro. Es más, estoy seguro de que tampoco le da a la priva. ¿Qué hace aquí este pobre hombre?

La Chunchi no parece compartir mis preocupaciones y se dispone a atrapar con las armas de su cuerpo serrano a una pieza que considera ya en el bote.

-Póngase cómodo caballero, que usted y yo tenemos una cuenta pendiente. A mi marido no le gusta…

-¿De qué cuentas me habla la señora y qué tienen que ver con su marido?

- No entiendo su pregunta, pero es fácil la respuesta; me hizo un feo ante estos señores y ante la sede judicial -Hace un gesto incomprensible en dirección al juzgado-. Los ciudadanos tenemos derecho a saber cuánto dinero está entrando en las arcas municipales y en “profesionales de los papeleos” por la boda de Tani. Me parece un asunto de gran importancia. En otras palabras: ¿ha dado más que el Gaitero?

-Le comenté que, como abogado, tengo un despacho. Aquí he venido a descansar…

-Ya, supongo que tendrá tarjeta.

No hace falta, todos sabemos dónde tiene su despacho, pero el pavito este ha caído de lleno en las redes de la Chunchi que toma la tarjeta con radiantes aires triunfalistas. Parece que funciona eso del “de puta a puta, taconazo” y el coitado abre la gran bocaza.

-Entre los días de ocupación, el montaje y desmontaje de jaimas y prefabricados me salen unos 15 días. Es ya bastante pasta para el municipio. No entro en cuentas de la ceremonia civil; no se trata de un mero matrimonio. Hay actuaciones, alfombras, flores y florituras. Desconozco las tarifas, pero en la iglesia, esas pompas cuestan una pasta. Entiendo que ha habido papeleo y muchas prisas para legalizar esa boda… Cualquiera puede hacer las cuentas…

Sucumbe ante el empujón bravucón de la Chunchi.

-¿Y para qué estáis los chupatintas?, ¿cuánto?

El abogado se desploma y se queda sin respuesta. No ocurre así con una rival alimentada por el morbo y por las ansias del saber.

-Pues para este viaje no necesitamos alforjas y ¿cuánto cobras por tus consultas?

-Puedes pedirme cita para consultarlo, querida…

Intenta fugarse, pero le corta el paso Xandru.

-Con la venia, señoría, ¿qué dice que vende usted?

El abogado está extenuado e indefenso. Se me antoja que mira hacia la sede judicial, pero creo que en realidad tiene la mirada perdida y casi grita, como un chiquillo asustado.

-Mis honorarios son 60 euros

Nadie le corta el paso, ¿para qué? Xandru aprovecha el vacío para apropiarse del centro.

-En mi familia no andamos con remilgos a la hora de gastar en suntuario; las ceremonias juegan un papel de gran importancia; mantienen servilismos y honores.

Nos deja unos instantes para digerirlo y encadena con una larga historia que empieza con sus estudios secundarios en el colegio alemán de Madrid y que pasa por todas las cortes del antiguo régimen. Son fragmentos que bombardea cada vez que nos encontramos con él. Nos libera la curiosidad desenfrenada de la Chunchi.

-¿Cuánto está dejando en la Villa la boda de la Tani?, ¿quién ha pillado?

No sé de dónde ha sacado la energía Xandru, pero ha desplazado y callado a Chunchi.

-La señora ve la paja, pero no sabe descubrir el grano. Ha quedado lo que ha quedado, bagatela para las arcas municipales; el chocolate del loro. Señora mía, no sea mezquina. No son sino miguitas para tanto buitreo. Me huelo que el mierda que se acaba de ir está sacando tajada; se rumorea que ha servido de intermediario con los padres del chico y que va a ser uno de los asistentes de ambas celebraciones. ¿Desea saber algo más la señora?

Ha actuado un marqués de Bradomín otoñal. Lo que lleva puesto es de rigurosa marca, de muy buen gusto, pero se ve todo tan viejo como su mirada tristemente profunda o su barba y dientes amarillentos.

Ni siquiera había visto aparecer a Petra, camina sobrecargada por las prisas. Se planta frente a Xandru y dice con firme convicción: -Los medios de comunicación no quieren escucharme, pero tengo pruebas de que se nos está metiendo la mafia en casa y que hay gente muy importante en el ajo. Tengo todas las pruebas del mundo y todo está promovido por capital saudí.

No hubiéramos debido permitir que terminara su frase; la ha cagado con sus eternas obsesiones. Max trata de pasar inadvertido, pero Petra le corta el paso con una energía que nos deja atónitos.

