Andrew Neyman (Miles Teller) es un joven y ambicioso baterista de jazz que se esfuerza por mejorar cada día. Tras verlo durante un ensayo, Terence Fletcher (J.K. Simmons), el profesor más déspota del prestigioso conservatorio Shaffer, decide enrolarlo en su banda.
Intenso drama sobre la enfermiza obsesión de un joven dispuesto a derramar sangre, sudor y lágrimas (literalmente) con tal de convertirse en una leyenda del jazz a la altura de un Buddy Rich o un Charlie Parker. El título de la película (latigazo en español) alude al nombre de una composición del famoso saxofonista estadounidense Hank Levy, la cual escuchamos a modo de leitmotiv en varios momentos del metraje. El joven realizador Damien Chazelle, amante del jazz, consiguió financiación para el proyecto a partir del exitoso estreno en el Festival de Sundance de 2013, de un cortometraje suyo en el que se reproducía un extracto del guión orinal del filme que nos ocupa.
Grosso modo, Whiplash es la historia de dos locos unidos por una misma y única pasión: la música; y más concretamente el jazz. Por un lado tenemos a Andrew, quien, a falta de una madre, que lo abandonó cuando era un bebé, ha crecido junto con su padre y con un par de baquetas en las manos. Posee talento, perseverancia y espíritu de sacrificio. Aparta de su camino todo aquello que le pueda suponer una distracción de su objetivo. Que alcance el éxito es sólo una cuestión de tiempo. Por el otro tenemos al profesor Fletcher, un psicópata hijo de puta cuyo principal método de enseñanza no es otro que el de infundir temor a sus alumnos. No duda en humillarlos y maltratarlos si a cambio obtiene lo mejor de ellos. Su vehemencia recuerda en ocasiones a la del sargento Hartman de La chaqueta metálica (Full Metal Jacket, 1987), de Stanley Kubrick. Ambos personajes están magníficamente interpretados, en especial el segundo: un J.K. Simmons para el recuerdo; si bien es cierto que el dibujo de su personaje resulta algo exagerado.
Pero lo mejor de Whiplash, al menos desde mi punto de vista, es su tensión narrativa (máxima en ese “duelo” final sobre el escenario entre profesor y alumno). Chazelle ha sabido dotar a su película de trepidante pulso, gracias, en parte, al brillante montaje de Tom Cross.
Un buen guión, una buena realización y unos buenos personajes. Tan fácil (y difícil) como esto. Muy superior a la media.