Tras alcanzar el estrellato interpretando a un superhéroe para la gran pantalla durante la década de los noventa, Riggan Thomson (Michael Keaton) es ahora un actor en decadencia que trata de revitalizar su carrera en Broadway.
Artificiosa e irritante. Hueca y ampulosa. La última película del realizador mexicano Alejandro González Iñárritu (Amores perros, 21 gramos, Biutiful) constituye un dechado de formalismo vacuo en pos del lucimiento personal del camarógrafo Emmanuel Lubezki. El virtuosismo injustificado, el que es fruto del capricho y no se sustenta sobre una buena base argumental, no hace sino acentuar la falta de ideas y contenido. Iñárritu, como su compatriota Alfonso Cuarón en la también sobrevalorada Gravity (ídem, 2013), ha buscado el elogio complaciente obviando que algunos espectadores tenemos la manía de rascar bajo la superficie para ver si tras ésta se esconde algo. Y siento decir que no es el caso. Porque, lo pinten como lo pinten, y digan lo que digan, Birdman no deja de ser otro filme más acerca del fracaso que, no pocas veces, sigue la estela del efímero éxito.
La cinta está rodada en un solo (y falso) plano secuencia. En realidad, se trata de una concatenación de planos secuencia en la que se “camuflan” los cortes entre uno y otro para transmitir la sensación de ser uno solo. Un gran plano secuencia. Nada novedoso. Alfred Hitchcock ya hizo algo similar y sin trucos de ordenador en La soga (Rope, 1948). Si bien es cierto que dichos planos están muy bien planificados y ejecutados, tanta floritura en movimiento termina por convertirse en un mareante ejercicio de onanismo visual más propio de un trabajo de fin de carrera que de un cineasta consolidado. Michael Keaton (lo mejor la película) interpreta brillantemente al ídolo caído que intenta sobreponerse al peso del personaje que lo hizo famoso. Un personaje, el de Birdman, que lo atormenta a modo de esquizofrénica conciencia que le habla en los momentos de mayor abatimiento. La primera vez que vemos el demacrado rostro de Riggan, frente a un espejo en el interior de su camerino, la sombra de Birdman aparece tras él en forma de póster vigilante. Creo que se trata del plano más significativo y valioso de todo el metraje. Después llegan los tópicos sobre el mundo del cine y el teatro: divismo, frivolidad, intereses, lucha de egos, temor a las críticas, miedo a fracasar de nuevo, etc. Icluso se alude (faltaría más) a los problemas familiares que la fama mal llevada causó al protagonista principal: divorciado, semialcohólico y con una hija (Emma Stone) con la que no mantiene una relación especialmente fluida. Junto a Keaton, el resto del reparto raya, asimismo, a una gran altura, destacando al siempre estupendo Edward Norton.
Pero lo peor de Birdman es, al margen de sus desmesuradas pretensiones, la risoria y “peterpanesca” secuencia en la que Riggan, creyéndose su antiguo personaje, sobrevuela las calles de Nueva York en uno de sus frecuentes delirios de grandeza birdmaniana.
Enorme decepción.