-Cuéntales lo que te conté.

-¿Cuándo? ¡Te marcas unos rollos…!

Petra no se da ni mucho menos por aludida; por el contrario, se hace más fuerte en el cachondeo cansino y ladino de su interlocutor.

-Sobre el olor a carroña.

-Alucinas, colega, me tienes hasta los cojones con tus rollos, disimulo cuando te veo venir…

-Y siempre terminamos por encontrarnos -se marca el tanto con calma-. Lo hemos hecho esta misma mañana. ¿No recuerdas ya lo que me has dicho hace unos veinte minutos, en la estación de autobuses?

-Pues no lo recuerdo, mi estimada señora; se enrolla usted tanto, querida…

Xandru da un salto como si le hubieran pisado un callo.

-¿Y usted es…?

Su mirada no admite una evasiva y Max opta, sin éxito, por ignorar la pregunta. Gran error, porque Xandru se educó en el colegio alemán y se ha hecho a la imagen del señor marqués de Bradomín.

-Cierto, señor, que estamos en la era de la democracia, pero no todos somos iguales… Esta señora que usted trata de loca ha sido “maestra nacional” y cobra una jubilación del tipo A. Reconozco que a veces se puede poner un poco pesada, pero sabe mucho más de lo que usted ignora. Yo tengo mi estirpe, y usted, ¿qué tiene usted?

Ha habido algo más que “sonrisitas”, complicidades y puyas. Max es un donnadie. No tiene estirpe o raíces en la Villa y no creo que tenga una pensión máxima… Chunchi se dispone a aclarar este punto

- ¿Qué eras?

-¿A ti qué te importa?

Respuesta demasiado contundente que irrita al señor de Bradomín.

-Los que estamos aquí tenemos honor.

Muy ufano, Max intenta continuar su marcha con mirada que quiere mofarse de la imagen que le merecemos. Xandru no tolera que se vaya “con el cuerpo en triunfo” y como si se dirigiera a una marioneta indefensa, alza el volumen de su voz:

-Nosotros, caballero, tenemos una vela en este entierro. Sabemos lo que está pasando y lo que va a pasar. No creo que sea este su caso y más bien pienso que carece de antenas…

-Pero me ha dicho, a mi llegada a la estación de autobuses, que en la Villa se está sacando pasta de la boda de la Tani y que él sabe de algunos casos. Petra ha tratado de impedir que Xandru encarne los rasgos místicos del señor marqués, que tan bien le suelen salir, pero éste toma muy pronto la revancha.

-Te lo negará más veces de las que lo hizo Judas a Jesús de Galilea.

Se diría que nos ha metido a todos en su “biblia”. Se produce un silencio pesado, que tensa más de un rostro. Max hubiera tenido todas las de perder si no hubiera pasado casualmente el abogado. Se aferra como una lapa a tan venturosa providencia.

-Me alegra encontrarle, le buscaba…

-¿Para qué? Debe usted confundirme con alguna otra persona, caballero…

Al perro flaco todo se le vuelven pulgas. No tan mal en este caso, porque Max se ha quedado más solo que la una, y para más inri no se aguanta a sí mismo. Estaba cantado que el abogado practica con rigor los principios de una clase a la que se aferra como una lapa. Pobre Maximiano, ya era bastante con la carga de su nombre y ahora tiene que soportar la exclusión. ¿Quién hubiera podido prever hace todavía unos meses que alguien que se sentaba con tanto orgullo en la mesa de los notables, que incluía al picapleitos que ahora reniega de él, pudiera verse tan solo? Veo en su rostro arrepentimiento por haberse decidido, como yo, a pasar su jubilación en Villaviciosa. Siento pena, mucha pena; las cosas no están para mudanzas. Se quiere ir con el rabo entre las piernas, pero la lagarta de la Chunchi no tarda en cortarle el paso.

-¿La esperabas a su llegada en el autobús de Gijón?

-Estaba en la cafetería de la estación de autobuses, soy cliente como tú. Curiosamente, ayer mismo te vi -hace una pausa para gozarse de su ocurrencia-.Por cierto, con el señor ese de la estirpe.

-Lo sé, lo sé…

-Y tanto; te empeñaste en pagar tu café, aunque él había pedido que se lo cargaran “en la cuenta”.

-¿Y qué te importa? Quien pregunta aquí soy yo. ¿Cuántas veces te has encontrado “casualmente” con Petra cuando llegaba o marchaba en autobús?

