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Según dicen los Evangelios, Ana y Joaquín fueron los padres de la Virgen María

Santa Ana y San Joaquín

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Esta circunstancia ha permitido que los abuelos católicos tengamos una buena referencia con la vida de estos patronos ejemplares. Ellos acogieron sin dudar a su hija en una situación difícilmente explicable y actuaron con cordura y sin aspavientos.

Los abuelos de hoy tenemos la suerte de poder serlo durante un considerable espacio de tiempo. Vivimos esta situación una media de más de treinta años, lo que nos permite ejercer el oficio de una forma bastante apreciable.

Este año, con la maldita pandemia, se han trastocado un poco los papeles. A lo largo del confinamiento y la posterior “nueva normalidad”, a los mayores nos han tenido entre algodones por nuestra circunstancia natural que nos convierte en victima propiciatoria del “mardito virus”. Ahora se está volviendo a los viejos tiempos. Mientras escribo esta Buena Noticia escucho a mi esposa canturrear por debajo de la mascarilla una nana a mi último nieto que cumple con su obligación de dar la tabarra de día o de noche.

Los abuelos, en cuanto pesquemos una buena vacuna, vamos a resurgir como el Ave Fénix de nuestros días. Volveremos a cuidar de nietos, hacer mandados, trabajar como voluntarios, recoger y alimentar colegiales y a cuantas otras dedicaciones estamos llamados por nuestra edad, sexo y condición.

La buena noticia de hoy es que: visto desde la perspectiva de este casi semestre transcurrido, las familias se han portado maravillosamente con sus mayores. Han cuidado de los abuelos de una forma impecable y nos han hecho valorar la diferencia existente entre la familia tradicional y los nuevos tipos de familia copiados de los países “avanzados”. En ella los mayores son apartados del grupo y recluidos en confortables residencias en las que, por mucho que se empeñen, falta la dedicación y el cariño familiar.

No quito ni un ápice del trabajo impecable de los que trabajan en las residencias. Me consta suficientemente. Pero no es comparable con el “rincón del abuelo o de la abuela” en cada familia. Aunque sigan en su casa. La visita o la llamada de cada día nos convierten en seres más felices.

Santa Ana y San Joaquín

Según dicen los Evangelios, Ana y Joaquín fueron los padres de la Virgen María
Manuel Montes Cleries
lunes, 27 de julio de 2020, 08:21 h (CET)

Esta circunstancia ha permitido que los abuelos católicos tengamos una buena referencia con la vida de estos patronos ejemplares. Ellos acogieron sin dudar a su hija en una situación difícilmente explicable y actuaron con cordura y sin aspavientos.

Los abuelos de hoy tenemos la suerte de poder serlo durante un considerable espacio de tiempo. Vivimos esta situación una media de más de treinta años, lo que nos permite ejercer el oficio de una forma bastante apreciable.

Este año, con la maldita pandemia, se han trastocado un poco los papeles. A lo largo del confinamiento y la posterior “nueva normalidad”, a los mayores nos han tenido entre algodones por nuestra circunstancia natural que nos convierte en victima propiciatoria del “mardito virus”. Ahora se está volviendo a los viejos tiempos. Mientras escribo esta Buena Noticia escucho a mi esposa canturrear por debajo de la mascarilla una nana a mi último nieto que cumple con su obligación de dar la tabarra de día o de noche.

Los abuelos, en cuanto pesquemos una buena vacuna, vamos a resurgir como el Ave Fénix de nuestros días. Volveremos a cuidar de nietos, hacer mandados, trabajar como voluntarios, recoger y alimentar colegiales y a cuantas otras dedicaciones estamos llamados por nuestra edad, sexo y condición.

La buena noticia de hoy es que: visto desde la perspectiva de este casi semestre transcurrido, las familias se han portado maravillosamente con sus mayores. Han cuidado de los abuelos de una forma impecable y nos han hecho valorar la diferencia existente entre la familia tradicional y los nuevos tipos de familia copiados de los países “avanzados”. En ella los mayores son apartados del grupo y recluidos en confortables residencias en las que, por mucho que se empeñen, falta la dedicación y el cariño familiar.

No quito ni un ápice del trabajo impecable de los que trabajan en las residencias. Me consta suficientemente. Pero no es comparable con el “rincón del abuelo o de la abuela” en cada familia. Aunque sigan en su casa. La visita o la llamada de cada día nos convierten en seres más felices.

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