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Perros e indigentes

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Ya lo dijo el escritor estadounidense Mark Twain “Si recoges a un perro hambriento y le haces próspero, no te morderá; ésa es la principal diferencia entre un perro y un hombre”.

Acabábamos de pasar por el banco, el banco-casa de la Plaza que hace de hogar frío en invierno para los indigentes. Creo que son rumanos, europeos de nuestra comunidad. Pero parecen otros europeos, como nosotros cuando malvivimos en Alemania o en otro país europeo. Dan pena esas personas que han de vivir así, sin casi nada, pero con perros que les dan calor y compañía de mascotas en el más amplio y literal significado de la palabra. Cuando no se tiene nada y has de mendigarlo todo, un perro es la salvación y la válvula de escape, lo es también para las personas solitarias aunque pudientes y las que no lo son tanto. Un perro al que cuidar cuando ya no tienes quien te cuide ni a nadie a quien prestarle tus cuidados, un perro como única propiedad que defender, un animal que aporte algo de dignidad a tu vida y a tu persona, que con su relación te convierta en humano cuando los gobernantes, la sociedad y las circunstancias te han privado de casi toda humanidad. Un perro por el que discutir, al que defender, porque es mucho más que un perro, es el asa a la que aferrarte cuando el agua de la miseria te ahoga, cuando la relación con el animal te recuerda que aún eres persona, cuando su nobleza te hace pensar que en ese animal hay humanidad y que el hombre es la bestia, y que si llegas a esa conclusión, es porque todavía queda algo de ser humano en tu persona.

Los indigentes discutían violentamente por un perro, si analizamos su forma de vida, qué menos que discutir, no hay justificación para que se lesionen gravemente y vayan a la cárcel por un perro, pero es que para ellos es su perro, quién es el valiente que les habla de valores, de respeto y luego se marcha a su casa al calor del hogar. El personal de Cruz Roja, los chicos generosos de blanco y rojo, que les atienden diariamente les animan cada noche en su ronda diaria repartiendo algo de calor de manta y bocadillo, precisamente en esa noche estaban cerca.

Necesitan ayuda, educación, trabajo y un hogar, derechos innegables, un mínimo bienestar que les aporte seguridad y humanidad, y los gestores que manejan nuestros impuestos tienen que solucionarlo ya. Sorprende que en pleno centro de la ciudad se tolere el comportamiento de los sin techo, entendiendo como comportamiento no que discutan y se lesionen sino que coman, duerman, solucionen de cualquier forma sus necesidades, convivan como animales a un paso de escaparates, de viandantes también con sus preocupaciones y no puedan ocupar ni un mísero cajero de banco primero porque no es lugar para dormir, pero es que todos están adjudicados y se reforman y eliminan para hacerlos anti-indigentes. Por suerte siempre hay cartones que les tapen, ropas que les abriguen, miradas y opiniones que hagan incomprensibles este modo de vida. Son pobres y en las condiciones en las que viven, es fácil que las riñas, las voces y los malos comportamientos, incluso delictivos se desaten. Parece que si se van lejos, se alejan también de nuestras conciencias, pero no, el problema sigue ahí.

Tras la riña, uno al hospital, otro a la cárcel y el perro se queda solo en el banco junto a otras pertenencias. Hay un dicho anónimo que dice: “Errar es de humanos, perdonar es de perros”. Hay que perdonar, pero antes busquen una solución y humana para mejorar la vida de estas personas de la ciudad antes que alguien se acostumbre a verlos como perros.

Perros e indigentes

Nieves Fernández
miércoles, 7 de enero de 2015, 07:55 h (CET)
Ya lo dijo el escritor estadounidense Mark Twain “Si recoges a un perro hambriento y le haces próspero, no te morderá; ésa es la principal diferencia entre un perro y un hombre”.