-No sé, no las cuento. ¿Debería?

-Es posible…

-¿Para qué?

Chunchi no responde, se limita a preguntar con la mirada a Petra que responde fría, calculadora, y acusadora.

-Me topo con él cada vez que entro o salgo de la Villa, en autobús o en coche; tengo una denuncia puesta, pero no me hacen ni caso. Me siento vigilada y no sirve de nada que cambie horarios, itinerarios o frecuencias. Allí está como un clavo, y me suelta algo relacionado con el objeto de mi viaje. Esta mañana regresaba de hacer una gestión en Gijón, por cierto, relacionada con la boda de Tani. En el breve encuentro me ha transmitido que sabe de buena tinta que el señor abogado, aquí presente, se está preparando un buen caldo con los papeleos de la boda, y que había otros cuervos que hacían su agosto. Ha añadido que alucinaría con los nombres que me podía dar.

-¿Qué?

Es el abogado, tampoco sabe dónde meterse y ataca como el burro que es. Cual portadora del estandarte del grupo, Marisa asaeta sin piedad.

-No necesitamos testimonios; lo sabemos. El padre de Al ha recibido pasta, y el que ha llevado la negociación es el señor letrado aquí presente. Me consta la cantidad ingresada por el padre del menor. Es un buen paquete. Hay otros asuntos que lleva el referido. Mucha pasta.

-¡Mucha más de la que imagináis!

Se debería haber callado Max, pero por la boca muere el pez y ha sido abatido por la estocada del picapleitos.

-¿Se ha permitido mezclarme en sus divagaciones?

-Yo no divago o mezclo, sólo escucho.

-En mis conversaciones, “so mierda”, siempre te encuentro en una mesa cercana cuando me reúno con alguien en el Rize, ya estás más que “calao”.

-Pero sé cosas que pueden comprometer a mucha gente y ponerte a ti mismo en un aprieto.

Llegados a este punto ya no hay nada que rascar. Todo el mundo calla mucho más de lo que dice y sueltan las cosas cuando les conviene. Me aburren y me asquean, pero ya estoy enganchado y ,aunque me cueste una pasta que no tengo, no me queda otro remedio que continuar, ni siquiera yo mismo sé muy bien por qué o para qué. Supongo que, al fin de cuentas, la verdadera razón es el cansancio por mi empeño en descubrir razones de un desembarco que cada vez me parece más misterioso, porque los historiadores se contradicen y porque ya he invertido más de lo que debiera en viajes para consultar archivos, en libros y en visitas a pretendidos especialistas. Por el contrario, ahora tengo a mis nuevos colaboradores siempre a mano y por muy trabados que estén, siempre logro sacar algo, a condición de poder pagarlo. ¿Qué otra cosa podría hacer? No es realmente una excusa. Apenas saco el coche del garaje. Me he encerrado y atado a estos personajes como si formaran parte de mi destino.

En la terraza de la Zapica

Capítulo 4
Carlos Ortiz de Zárate
miércoles, 21 de enero de 2015, 08:06 h (CET)
La tregua que nos regala la lluvia y el viento ha facilitado la movilidad de los personajes y una parte representativa del juzgado está ya en la terraza a mi llegada. También me esperan Marisa y su hombre. Los del juzgado no se han dignado a saludarme, nada anormal en la Villa. Con Chunchi no ocurre así; se diría que tiene urgencia en hablar de, como ella lo llama, “el marqués de la chorra pelada”.

-No tiene un duro, me invitó a un café y le dijo al camarero que lo pusiera en su cuenta. Intervengo con sarcasmo:

-Tiene crédito, ¿no? -evito informar que yo no lo tengo.

Marisa intenta meter baza, pero Chunchi impone una autoridad que se saca sin rubor no sé de qué manga.

-No tiene liquidez querido, y cuando no pueda untar el crédito…

Marisa opta por asociarse a su enemiga, aunque sea a costa del pobre Xandru

-¡Dice unas “mamarracheces”!

-Mamarrachadas -corrige su reciente aliada.

Aprovecho la derrota de Marisa para debilitar las alianzas.

-Y tú, que te pretendiste amiga de García de la Concha…

-¿Y no hablé con él cuando pusimos su nombre al instituto?

-¿Cuánto hablaste?

