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El año comienza con un sangriento atentado yihadista

Renovados versos satánicos

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La amenaza terrorista es una lacra que, como la espada de Damocles, pende sobre nuestras cabezas. El atentado de ayer en París contra la redacción de la revista de humor Charlie Hebdon, que costado la vida a una docena de personas, pone de manifiesto una vez más lo poco eficaces que son las medidas de seguridad cuando el mundo occidental se enfrenta a una vedadera ofensiva de guerrillas muy bien organizada por mentes enfocadas a la destrucción de nuestra cultura y sistema de valores. El fanatismo los alienta, sí, pero sería iluso suponer que por este motivo se trata de una banda de chiflados que actúa por impulsos o por “llamadas divinas”, sino que debemos asumir que lo hacen con método y estrategia. Y esa estrategia conlleva el que sea prácticamente imposible prever cuándo van a asestar el golpe letal.

Por mucho que nuestras fuerzas de seguridad vigilen día y noche las estaciones, los aeropuertos y, en general, cualquier lugar público susceptible de ser un objetivo terrorista, hay casi tantos resquicios como plazas y calles en una gran ciudad. Puede suceder en cualquier parte a cualquier hora. Nadie está libre de caer acribillado o de que su cuerpo se esparza en mil pedazos al ir a hacer una gestión al banco, sacar al perro a pasear, hacer la compra o coger el metro para ir a la oficina. El terrorismo islamista pretende, precisamente, crear un clima de inseguridad que nos vaya paralizando progresivamente. Su avance es lento pero inexorable: la verdadera ofensiva no comenzó, como suele repetirse infundadamente, con el 11-S, sino con la matanza de más de trescientas personas perpetrada en el atentado a la embajada de los EEUU en Nairobi (Agosto de 1998) A partir de esta acción, y con la regularidad relativa que permite la guerra de guerrillas, han venido sucediéndose una serie de atentados: los de 2001 en Nueva York y Washington; los de Madrid y Londres (2004 y 2005); el de Boston, en 2012... Y habría que preguntarse cuántos más habrán sido abortados por las fuerzas de seguridad o los servicios secretos sin que la población fuera informada para evitar conatos de histeria colectiva que pudieran provocar actos de xenofobia del todo indeseables.

En España esa demagógica actitud política que algunos han llamado “buenismo”, con Zapatero y su ridícula Alianza de las Civilizaciones a la cabeza, nos ha llevado a no entender el problema; un problema que puede resumirse en lo siguiente: tratar de hacer entrar en razón a un islamista es tan absurdo como intentar disuadir a un cocodrilo hambriento de que nos devore. San Francisco de Asís probablemente los habría llamado “hermano cocodrilo” o “hermana cobra”, pero es muy improbable que los hubiera metido en su celda. Y que cada cual saque las conclusiones que quiera.

Suiza –país que goza del privilegio de no pertenecer a la Unión Europea- ha vetado la construcción de mezquitas en su territorio. ¿No se podría empezar por ahí, sobre todo cuando está comprobado que muchas de ellas, junto con las “escuelas coránicas y madrasas, son verdaderos semilleros de yihadistas?

Es una pena que no exista ningín partido “razonable”, es decir, no extremo, que abogue por estas y otras medidas coercitivas (Sí: he dicho “coercitivas”, una palabra que muchos, en su tonta hipocresia o buenismo suicida, consideran pecaminosa y dictatorial).

Es una lástima que tengamos que ir replegándonos, humillando la cabeza ante los que sólo aspiran a degollarnos.

Y con el tiempo aquellas caricaturas de su profeta –guardadas para entonces en archivos secretos- nos recordarán algún día la libertad que no supimos conservar.

Renovados versos satánicos

El año comienza con un sangriento atentado yihadista
Luis del Palacio
jueves, 8 de enero de 2015, 07:58 h (CET)
La amenaza terrorista es una lacra que, como la espada de Damocles, pende sobre nuestras cabezas. El atentado de ayer en París contra la redacción de la revista de humor Charlie Hebdon, que costado la vida a una docena de personas, pone de manifiesto una vez más lo poco eficaces que son las medidas de seguridad cuando el mundo occidental se enfrenta a una vedadera ofensiva de guerrillas muy bien organizada por mentes enfocadas a la destrucción de nuestra cultura y sistema de valores. El fanatismo los alienta, sí, pero sería iluso suponer que por este motivo se trata de una banda de chiflados que actúa por impulsos o por “llamadas divinas”, sino que debemos asumir que lo hacen con método y estrategia. Y esa estrategia conlleva el que sea prácticamente imposible prever cuándo van a asestar el golpe letal.

Por mucho que nuestras fuerzas de seguridad vigilen día y noche las estaciones, los aeropuertos y, en general, cualquier lugar público susceptible de ser un objetivo terrorista, hay casi tantos resquicios como plazas y calles en una gran ciudad. Puede suceder en cualquier parte a cualquier hora. Nadie está libre de caer acribillado o de que su cuerpo se esparza en mil pedazos al ir a hacer una gestión al banco, sacar al perro a pasear, hacer la compra o coger el metro para ir a la oficina. El terrorismo islamista pretende, precisamente, crear un clima de inseguridad que nos vaya paralizando progresivamente. Su avance es lento pero inexorable: la verdadera ofensiva no comenzó, como suele repetirse infundadamente, con el 11-S, sino con la matanza de más de trescientas personas perpetrada en el atentado a la embajada de los EEUU en Nairobi (Agosto de 1998) A partir de esta acción, y con la regularidad relativa que permite la guerra de guerrillas, han venido sucediéndose una serie de atentados: los de 2001 en Nueva York y Washington; los de Madrid y Londres (2004 y 2005); el de Boston, en 2012... Y habría que preguntarse cuántos más habrán sido abortados por las fuerzas de seguridad o los servicios secretos sin que la población fuera informada para evitar conatos de histeria colectiva que pudieran provocar actos de xenofobia del todo indeseables.

En España esa demagógica actitud política que algunos han llamado “buenismo”, con Zapatero y su ridícula Alianza de las Civilizaciones a la cabeza, nos ha llevado a no entender el problema; un problema que puede resumirse en lo siguiente: tratar de hacer entrar en razón a un islamista es tan absurdo como intentar disuadir a un cocodrilo hambriento de que nos devore. San Francisco de Asís probablemente los habría llamado “hermano cocodrilo” o “hermana cobra”, pero es muy improbable que los hubiera metido en su celda. Y que cada cual saque las conclusiones que quiera.

Suiza –país que goza del privilegio de no pertenecer a la Unión Europea- ha vetado la construcción de mezquitas en su territorio. ¿No se podría empezar por ahí, sobre todo cuando está comprobado que muchas de ellas, junto con las “escuelas coránicas y madrasas, son verdaderos semilleros de yihadistas?

Es una pena que no exista ningín partido “razonable”, es decir, no extremo, que abogue por estas y otras medidas coercitivas (Sí: he dicho “coercitivas”, una palabra que muchos, en su tonta hipocresia o buenismo suicida, consideran pecaminosa y dictatorial).

Es una lástima que tengamos que ir replegándonos, humillando la cabeza ante los que sólo aspiran a degollarnos.

Y con el tiempo aquellas caricaturas de su profeta –guardadas para entonces en archivos secretos- nos recordarán algún día la libertad que no supimos conservar.

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