Acabábamos de pasar por el banco, el banco-casa de la Plaza que hace de hogar frío en invierno para los indigentes. Creo que son rumanos, europeos de nuestra comunidad. Pero parecen otros europeos, como nosotros cuando malvivimos en Alemania o en otro país europeo. Dan pena esas personas que han de vivir así, sin casi nada, pero con perros que les dan calor y compañía de mascotas en el más amplio y literal significado de la palabra. Cuando no se tiene nada y has de mendigarlo todo, un perro es la salvación y la válvula de escape, lo es también para las personas solitarias aunque pudientes y las que no lo son tanto. Un perro al que cuidar cuando ya no tienes quien te cuide ni a nadie a quien prestarle tus cuidados, un perro como única propiedad que defender, un animal que aporte algo de dignidad a tu vida y a tu persona, que con su relación te convierta en humano cuando los gobernantes, la sociedad y las circunstancias te han privado de casi toda humanidad. Un perro por el que discutir, al que defender, porque es mucho más que un perro, es el asa a la que aferrarte cuando el agua de la miseria te ahoga, cuando la relación con el animal te recuerda que aún eres persona, cuando su nobleza te hace pensar que en ese animal hay humanidad y que el hombre es la bestia, y que si llegas a esa conclusión, es porque todavía queda algo de ser humano en tu persona.

Los indigentes discutían violentamente por un perro, si analizamos su forma de vida, qué menos que discutir, no hay justificación para que se lesionen gravemente y vayan a la cárcel por un perro, pero es que para ellos es su perro, quién es el valiente que les habla de valores, de respeto y luego se marcha a su casa al calor del hogar. El personal de Cruz Roja, los chicos generosos de blanco y rojo, que les atienden diariamente les animan cada noche en su ronda diaria repartiendo algo de calor de manta y bocadillo, precisamente en esa noche estaban cerca.

Necesitan ayuda, educación, trabajo y un hogar, derechos innegables, un mínimo bienestar que les aporte seguridad y humanidad, y los gestores que manejan nuestros impuestos tienen que solucionarlo ya. Sorprende que en pleno centro de la ciudad se tolere el comportamiento de los sin techo, entendiendo como comportamiento no que discutan y se lesionen sino que coman, duerman, solucionen de cualquier forma sus necesidades, convivan como animales a un paso de escaparates, de viandantes también con sus preocupaciones y no puedan ocupar ni un mísero cajero de banco primero porque no es lugar para dormir, pero es que todos están adjudicados y se reforman y eliminan para hacerlos anti-indigentes. Por suerte siempre hay cartones que les tapen, ropas que les abriguen, miradas y opiniones que hagan incomprensibles este modo de vida. Son pobres y en las condiciones en las que viven, es fácil que las riñas, las voces y los malos comportamientos, incluso delictivos se desaten. Parece que si se van lejos, se alejan también de nuestras conciencias, pero no, el problema sigue ahí.

Tras la riña, uno al hospital, otro a la cárcel y el perro se queda solo en el banco junto a otras pertenencias. Hay un dicho anónimo que dice: “Errar es de humanos, perdonar es de perros”. Hay que perdonar, pero antes busquen una solución y humana para mejorar la vida de estas personas de la ciudad antes que alguien se acostumbre a verlos como perros.

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Acaba de fallecer Joe Lieberman, con 82 años, senador estadounidense por Connecticut durante cuatro mandatos antes de ser compañero de Al Gore en el año 2000. Desde que se retiró en 2013 retomó su desempeño en la abogacía en American Enterprise Institute y se encontraba estrechamente vinculado al grupo político No Label (https://www.nolabels.org/ ) y que se ha destacado por impulsar políticas independientes y centristas.

Me he criado en una familia religiosa, sin llegar a ser beata, que ha vivido muy de cerca la festividad del Jueves Santo desde siempre. Mis padres se casaron en Santo Domingo, hemos vivido en el pasillo del mismo nombre, pusimos nuestro matrimonio a los pies de la Virgen de la Esperanza, de la que soy hermano, y he llevado su trono durante 25 años.

 
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