“Burro mencionado, burro presentado”. Es un Xandru que ha cuidado su atuendo de marqués de Bradomín de la Sonata de Otoño, pero que no puede ocultar las galas de la Sonata de primavera. Marisa ataca como la auténtica arpía que es. Entona y baila la primera estrofa del “Tani” que no cesa de agobiarla con los saraos de Nina y de Joselito:

“A la cueva que hay en Graná Ha llegado de tierras lejanas, como reina en carroza dorá una niña princesa gitana. Tani se llama de nombre,
es más bonita que un sol. No camela corona real y camela un gitano español.
Su blanco pañuelo, la rosa tendrá
y no hay otra novia más guapa y honrá”

No sé muy bien lo que pretende la pobre Marisa. El espectáculo ha sido patético y me atrevo a esperar que no tenga nada que ver con el que ofrecen sus vecinos. Chunchi sabe muy bien sacar gloria de los desastres ajenos.

-Lo de la Tani esa me llega al alma, pero aprovecho la presencia del señor letrado para saber cuánto está entrando en la Villa. El abogado, sentado en una mesa cercana, continúa “mensajeando” por WhatsApp como si estuviera razonando el parte jurídico del día. La cara de la Chunchi se mete en medio, su presa no puede evitar verla y escuchar su cálido, que no calentorro exabrupto.

-¡Hola! ¡Aquí estamos otra vez!

No creo que le guste el perfume de la Chunchi, pero lo que sí me parece claro es que el señor es visceralmente anti tabaquista. No sé para qué se sienta en la terraza; hace frío y la humedad castiga los huesos. Es difícil comprender tal sacrificio en alguien que no fuma o que tenga perro. Es más, estoy seguro de que tampoco le da a la priva. ¿Qué hace aquí este pobre hombre?

La Chunchi no parece compartir mis preocupaciones y se dispone a atrapar con las armas de su cuerpo serrano a una pieza que considera ya en el bote.

-Póngase cómodo caballero, que usted y yo tenemos una cuenta pendiente. A mi marido no le gusta…

-¿De qué cuentas me habla la señora y qué tienen que ver con su marido?

- No entiendo su pregunta, pero es fácil la respuesta; me hizo un feo ante estos señores y ante la sede judicial -Hace un gesto incomprensible en dirección al juzgado-. Los ciudadanos tenemos derecho a saber cuánto dinero está entrando en las arcas municipales y en “profesionales de los papeleos” por la boda de Tani. Me parece un asunto de gran importancia. En otras palabras: ¿ha dado más que el Gaitero?

-Le comenté que, como abogado, tengo un despacho. Aquí he venido a descansar…

-Ya, supongo que tendrá tarjeta.

No hace falta, todos sabemos dónde tiene su despacho, pero el pavito este ha caído de lleno en las redes de la Chunchi que toma la tarjeta con radiantes aires triunfalistas. Parece que funciona eso del “de puta a puta, taconazo” y el coitado abre la gran bocaza.

-Entre los días de ocupación, el montaje y desmontaje de jaimas y prefabricados me salen unos 15 días. Es ya bastante pasta para el municipio. No entro en cuentas de la ceremonia civil; no se trata de un mero matrimonio. Hay actuaciones, alfombras, flores y florituras. Desconozco las tarifas, pero en la iglesia, esas pompas cuestan una pasta. Entiendo que ha habido papeleo y muchas prisas para legalizar esa boda… Cualquiera puede hacer las cuentas…

Sucumbe ante el empujón bravucón de la Chunchi.

-¿Y para qué estáis los chupatintas?, ¿cuánto?

El abogado se desploma y se queda sin respuesta. No ocurre así con una rival alimentada por el morbo y por las ansias del saber.

-Pues para este viaje no necesitamos alforjas y ¿cuánto cobras por tus consultas?

-Puedes pedirme cita para consultarlo, querida…

Intenta fugarse, pero le corta el paso Xandru.

-Con la venia, señoría, ¿qué dice que vende usted?

El abogado está extenuado e indefenso. Se me antoja que mira hacia la sede judicial, pero creo que en realidad tiene la mirada perdida y casi grita, como un chiquillo asustado.

-Mis honorarios son 60 euros

Nadie le corta el paso, ¿para qué? Xandru aprovecha el vacío para apropiarse del centro.

-En mi familia no andamos con remilgos a la hora de gastar en suntuario; las ceremonias juegan un papel de gran importancia; mantienen servilismos y honores.

