Cinco millones de personas colaboran en nuestro país en actividades de voluntariado. Se trata, afirma la Plataforma del Voluntariado en España, de “una de las más potentes expresiones de participación ciudadana”. En medio de una grave crisis económica, con un 25% de la población en situación de exclusión y en un ambiente de fuerte descrédito de las instituciones, la labor de organizaciones como Cáritas o Cruz Roja va mucho más allá de la importante ayuda material que sin duda prestan gracias a sus voluntarios y benefactores. Su ejemplo transmite el esperanzador mensaje de que es posible otro tipo de sociedad más fraterna, y que frente a la queja estéril, el cambio debe empezar por uno mismo.

En la víspera del Día Internacional del Voluntario, el Papa habló de la “necesidad de testimoniar el valor de la gratuidad”. Al recibir a 2 mil representantes de la Federación de Organismos Internacionales de Voluntariado, el Pontífice les animó a proseguir “este camino del compromiso desinteresado”, y ser un “instrumento al servicio del protagonismo de los pobres”. Francisco aludió a la labor en defensa del medio ambiente, al trabajo con refugiados e inmigrantes, a la presencia de voluntarios en zonas de guerra… Se trata, en definitiva, de una labor impagable que devuelve a la persona el protagonismo que le corresponde por encima del dinero o de otro tipo de intereses. Es una de las cosas buenas que en pleno siglo XXI aún nos quedan.