Como una saeta en un ave insertada, la carretera lo penetra, pero no lo traspasa, allí se queda. Aunque yace en el fondo de un barranco, está muy vivo. Amablemente sentado sobre rojizas peñas, por lo tortuoso de su asiento, se adivina que tuvo un pasado desencontrado: labrado a golpe de sudor y guantazos. Por si las moscas, dos titanes desde hace siglos, con celo lo custodian: La Chiquita y La Tajada. Sus casas, sus calles, sus plazas tienen el sabor del vino madurado en barricas de roble curtido por los años. Santa María se llama su Iglesia y es tan prudente que, aunque hermosa, no pretende llamar la atención. Al pasar, el arco del Huerva rasga sus cuerdas. El lugar es el violín. Sus bosques, el auditorio. Su cañón, el anfiteatro. Sus gentes, ¡ay! sus gentes son la armonía. Desde la villa hasta el embalse de las Torcas, un umbilical sendero sembrado de chopos los une. Una leyenda perdida en la noche de los tiempos: "Una montaña probablemente cortada en dos por la terrible espada de un valiente y fornido caballero para salvar a una bella y delicada dama, forma un estrecho y ventoso pasillo, cuyo nombre es “Piedra Tajada”. Las fauces de la pared de la presa, no trona otra cosa, sino lo que en su corazón abunda: un verde inmenso como la esperanza, profundo como la verdad, largo como el silencio, sosegador como el consuelo... Todo esto y más encontrarás, si al muy noble pueblo de Tosos vas, plaza del imperecedero Campo de Cariñena.