Nos deja unos instantes para digerirlo y encadena con una larga historia que empieza con sus estudios secundarios en el colegio alemán de Madrid y que pasa por todas las cortes del antiguo régimen. Son fragmentos que bombardea cada vez que nos encontramos con él. Nos libera la curiosidad desenfrenada de la Chunchi.

-¿Cuánto está dejando en la Villa la boda de la Tani?, ¿quién ha pillado?

No sé de dónde ha sacado la energía Xandru, pero ha desplazado y callado a Chunchi.

-La señora ve la paja, pero no sabe descubrir el grano. Ha quedado lo que ha quedado, bagatela para las arcas municipales; el chocolate del loro. Señora mía, no sea mezquina. No son sino miguitas para tanto buitreo. Me huelo que el mierda que se acaba de ir está sacando tajada; se rumorea que ha servido de intermediario con los padres del chico y que va a ser uno de los asistentes de ambas celebraciones. ¿Desea saber algo más la señora?

Ha actuado un marqués de Bradomín otoñal. Lo que lleva puesto es de rigurosa marca, de muy buen gusto, pero se ve todo tan viejo como su mirada tristemente profunda o su barba y dientes amarillentos.

Ni siquiera había visto aparecer a Petra, camina sobrecargada por las prisas. Se planta frente a Xandru y dice con firme convicción: -Los medios de comunicación no quieren escucharme, pero tengo pruebas de que se nos está metiendo la mafia en casa y que hay gente muy importante en el ajo. Tengo todas las pruebas del mundo y todo está promovido por capital saudí.

No hubiéramos debido permitir que terminara su frase; la ha cagado con sus eternas obsesiones. Max trata de pasar inadvertido, pero Petra le corta el paso con una energía que nos deja atónitos.

-Cuéntales lo que te conté.

-¿Cuándo? ¡Te marcas unos rollos…!

Petra no se da ni mucho menos por aludida; por el contrario, se hace más fuerte en el cachondeo cansino y ladino de su interlocutor.

-Sobre el olor a carroña.

-Alucinas, colega, me tienes hasta los cojones con tus rollos, disimulo cuando te veo venir…

-Y siempre terminamos por encontrarnos -se marca el tanto con calma-. Lo hemos hecho esta misma mañana. ¿No recuerdas ya lo que me has dicho hace unos veinte minutos, en la estación de autobuses?

-Pues no lo recuerdo, mi estimada señora; se enrolla usted tanto, querida…

Xandru da un salto como si le hubieran pisado un callo.

-¿Y usted es…?

Su mirada no admite una evasiva y Max opta, sin éxito, por ignorar la pregunta. Gran error, porque Xandru se educó en el colegio alemán y se ha hecho a la imagen del señor marqués de Bradomín.

-Cierto, señor, que estamos en la era de la democracia, pero no todos somos iguales… Esta señora que usted trata de loca ha sido “maestra nacional” y cobra una jubilación del tipo A. Reconozco que a veces se puede poner un poco pesada, pero sabe mucho más de lo que usted ignora. Yo tengo mi estirpe, y usted, ¿qué tiene usted?

Ha habido algo más que “sonrisitas”, complicidades y puyas. Max es un donnadie. No tiene estirpe o raíces en la Villa y no creo que tenga una pensión máxima… Chunchi se dispone a aclarar este punto

- ¿Qué eras?

-¿A ti qué te importa?

Respuesta demasiado contundente que irrita al señor de Bradomín.

-Los que estamos aquí tenemos honor.

Muy ufano, Max intenta continuar su marcha con mirada que quiere mofarse de la imagen que le merecemos. Xandru no tolera que se vaya “con el cuerpo en triunfo” y como si se dirigiera a una marioneta indefensa, alza el volumen de su voz:

-Nosotros, caballero, tenemos una vela en este entierro. Sabemos lo que está pasando y lo que va a pasar. No creo que sea este su caso y más bien pienso que carece de antenas…

-Pero me ha dicho, a mi llegada a la estación de autobuses, que en la Villa se está sacando pasta de la boda de la Tani y que él sabe de algunos casos. Petra ha tratado de impedir que Xandru encarne los rasgos místicos del señor marqués, que tan bien le suelen salir, pero éste toma muy pronto la revancha.

-Te lo negará más veces de las que lo hizo Judas a Jesús de Galilea.

Se diría que nos ha metido a todos en su “biblia”. Se produce un silencio pesado, que tensa más de un rostro. Max hubiera tenido todas las de perder si no hubiera pasado casualmente el abogado. Se aferra como una lapa a tan venturosa providencia.

-Me alegra encontrarle, le buscaba…

-¿Para qué? Debe usted confundirme con alguna otra persona, caballero…

Al perro flaco todo se le vuelven pulgas. No tan mal en este caso, porque Max se ha quedado más solo que la una, y para más inri no se aguanta a sí mismo. Estaba cantado que el abogado practica con rigor los principios de una clase a la que se aferra como una lapa. Pobre Maximiano, ya era bastante con la carga de su nombre y ahora tiene que soportar la exclusión. ¿Quién hubiera podido prever hace todavía unos meses que alguien que se sentaba con tanto orgullo en la mesa de los notables, que incluía al picapleitos que ahora reniega de él, pudiera verse tan solo? Veo en su rostro arrepentimiento por haberse decidido, como yo, a pasar su jubilación en Villaviciosa. Siento pena, mucha pena; las cosas no están para mudanzas. Se quiere ir con el rabo entre las piernas, pero la lagarta de la Chunchi no tarda en cortarle el paso.

-¿La esperabas a su llegada en el autobús de Gijón?

-Estaba en la cafetería de la estación de autobuses, soy cliente como tú. Curiosamente, ayer mismo te vi -hace una pausa para gozarse de su ocurrencia-.Por cierto, con el señor ese de la estirpe.

-Lo sé, lo sé…

-Y tanto; te empeñaste en pagar tu café, aunque él había pedido que se lo cargaran “en la cuenta”.

-¿Y qué te importa? Quien pregunta aquí soy yo. ¿Cuántas veces te has encontrado “casualmente” con Petra cuando llegaba o marchaba en autobús?

-No sé, no las cuento. ¿Debería?

-Es posible…

-¿Para qué?

Chunchi no responde, se limita a preguntar con la mirada a Petra que responde fría, calculadora, y acusadora.

-Me topo con él cada vez que entro o salgo de la Villa, en autobús o en coche; tengo una denuncia puesta, pero no me hacen ni caso. Me siento vigilada y no sirve de nada que cambie horarios, itinerarios o frecuencias. Allí está como un clavo, y me suelta algo relacionado con el objeto de mi viaje. Esta mañana regresaba de hacer una gestión en Gijón, por cierto, relacionada con la boda de Tani. En el breve encuentro me ha transmitido que sabe de buena tinta que el señor abogado, aquí presente, se está preparando un buen caldo con los papeleos de la boda, y que había otros cuervos que hacían su agosto. Ha añadido que alucinaría con los nombres que me podía dar.

-¿Qué?

Es el abogado, tampoco sabe dónde meterse y ataca como el burro que es. Cual portadora del estandarte del grupo, Marisa asaeta sin piedad.

-No necesitamos testimonios; lo sabemos. El padre de Al ha recibido pasta, y el que ha llevado la negociación es el señor letrado aquí presente. Me consta la cantidad ingresada por el padre del menor. Es un buen paquete. Hay otros asuntos que lleva el referido. Mucha pasta.

-¡Mucha más de la que imagináis!

Se debería haber callado Max, pero por la boca muere el pez y ha sido abatido por la estocada del picapleitos.

-¿Se ha permitido mezclarme en sus divagaciones?

-Yo no divago o mezclo, sólo escucho.

-En mis conversaciones, “so mierda”, siempre te encuentro en una mesa cercana cuando me reúno con alguien en el Rize, ya estás más que “calao”.

-Pero sé cosas que pueden comprometer a mucha gente y ponerte a ti mismo en un aprieto.

Llegados a este punto ya no hay nada que rascar. Todo el mundo calla mucho más de lo que dice y sueltan las cosas cuando les conviene. Me aburren y me asquean, pero ya estoy enganchado y ,aunque me cueste una pasta que no tengo, no me queda otro remedio que continuar, ni siquiera yo mismo sé muy bien por qué o para qué. Supongo que, al fin de cuentas, la verdadera razón es el cansancio por mi empeño en descubrir razones de un desembarco que cada vez me parece más misterioso, porque los historiadores se contradicen y porque ya he invertido más de lo que debiera en viajes para consultar archivos, en libros y en visitas a pretendidos especialistas. Por el contrario, ahora tengo a mis nuevos colaboradores siempre a mano y por muy trabados que estén, siempre logro sacar algo, a condición de poder pagarlo. ¿Qué otra cosa podría hacer? No es realmente una excusa. Apenas saco el coche del garaje. Me he encerrado y atado a estos personajes como si formaran parte de mi destino.

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